Mientras Nicolás Maduro recicla su ramillete de promesas incumplidas años tras año, la ciudadanía venezolana se apresta a recibir unas Navidades en las que solo se escucharán las campanas de la hiperinflación y de la crisis de servicios públicos. Es no solo inaudito, sino tremendamente cínico, que después de 22 años continuos de “revolución”, Maduro salga, otra vez, con el ritornelo de que “ahora sí vamos a remediar el drama de los apagones y de las fallas de los acueductos”. ¡Puras mentiras!
Otro fenómeno que en vez de aminorarse se incrementa, es el de la hiperinflación. Por sus efectos tan nocivos es que de nada le sirve a los trabajadores los reiterados aumentos salariales, porque bolívar que entra al bolsillo de cualquier mujer u hombre de nuestro país, sale convertido en aire por el impacto que produce en el poder adquisitivo esa desencadenada espiral que también licuó el bono de Navidad, aguinaldo o paga extra, que se le otorga con carácter de atenuante económico a los miles de obreros y empleados que aun sostienen su trabajito en Venezuela. Solo basta con confrontar esos devaluados ingresos en bolívares con los precios de cualquier producto que la gente pretenda comprar, para cerciorarse que no pasa de ser una ilusión fugaz esos aguinaldos o bonos compensatorios del salario.
Es un castigo no solo creciente sino sostenido en el tiempo, porque años tras años se repite la misma historia que cuenta los estragos que ocasiona esa galopante hiperinflación. Para que veamos como se explica esta tragedia en la vida cotidiana, tenemos que al día de hoy una persona recibe como salario mínimo 7 bolívares por mes, monto que se traduce en 1,5 dólares. El artículo 131 de la Ley Orgánica del Trabajo define los indicadores para la adjudicación del esperado bono en Venezuela y en consecuencia se calcula un mínimo de 30 días de salarios y un máximo de 120. Esa es la economía real en la que se da la desilusión que experimenta un trabajador al percibir 28 bolívares agregados a su último mes del año, equivalentes a 6 dólares calculados a tasa oficial.
Lo que no se le puede ocultar a la gente es que los precios de todos los productos y servicios en Venezuela están dolarizados desde hace mucho tiempo. Esa avalancha inflacionaria arrastra los zapatos, ropa y por supuestos los alimentos que además siguen escaseando, salvo en los famosos bodegones en los que se consigue de todo, pero a precios de oro.
Y ante ello no escapan las prendas de vestir y calzados, mucho más a finales de año cuando se acostumbra a estrenar para Navidad y Fin de Año. Un solo dato basta para asimilar esta locura: “Una mujer necesita aproximadamente 105 dólares para adquirir un pantalón (20), una blusa (15), zapatos deportivos (25), vestido (25) y sandalias (20), de acuerdo a una reseña del portal La Prensa de Lara”.
Lo que sí abunda es la informalidad, tanto que según cifras que aporta León Arismendi, “según con un estudio del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello publicado el mes pasado, el nivel de informalidad laboral en Venezuela se ubica en 84,5%, lo cual equivale a que ocho de cada diez trabajadores en el país están en el sector informal”.
Ah, pero hasta ahí no llega todo ese descalabro, tenemos por otro lado que “de acuerdo con el último estudio de precisión ciudadana realizado por el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, casi un tercio de la población del país denunció perder la energía eléctrica en sus hogares todos los días. Indicaron que la ciudad que ocupó la mayor proporción en la frecuencia de seis a tres días a la semana fue Punto Fijo (24%), seguida muy de cerca por Valencia (23,9%). Por su parte, Barquisimeto (34,7%) y San Fernando de Apure (28,0%) son las ciudades donde se ubicó la mayor proporción de usuarios con interrupciones eléctricas una y dos veces por semana. Entre otras frecuencias, Caracas (20,1%) y Barquisimeto (9,5%)”.
La verdad es que se confirma que con esta tiranía no valen los diálogos falsos, ni las elecciones fraudulentas, tampoco los aguinaldos ni los bonos navideños.
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