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Ednodio Quintero: “Soy una máquina de soñar”

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Para Ednodio Quintero ha sido una sorpresa ser reconocido por el emperador Naruhito con la Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta por su contribución al intercambio académico entre Venezuela y Japón. “Hasta hace poco ignoraba que se otorgara semejante distinción a personas destacadas en la difusión de la cultura japonesa”, dice el escritor. “Es un privilegio pertenecer a tan distinguido grupo”, añade.

El interés de Quintero por Japón, recuerda, es una larga historia de casi 60 años. Comenzó con el cine de Akira Kurosawa y con lecturas cuando estudiaba en la Universidad de Los Andes. Muy temprano descubrió a Ryunosuke Akutagawa, Junichiro Tanizaki, Yasunari Kawabata y Yukio Mishima.

“Cuando en 1994 cambié de la Escuela de Ingeniería Forestal a la de Letras tuve la iniciativa de dictar un curso de literatura japonesa aprovechando una asignatura llamada Literaturas No hispánicas, que con el paso del tiempo se convirtió en una cátedra. La continué dictando después de mi jubilación en 1999, y solo se vio interrumpida por la pandemia”, cuenta.

Aunque cree que es probable que la literatura japonesa haya influido en su vasta obra, subraya que no es el indicado para afirmarlo y recuerda que todo lo que se lee influye en lo que se escribe. “Nuestra psiquis de escritores no se alimenta solo de lecturas. En mi caso doy importancia a todo: ideas, sueños, anhelos, recuerdos, pensamientos, conversaciones escuchadas en un tren, viejas cartas descubiertas en un baúl. Y por encima de todo a mi viciosa imaginación”.

Ahora trabaja en una serie de relatos autobiográficos en clave de ficción que tituló Últimos días en el planeta Tierra. Empezó el primero de diciembre de 2020 y ya tiene más de 200 páginas. Como dijo el año pasado en un video para la serie Cuarto propio realizada por la librería El Buscón, para Quintero escribir es “un placer, no hay sufrimiento en lo que hago cuando escribo”.

—¿Qué significa para usted recibir un reconocimiento de tal importancia y con un nombre tan bonito: Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta?

—La verdad es que para mí fue una sorpresa acompañada de una enorme alegría y de agradecimiento a las personas que hicieron posible este reconocimiento imperial, en particular al emperador de Japón, Naruhito. Hasta hace poco ignoraba que se otorgara semejante distinción a personas destacadas en la difusión de la cultura japonesa. Desde hace unos años incluyen a contados extranjeros. Y es un privilegio pertenecer a tan distinguido grupo.

—El reconocimiento destaca su contribución a la promoción del intercambio académico y la comprensión mutua entre Venezuela y Japón. ¿Cómo percibe el interés de Venezuela por Japón? Y viceversa: ¿cómo percibe el interés por la venezolanidad en Japón?

—El interés de Japón por Venezuela es notable en lo que se refiere a ciertas manifestaciones culturales nuestras como la música. Las presentaciones de conjuntos musicales criollos en Japón son todo un éxito. Incluso hay un grupo de estudiantes de la Universidad de Tokio que han formado un conjunto musical que interpreta música venezolana con arpa, cuatro y maracas. También, en un plano más banal, les llama la atención la existencia de academias destinadas a entrenar niñas con vista a los concursos de belleza: Miss Venezuela, Miss Mundo, Miss Universo. En lo que se refiere a la literatura, apenas existe una reciente traducción al japonés de Doña Bárbara realizada por el doctor Ryukichi Terao, hispanista graduado en la Universidad de Tokio, con prólogo del doctor Gregory Zambrano, profesor de la ULA, residenciado desde hace varios años en Japón.

El interés de mis paisanos por Japón se limita a lo más exótico. Son los jóvenes quienes muestran su fanatismo por el animé, manga, cosplay, otakus, artes marciales, culinaria y todo lo relacionado con la tecnología de punta: videojuegos, consolas, robótica y smartphones. Aunque en España está de moda la literatura japonesa, esa ola no nos alcanza pues aquí se lee muy poco y los altos precios de los libros tampoco animan la lectura.

—¿De dónde proviene su interés por Japón? ¿Qué tanto ha influido esta cultura en su obra literaria?

