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“Nicaragua y Venezuela son dictaduras, pero no al estilo comunista”

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A 30 años de la dimisión de Mijaíl Gorbachov, el 25 de diciembre de 1991, y de la disolución de la URSS, vale la pena preguntarse: ¿qué queda hoy de la doctrina comunista del siglo XX?

Thierry Wolton, autor de la monumental trilogía Una historia mundial del comunismo (Grasset, 2015-2017) y galardonado con los prestigiosos premios Juan Michalski de literatura en 2017 y Aujourd’hui en 2018, afirma que no se ha realizado un verdadero duelo. Las víctimas han sido ignoradas y en Occidente hubo un escenario de indiferencia frente a una de las peores tragedias de la humanidad. En su último libro, Pensar el comunismo (Editorial Grasset 2021), Wolton describe los fundamentos de una ideología que sedujo a miles de espíritus a partir de la vieja aspiración de la sociedad por lograr la igualdad.

Si bien personajes de la historia como Rousseau y Marx brindaron los instrumentos intelectuales, Vladimir Ilich Lenin, a través del partido revolucionario, impuso por la fuerza una dictadura.

—¿Cómo se podría definir hoy a un país comunista?

Hoy solo existen en el mundo seis países que se reclaman como comunistas: Corea del norte, Vietnam, Laos, China, Eritrea y Cuba. Estos países reivindican el corpus político-ideológico que nació al comienzo del siglo XX con Vladimir Lenin al poner en práctica las ideas de Karl Marx. Por eso se habla de marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo reposa sobre ideas esenciales. Un partido único que dirige toda la sociedad: la economía, la política y la cultura. Se basa en una idea precisa: la igualdad. Su funcionamiento se desarrolla con un secretario general, acompañado de un buró político y un comité central, que es el que aprueba las decisiones del secretario general.

—¿Cómo una experiencia tan dolorosa pudo atraer tanto y tener tanto fervor?

La explicación es múltiple. La primera se debe al discurso. Fue un discurso universal que habló a todos los hombres. Todos serán iguales y se construirá un sistema en el que vivirán felices. Este mensaje permite entender por qué generó tanta adhesión. Pero explica también por qué es tan doloroso este pasado. Hubo tanta esperanza en el sistema que cuando cayó y se vio el drama humano, económico y político fue muy difícil de aceptarlo. Es por eso por lo que hoy la memoria del comunismo es tan difícil de ponerla en práctica. Existen resistencias casi inconscientes. Es como decir que el paraíso prometido se transformó en un infierno.

—¿Por qué el comunismo sedujo no solo al pueblo sino a los intelectuales?

Por dos razones. Primero, Lenin introduce en el marxismo el hecho de que se construya un partido de revolucionarios profesionales para que hagan la revolución a nombre del pueblo, que construyan el socialismo y finalmente el comunismo. Los intelectuales se sintieron responsables de esta misión particular y se adhirieron fácilmente.

Segundo, es importante entender el análisis de los intelectuales. Hubo una toma de conciencia de su parte sobre las dificultades del modelo capitalista. Recordemos que las condiciones de su implantación durante la revolución industrial al inicio del siglo XIX fueron muy duras: éxodo rural, esperanza de vida a los 25 años y 18 horas de trabajo por día, entre otras. En ese momento hay un desencanto de la clase iluminada frente a las ideas que llegaron con la revolución industrial y el capitalismo.

Pero será contraproducente porque van a participar en una aventura que será la antítesis de lo que quisieron que fuera. Su objetivo era reflexionar y esto no lo pudieron hacer, les pidieron seguir órdenes y solo obedecer al partido.

—¿Hubo autocrítica de los intelectuales?

Uno que considero muy valioso es Edgar Morin, cuando en su libro Autocrítica describe a profundidad lo que sintió por salirse de la doctrina comunista. Pero también hay muchos que no lo hicieron, como Régis Debray. Debray pasó del castrismo a ser un buen cristiano y un gran nacionalista. Jamás hizo autocrítica, jamás ha dicho que se avergüenza de haberse adherido plenamente al castrismo que mató a tanta gente. Asimismo, ningún miembro del partido o dirigente comunista lo ha hecho. Nunca he escuchado a un miembro del partido comunista decir: reconozco que fue una ideología que llevó a la catástrofe.

—¿Qué sintonías podría advertir entre el discurso comunista y el mensaje cristiano? 

El comunismo logró captar los espíritus a partir de un discurso que es muy cercano al discurso católico y cristiano. Cuando Cristo dice: los últimos serán los primeros en el paraíso, es cercano a la versión de lo que dirán los comunistas más tarde: el proletariado, es decir, los más pobres, tomarán el poder y gobernarán. Lenin decía: “La cocinera dirigirá el Estado”. En el paraíso prometido, en el cielo, los últimos serán los primeros. En el paraíso comunista, los últimos estarán a la cabeza del poder.

—Hoy, América Latina vive una enorme polarización entre izquierda y derecha. ¿Es posible un comunismo en el siglo XXI?

El comunismo tal y como existió en el siglo XX no volverá jamás. Primero el sustrato concreto de la ideología desapareció. Ese sustrato reposó en la revolución industrial tal y como la conocimos en el siglo XIX y XX. Cambiamos totalmente de economía. Lo segundo es que prácticamente nadie osará reclamarse como un régimen marxista-leninista teniendo en cuenta el balance catastrófico de la ideología.

