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Delirios en gris plomo

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Obra de la época blanca de Armando Reverón

«A mí nadie me enseña a pintar.

Las pinturas me las pinta Dios cuando estoy soñando».

 Bárbaro Rivas

 

Yo le quería como a un hijo. A uno lo habían formado así, que los estudiantes de uno eran como unos hijos y yo decidí adoptar esa fórmula. También con él, aunque fuese como un erizo.

Su abuelo decía que parecía como un congorocho metido en un frasco, y no. Era un erizo. Pero no. Ni un erizo ni un congorocho. Era, ose fue poniendo más bien  como un caracol. Tampoco. Sí, era un erizo. Pero no era solo un erizo, era varios y con esas condiciones variables amanecía un día y al otro con otras peculiaridades igualmente puyudas. Un día, era erizos de mar de distintos colores y procedencias abundantes en la mar y, otro día, erizo de río de distinto color y tamaño. Había unos del color del gris plomo…Es que hasta su cuerpo lucía como lleno de pinchos…

Se había perdido toda confianza. En sí mismo y mucho más en los otros. La compasión se había marchado. Parecía que ya no quedaban otros colores, distintos colores; solo gris en medio de la oscuridad.Como cuando se busca algo sin poderlo encontrar, aunque estuviera a la vista, así me pasaba con él.Se nos hacía indescifrable, inaccesible.Acaso era asunto virginal, quién sabe. Acaso era un infierno por dentro como la lava de un volcán que no acababa de salir… Acaso era una oscuridad mayor a la de afuera que lo encandilaba….

Había salido de la iglesia sin terminar de entender qué hacía allí ese Señor clavado en una cruz y el oficiante abajo diciendo sermones, en una prédica que no concordaba con su práctica. Había salido dando un portazo y mandando todo al cimborrio. Desencantado y clamando por desacralizar… Eran tiempos de poca fe, de poca esperanza para él, donde se le hacía vana la alegría y todo atentaba contra algo parecido a la concordia. Así parece, así decían que lo veían.

Para quien lo mirase, lucía como un animal agazapado entre los matorrales y no se entendía, no se podía entender muy bien si era que estaba al acecho y presto a saltar, o acobardado ante temores infundados, o tímido ante aquellos caudales de generosidad que compartían sus allegados. En todo caso, sorprendía su mudez. Su mudez frente a las pasiones que se estaban moviendo. Había todo un fragor que estaba ocurriendo enfrente suyo, un fragor que le llegaba y le impelía y, sin embargo, no había reacción visible, no había manifestación en el cuerpo de lo que ocurría dentro de sí. No había palabras, ni gestos. Había mudez ¿Qué le hacía callar? ¿De dónde provenía esa especie de retraimiento, ese ensimismamiento como de lápida? Su mudez era mucho más desconcertante porque ya bastantes veces se le había visto en otros lugares, en otros momentos, incluso con las mismas personasen situaciones cuando descollaba de gracia y de verbo florido. En donde llamaba la atención con su pico de oro y sus acentos gestuales, como el mejor de los actores, como si viniera de una especial escuela de histriones veteranos….

Me preguntaba si su silencio era producto de tantos años bajo aquella estructura expresada en esa arquitectura opresiva o si es que provenía, realmente, de algún tipo de rebeldía… Era una especie como de no hablo porque no me da la gana, porque no quiero participar en esta carrera de locos por la visibilidad, en esta desmesura por el protagonismo, la simpatía y el titanismo. Me cargan las demostraciones de talento. No lo quiero para mí y prefiero el silencio. A veces rompía su propio silencio con una risa soterrada, como burlona, como descreída no de la academia sino de todo el conocimiento acumulado por el ser humano que había estado recibiendo la humanidad entera y que de pronto se le agolpaba a él, solo, como una gran necedad que nos había llevado a la destrucción contemporánea y actual.

El detallazo era que no solamente él estaba en esa condición muda, autoimpuesta de silencio. Era todo el grupo. Era todo un grupo. Una buena franja etaria resistida, como en un ataque de soberbia, a dar su punto de vista. Lo dominante era la introspección, el narcisismo y el estarse hacia adentro o conectarse a distancia con alguien por el teléfono para dejar un chance a la mistificación del otro, a su mitificación, al vuelo romántico de saberse escuchado y querido al menos por una sola persona al otro lado del auricular.

Lo dejaba estar, lo dejábamos estar y ser como era, como eran. Siempre hubo un alto respeto por el otro, por la otra, porque fuera como era, porque fuesen como son, como les estaba dado.

Bueno, entonces, que cada palo aguante su vela, pues. Cada mástil del barco sujetando la vela que le hace avanzar en la travesía… En el fondo queríamos esa noción de barco con todos soplando en la misma dirección, con todos remando hacia el mismo propósito y no. No ocurría, como que no era por ahí, esa como que era una idealización y lo ideal es inhumano… Era como apreciar cada quien en lo que era y avanzar con lo que nos hacía comunes. Pero el asunto era que no era uno solo quien hacía de mudo. Todos iban mudos a su manera. ¡¿Cómo íbamos a dejar que se instalara entonces el silencio como forma de expresión? Y, sin embargo, apreciábamos los silencios cuando eran necesarios. Pero ese silencio suyo, ese silencio de todos le ponía un color de gris plomo a la vida… pero, bien visto, ese gris plomo era el que acompañaba las mañanas y las tardes y los mediodías de todos los días ¡¿Cómo no iba a ser entonces gris plomo el color dominante en las expresiones calladas de ese internado?!

Parecían congruentes con el tiempo, con los tiempos que se estaban viviendo o con lo que se estaba gestando y no estábamos mirando completamente bien… Acaso un renacimiento… Era, quizás, la gestación de un tiempo más acompasado con la totalidad, pero con el totalitarismo impuesto que hacía copiar y pegar sin pudor, repetir y repetir sin contradecir para que todo fuese como una película con final feliz, con imágenes edulcoradas del mundo de cada quien presentándose a través de una pantalla pequeñita…. Lo colectivo, la locura colectiva aplastando la conexión individual con las emociones… Resguardados por el idealismo, por el demonio del absoluto, no acabábamos de entender qué era aquella mudez, que era eventualmente aquella sarta de improperios y groserías que a veces sacudían el letargo pero que no pasaban de ser una algazara. Añorábamos otros tiempos con sentimentalismos… ¿por qué no dejar que el silencio se adueñara de todo, entonces? Y que todo se volviera dolor callado, como cantaba aquel bolero. Como que no había alegría de vivir, ni motivo que celebrar. Había, sí,un vivir para trabajar y no un trabajar para vivir y ese esquema aplastante formaba parte del todo generador de mudez…

Percibo que era una rebeldía metida en una gran olla de presión, con torpezas afectivas incluidas frente a una realidad que no se correspondía con preceptos antiguos aprendidos al calco; porque esa realidad era una copia de modelos y estructuras importadas al pelo desde las grandes ciudades, desde las expresiones de un mundo más moderno, más a la moda… impuestas por paisanos desde el desarraigo y desde la vergüenza de ser quien se es. Y ya no se quería andar con esas vestimentas, sino aproximarse a algo como la naturaleza y encontrar eso a trocha y mocha, a salto de mata. Atinar con algo parecido a la autenticidad que creían existía en algún lugar del alma o del corazón.

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