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«Cómo pasé de ser adicto a la heroína a convertirme en guardia del Palacio de Buckingham»

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Paul Boggie admite que los años de adicción a la heroína lo llevaron a perder las ganas de vivir.

Pero tras hacer un cambio radical, se unió al ejército y terminó cuidando el Palacio de Buckingham como parte de los Guardias Escoceses, una división del ejército encargada de la protección de las residencias reales.

Paul empezó a fumar heroína a los 18 años en Craigentinny, un suburbio de Edimburgo, donde vivía.

Recuerda que estaba molesto luego de haber peleado con sus amigos, así que cuando uno de ellos le ofreció consumir droga, accedió.

«Estaban todos amontonados en un pequeño (auto de la marca Ford) Fiesta y solo vi el destello del papel de aluminio, pero no sabía qué era», recuerda.

«Uno de ellos se bajó y me dijo que estaban persiguiendo al dragón. No había agujas, ni cucharas, ni cinturones. Cuando subí al coche olía fatal, como a pescado podrido. Así es como huele el humo de la heroína», describe.

«No me veía como un adicto»

Tras usar su salario para pedir préstamos, pronto acumuló una deuda de 16.000 libras (unos US$21.000).

Paul mantuvo su empleo de repartidor de correo a pesar de consumir heroína todos los días, algo que hacía incluso en los baños del trabajo.

«Todavía podía funcionar», dice.

«No me veía como el estereotipo del adicto a la heroína. (La droga) no había afectado a mi cuerpo», detalla.

Consiguió ocultarles que consumía drogas a su empleador y su familia. Y justificó sus ojos enrojecidos —un indicador característico de la adicción— como la consecuencia de una rinitis alérgica.

«No pensé que fuera adicto, no me lo tomé en serio», afirma Paul, quien tiene ahora 42 años y vive en Fife, en el este de Escocia.

Sin embargo, cuando una redada policial por drogas lo dejó sin poder comprar heroína durante ocho horas, se sintió «aterrado».

«Recuerdo que cuando finalmente coseguí droga, me sentí increíble. Todo el dolor físico, los escalofríos, la nariz y los ojos rojos desaparecieron», describe.

«Pero luego pensé: ‘Oh no, creo que acabo de firmar mi sentencia de muerte'», analiza.

«Fue así como me di cuenta de que estaba en peligro porque amaba la heroína. Recuerdo que pensé que debía ser un adicto», reconoce.

«Renuncié a vivir»

Con el paso de los años, la droga le empezó a pasar factura.

Perdió su trabajo y empezó a verse mal. Sus estados de ánimo estaban alterados y la gente empezó a notarlo.

Bajó dramáticamente de peso y dijo que estaba «esperando morir».

«Renuncié a vivir. Solo estaba enfocado en conseguir heroína. Estaba atrapado sintiendo lástima de mí mismo y la heroína me lo quitaba todo», dice.

«Por suerte, la mayor parte del tiempo mis padres me dejaron quedarme en su casa, pero he dormido en escaleras», detalla.

«No sientes dolor ni frío porque eres feliz dondequiera que estés cuando tomas heroína», asegura.

Paul trató de dejar la heroína 13 veces, pero recayó en todas las ocasiones, hasta que asistió a un curso de la organización benéfica para personas sin hogar Cyrenians.

«Dejaba todas mis drogas y la heroína en la mesa junto con un té con leche que tomaba para tragar mis pastillas. Pero (un día) pasé por delante, apoyé la nariz en el espejo de mi habitación y me pregunté: ‘¿Qué es lo que quieres?'», recuerda.

«Me miré y me dije: ‘No vuelvas a pedir heroína porque no la vas a tener’ y eso fue todo».

Nunca volvió a consumir.

«Me sentí orgulloso de lo que había logrado»

Unos años más tarde, después de aumentar de peso y conseguir un trabajo en la cadena de supermercados Morrisons, se unió unirse a la Guardia Escocesa cuando tenía 30 años.

A los seis meses de unirse al ejército, estaba de servicio en el Palacio de Buckingham.

«Había dejado las drogas, pero todavía sentía que me faltaba algo en la vida», afirma.

«Cuando me uní a la Guardia Escocesa me sentí muy orgulloso de lo que había logrado. Recuerdo haber pensado: ‘Guau, hace unos años era adicto a la heroína y ahora estoy haciendo guardia en el palacio», reconoce.

Sin embargo, después de cinco años en el ejército fue trasladado a un campo de entrenamiento en Inglaterra —con el propósito de unirse a una gira por Afganistán— cuando el camión en el que viajaba se estrelló y se lesionó gravemente la espalda.

Cuando le dieron el alta médica, le recetaron analgésicos para la columna, a los que se volvió adicto.

Durante la cuarentena por la pandemia del covid-19, escribió el libro Heroin to Hero («De la heroína al héroe») cuyas ganancias son donadas a las personas sin hogar.

Allí describe cómo dejó la heroína, lo que le permitió finalmente abandonar los analgésicos.

«Simplemente ahora elijo vivir con el dolor en lugar de tomar las pastillas», asegura.

En la actualidad, Paul ofrece charlas en escuelas en un intento por resaltar los peligros de la adicción, además de hablar con presos en las cárceles, de forma gratuita.

«Las drogas son malas, pero la adicción es horrible», define.

«Es difícil romper con una adicción. Terminas aceptando tu destino y puedes terminar muerto como muchos de mis amigos», dice.

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