La pregunta clara es: ¿quién quisiera vivir en Corea del Norte hoy?

Pero, ojo, el comunismo fue tan importante en la mentalidad en el siglo XX que no ha desaparecido como con una varita mágica. Los comunistas lograron introducir en los comportamientos sociopolíticos un pensamiento binario que deteriora el debate político. Soy un anticomunista desde una posición moral porque considero que fue un sistema terrible para el ser humano. Hoy cuando digo que soy anticomunista, la gente dice que, por lo tanto, soy fascista.

Esto nos lleva claramente al debate existente hoy en la región…

Por ejemplo, a Bolsonaro lo consideran un fascista. No defiendo a Bolsonaro, pero esta dicotomía existe de los dos lados. Bolsonaro no es más fascista que Lula comunista. Y eso muestra que el debate es difícil de llevarse a cabo. El fascismo es algo muy particular. No se puede hablar de fascismo así no más.

—¿Qué es, entonces, el fascismo?

Para entender el fascismo hay que volver a los orígenes. El que inventó el fascismo fue Mussolini, que venía de la extrema izquierda italiana. Es el primero en hablar de un Estado totalitario. Un Estado que tiene la pretensión de poner orden y sobre todo de crear un ciudadano modelo. Por eso se habla de regímenes totalitarios con el comunismo, la Italia fascista y bajo Hitler. El movimiento de Bolsonaro no es un partido que haya liquidado a toda la oposición. Las palabras tienen un valor intrínseco. No se pueden utilizar de cualquier manera porque pierden el sentido. El totalitarismo es un sistema político preciso.

—¿Entonces, usted diría que no ha habido fascismos en América Latina?

No hay fascismos. Podríamos hablar de Pinochet o los militares argentinos que instauraron un gobierno de extrema derecha con una policía política y con una represión muy fuerte. Bolsonaro no es el caso. No hay campos de concentración en Brasil, no hay decenas de opositores en prisión. Los militares argentinos no eran fascistas, pero sí realizaban estas acciones.

—¿Volviendo al tema de la izquierda en la región, cómo ve la elección del presidente electo chileno Gabriel Boric?

Hoy lo que ha quedado del comunismo es una discusión binaria. Si usted no está de mi lado, usted es malo. Y esto es tan verídico a la derecha como a la izquierda. En el caso de Chile, tanto Kast como Boric estaban cada uno en un mismo posicionamiento: uno a la derecha y otro a la izquierda. En Francia se hablaba del candidato chileno que está a la extrema derecha mientras que al candidato de la izquierda no lo describen de extrema izquierda. Esto es excesivamente destructor para el debate político y nocivo para la democracia. La exclusión es excesivamente negativa. La democracia es el debate por excelencia. Dejemos de excluir a los unos y a los otros.

—¿Y cómo ve usted a Cuba hoy?

En Cuba, el partido dirige todo aún. No se tiene más la imagen tutelar de Castro ni de Raúl. Quienes están en el poder no tienen la legitimidad que tuvo Castro con la revolución y frente a la historia. Es una situación a la Brejnev, de decadencia del sistema. Como no logran reproducir una nueva élite, se van envejeciendo y finalizarán como la gerontocracia del Kremlin. Seguramente habrá una transición, como en Rusia que fue muy corta, entre 1985 y 1991. En 1985 fue la llegada de Gorbachov y en 1991 fue la desaparición de la URSS. Seis años son un lapso muy breve. Nada nos permite afirmar que el comunismo en seis años seguirá aún en Cuba. Pero no es el caso de China.

—¿Qué pasa entonces en China?

En China, el partido es muy poderoso y Xi Jinping es un verdadero marxista-leninista. Esto no quiere decir que el modelo sea eterno, ningún sistema es eterno si uno mira la historia. El caso de los chinos es diferente porque estudiaron con lupa el fenómeno de decadencia de la Unión Soviética. Y entendieron lo que no debían hacer: encerrarse y que gobernara una gerontocracia. Cuando Gorbachov llegó al poder, trató de mejorar el sistema introduciendo un poco de democracia. Y eso fue un caos. Los chinos se dieron cuenta de que no se puede poner una gota de democracia.

—Volvamos a América Latina… ¿qué opina usted de Ortega?

Ortega es un antiguo marxista-leninista que se formó en Cuba. Hoy ya no tiene nada que ver con eso. Era un guerrillero, que fue instrumentalizado, armado, instruido por Castro y Moscú. Hoy tiene comportamientos que pueden ser iguales, con elementos dictatoriales, porque el comunismo es dictatorial. Ortega es un dictador que busca beneficios propios y los de su esposa. En Nicaragua hay una prensa que existe. Aunque sea atacada con bayoneta. No todo el mundo está en prisión o liquidado. Es impropio decir que allá hay comunismo.

—¿Y en el caso de Venezuela?

Nicaragua y Venezuela son dictaduras, pero no dictaduras al estilo comunista. En Venezuela hay todavía prensa, hay partidos políticos; aun si no tienen la palabra, existen. En un país comunista esto no existe. Maduro es otra cosa, es un gobierno populista de izquierda, demagógico. Es el grado 0 de la política.

* Ph. D. en Ciencia Política

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