Por NATALIA DÍAZ
Soy hija de andaluces. Mi abuela Victoria y mi tío materno fueron los primeros de mi familia en llegar a nuestro continente americano en 1955. El entusiasmo por la modernidad venezolana hizo que mi padre tomara un barco en 1968 para cumplir su sueño de comprar un carro. Ninguno de ellos cruzó el Atlántico por una política migratoria, tampoco por un exilio político.
Los vascos de Chirgua sí lo hicieron en 1950 y esta es la historia que quiero contarles. La “pax romana” lograda en los tiempos de Gómez, cuando cesaron los caudillos, los inicios de la explotación petrolera “con la llegada del mene” y una gobernabilidad pensante que permitió la creación de instituciones, generaron un progreso económico y cultural para el país que fue narrada en cartas que cruzaron los océanos, a pesar de la inestabilidad de esta primera mitad del siglo XX donde llegamos a tener nueve mandatarios durante 23 años (1936 a 1959). En la agricultura los números indicaban la necesidad de generar alimentos en casa y una de las políticas fue la implementación de las colonias agrícolas. Desde el Instituto Técnico de Migración y Colonización, durante el gobierno de Eleazar López Contreras, se diseñó una estrategia de buscar agricultores en el extranjero, el lema se centraba en “regresemos al campo” y para ello necesitaban mano de obra. El vicepresidente del I.A.N, Luis Rodríguez Aizpurúa, fue por ellos, pero la fábula cuenta que iba por canarios. Sin embargo, aprovechó su viaje oficial para visitar a la familia Chalbaud en Deusto, Bilbao, quienes tenían una fábrica metalúrgica. Uno de los empleados, Joseba Zenarruzabeitia, escuchó el objetivo de su presencia en España y así comenzó la historia que cambiaría el valle de Chirgua. Desde el caserío de Eperrena en Bedia emigraron ocho familias de vascos: tres Zenarruzabeitia, dos Meabe, dos Marzana y un Atutxa. Algunos de ellos tuvieron que casarse de inmediato, pues la normativa legal así lo exigía.
En menos de dos meses, el gobierno venezolano les organizó la logística, incluyendo un tren Madrid a Valencia, hospedaje, alimentación y todo el trámite necesario. Durante la travesía cantaban en las noches y la amama Petra tocaba la pandereta. Llegaron a Puerto Cabello después de catorce días, al bajar del barco Portugal bailaron la jota, cuya escena está registrada en el documental de Bolívar Film. Los llevaron al Trompillo por 18 días, donde hicieron la cuarentena. Conocieron las caraotas negras, la carne mechada, los plátanos fritos, las frutas criollas y además le dieron la documentación para su residencia en Venezuela. No es fantasía, es la verdad. La política migratoria en Venezuela funcionaba. No tenías que pagar ningún abogado.
Sus problemas fueron otros. Un valle virgen que debían sembrar de papa y cuya tierra era un bosque de viejos cafetales abandonados. Le dieron las semillas y algunas herramientas. El monte era un universo. Más de seis meses luchando contra la maleza tropical, los mosquitos y las culebras. La auditoría del Instituto les mandó a usar el fuego. Lo hicieron, también lloraron los árboles. La educación fue una piedra en el zapato. Algunos de sus hijos estudiaron en la escuela que hizo Nelson Rockefeller para sus empleados en la hacienda Monte Sacro. Otros los mandaron internos al colegio La Salle y algunos fueron enviados a Euskadi.
Para el momento que hicimos la publicación financiada por la Federación de Centro Vascos de Venezuela y el Gobierno Vasco, todavía vivían seis familias en Chirgua. Javier Laso, el gran promotor de rescatar esta historia, logró que fuéramos hasta Amorebieta para escuchar la historia de Karmele Esturo, con quien comprendí la esencia de la Emakune vasca. Al momento de la entrevista estuvieron presentes sus nietos y sobrinos: todos querían oír la aventura del viaje a América, la repartición de los lotes de 12 hectáreas ubicados en la hacienda La Emilia —por sorteo y con papelitos—, la primera fiesta de cuando habitaron las casas con dos camas, sábanas, ollas y cubiertos, pero sin nevera, o del cine de Chirgua cuyo valor de la entrada era de 1 bolívar.
Hay varias imágenes en mi cabeza de esta migración: ver en un solo pasaporte el registro de una pareja; cruzar un continente sin saber dónde vivirían, solo entendían que trabajarían en una colonia agrícola; la energía de viajar desde Chirgua a Valencia por una carretera angosta y con cientos de curvas, para encontrarse los fines de semana con los amigos en el centro Vasco: jugar a la pelota, bailar el Aurresku o celebrar la fiesta de San Fermín.
Dos años antes, en 2005, hicimos otro libro sobre la historia de los vascos de Carabobo para celebrar los 30 años de Valenciako Euskoetxea, promovida por Laurentzi Odriozola y en coautoría con Arnaldo Rojas. Conversamos con más de 40 protagonistas y la siguiente frase los unía: Nora Goaz? Aurrera goaz ¿A dónde vamos? Hacia adelante vamos. Para cada cita llegábamos con una cámara HD y un trípode, así obtuvimos los testimonios audiovisuales de quienes participaron en la historia contemporánea de Carabobo. Esta memoria no es de guerras o padecimientos, sino de crecimiento, de modernidad, de industrias, de construir ciudades y del enamoramiento del trópico. Descubrimos la memoria sobre la fundación de los palafitos de Morrocoy, los inicios de los talleres mecánicos en Valencia, la construcción de la autopista Caracas – Valencia y del esfuerzo titánico de cómo fueron construyendo cada una de las sedes donde se reunía la colonia vasca, para celebrar, comer y beber, para consolidar la fraternidad, para bailar, para reír.
Yo me alegro cuando recuerdo que mi país tiene una historia de forjadores extranjeros, quienes decidieron dejar sus orígenes por pertenecer al sueño americano. Venezuela recibió agricultores, mecánicos, mesoneros, albañiles, ingenieros, muchas amas de casa o pintor de carteles de cine como mi papá. La modernidad incluía trabajo, pero también recreación, esparcimiento, cultura. Es la vida que todos merecemos.
Natalia Díaz Peña: Del Valle de Arratia al Valle de Chirgua. Vascos-venezolanos 1950 – 2017. Federación de Centros Vascos de Venezuela y Eusko Jaurlaritza-Gobierno Vasco, Valencia 2007.
Natalia Díaz Peña y Arnaldo Rojas: Valenciako Euskoetxea 30º Aniversario. Centro Vasco Venezolano de Carabobo. Eusko Jaurlaritza-Gobierno Vasco, noviembre 2005.
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