«Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el esclavo, es la libertad lo que oprime y la ley la que libera» Jean-Baptiste Henri Lacordaire
El populismo se constituye en el gran reto de la democracia y de la estabilidad política de esta época. Tanto en Norteamérica, en Europa, como en Latinoamérica, el fenómeno progresa incontenible y pernicioso al mismo tiempo. Y a la postre se convierte en el enemigo de la libertad.
“Definitio omnis periculoso” y el populismo estelariza dada su complejidad, al tratar de ofrecernos una definición porque abundan al contrario las susodichas, para referirse al mismo asunto.
Desde sus orígenes y me refiero al vocablo en su uso liminar allá en la vieja Rusia zarista, para señalar a los movimientos contestatarios que llamaban a la reunión de los agricultores, artesanos, trabajadores protestatarios todos, ante la grosera injusticia social; hasta las diversas expresiones actuales de los fenómenos políticos recientes que comparten el término de izquierda y derecha, de nacionalistas y religiosos o acaso aquellos que demandan una nueva democracia como los indignados o los gilets jaunes franceses o los promotores del Brexit, estamos frente a los que se denominan, o así les llaman, populistas.
Hoy la connotación es negativa, peyorativa, agresiva y contiene una sospecha al menos de una política demagógica y autoritaria y por eso, el concepto se presta a variados usos y de hecho deviene inaprensible y pleno de imprecisiones, vaguedades y engañifas.
Me conformaré con el manejo desde la anatomía de la dinámica que origina su convocatoria, sin otra pretensión que la de vehicular algunas ideas que sobre esa materia me vienen al espíritu.
En efecto, intuimos populismo cuando el discurso apunta más a decirle a la gente lo que quiere oír que cuando le hacemos saber lo que necesita escuchar. El liderazgo aparenta estar liderado en la ocurrencia y constituirse en una acción popular, comunitaria, pero, contestataria.
Empero, el populismo es un ejercicio realmente. Son acciones que tienen en común una oferta sistémica en la que el destinatario suele sentirse interpretado en su aspiración que puede y a menudo contiene mucho de su bajo psiquismo y de sus latentes sentimientos hacia la institucionalidad o hacia sus congéneres.
El malestar que imputa a la democracia falencias, carencias, puede ir de lo individual a lo colectivo. Me decía una amiga venezolana residente desde hace muchos años en el Reino Unido que ella creía haber visto el desarrollo de una corriente xenófoba hacia los migrantes y particularmente de Europa del Este que se segregaban y ni siquiera hacían el esfuerzo de aprender la lengua. Posteriormente ese disgusto, esa desazón, sigo con mi amiga, fue esgrimida sin más detalles a la hora de decidir sobre la permanencia en la Unión Europea y agregaba mi amiga venezolana, recordando a Lord Acton, “Inglaterra es una isla y los ingleses aman su insularidad”.
La semana próxima, si Dios quiere, seguiré con esta temática de importancia capital y de enorme significación para América Latina.
@nchittylaroche
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