—Es una larga historia de casi 60 años, que comienza por el cine de Akira Kurosawa y por mis primeras lecturas de literatura japonesa cuando estudiaba en la ULA. Muy temprano descubrí a Ryunosuke Akutagawa, Junichiro Tanizaki, Yasunari Kawabata y Yukio Mishima. Cuando me trasladé en 1994 de la Escuela de Ingeniería Forestal para la Escuela de Letras tuve la iniciativa de dictar un curso de literatura japonesa aprovechando una asignatura llamada Literaturas No Hispánicas, que con el paso del tiempo se convirtió en una cátedra. La continué dictando después de mi jubilación en 1999, y solo se vio interrumpida por la pandemia. ¿Influencia de la literatura japonesa en mi obra? Supongo que sí, pero no soy la persona indicada para afirmarlo. En realidad, todo lo que se lee influye en lo que escribes. Y así como he leído cerca de 400 libros de literatura japonesa, son miles también los que he leído de otras culturas. Por otra parte, nuestra psiquis de escritores no se alimenta solo de lecturas. En mi caso doy importancia a todo: ideas, sueños, anhelos, recuerdos, pensamientos, conversaciones escuchadas en un tren, viejas cartas descubiertas en un baúl. Y por encima de todo a mi viciosa imaginación.

—A una persona que tenga interés por conocer la literatura y el cine japonés, ¿qué autores y obras le recomendaría para comenzar?

—Autores, varios. A los nombrados antes agregaría entre los narradores del siglo XX a Kôbô Abe, Osamu Dazai, Kenzaburo Oé, Banana Yoshimoto. Para comenzar les recomendaría con los ojos cerrados una novela de Natsume Soseki, Yo, el gato. ¡Una verdadera maravilla! ¿Cine? Akira Kurosawa y Takeshi Kitano. De Kurosawa: Rashômon. De Kitano, Hana-Bi, traducida como Fuegos artificiales.

—¿Considera usted que Haruki Murakami debe ganar el Nobel? Aparece siempre en las apuestas, aunque también es muy criticado.

—Tú sabes que el Premio Nobel lo otorga un grupo de académicos suecos y son ellos quienes manejan los criterios que hacen merecedor una vez al año a un autor o autora de tan importante recompensa. Lo que uno opine carece de interés. En el caso de Haruki Murakami, no creo que le haga falta ese premio ni ningún otro. Murakami es un magnífico escritor y además un superventas. El mejor premio para él es saber que tiene lectores fieles e incluso fanáticos en todas partes del mundo. Por supuesto que lo critican bastante, con mayor saña en su país. Pero muchas de esas críticas rezuman envidia.

—¿Recomendaría alguna obra de él?

—Recomendaría varias. Sin embargo, para alguien que no lo haya leído le sugiero comenzar por Al sur de la fronteraal oeste del sol. Luego puede abordar Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

—¿Cómo es su relación con los idiomas que maneja, el español, con su acento andino, y el japonés? ¿Ha encontrado fronteras o encuentros entre ambos?

—Mi conocimiento del idioma japonés es elemental. Durante los dos años largos que viví en Tokio me permitía la comunicación básica en la calle. Sabía distinguir una tienda de ramen de un local de karaoke. Este es un chiste que le contaba a mis amigos japoneses. Sin embargo, no me alcanzaba para leer literatura. Mi conocimiento de la literatura japonesa lo he adquirido en traducciones al español, inglés y francés.

Mi acento andino se nota cuando hablo. Escribo en un español muy particular, enriquecido por la tradición oral de la que provengo y por los miles de libros que he leído, además de los escritos en español (Borges y compañía), las traducciones que ocupan los dos tercios de mi biblioteca. Ah, y por la herencia del pop y el rock and roll. ¿Encuentros entre el español y el japonés? Apenas la facilidad de pronunciación de ambos idiomas. Por lo demás, la lengua japonesa es un invento del demonio.

—¿Qué le gusta, qué admira, qué le sorprende de la cultura japonesa?

—En general admiro su visión humanista del mundo que se traduce en la tolerancia religiosa y en el respeto por los demás. Por otra parte, al no profesar el cristianismo carecen del sentido de la culpa. Disfrutan la alegría de vivir.

—¿Es una deuda pendiente con usted vivir en Japón?

—Ninguna deuda. Viví dos años en sendos períodos con una beca de la Fundación Japón. Hice otro viaje corto invitado por el Instituto Cervantes de Tokio. Aunque suene un poco exagerado, puedo decir que en Japón fui feliz. Ahora, en el otoño de mi edad, pasaré el resto de mi vida en Mérida, mi herida. Y me permitiré soñar que paseo por las calles de Shibuya al atardecer.

—Siendo un gran conocedor de la cultura japonesa encontramos en su obra una importante presencia de los Andes, junto con, entre otros, el cultivo de lo onírico y lo fantástico. ¿Podría reflexionar sobre la complejidad de su bagaje cultural?

—He tenido la inmensa fortuna de haber nacido en una aldea de los Andes aislada del mundo. No había electricidad ni carreteras ni agua corriente. Se cocinaba con leña, el agua se recogía directamente del río y se viajaba a caballo. Salí de aquel mundo medieval a los 6 años y solo regresaba por vacaciones. Años después tuve la oportunidad de viajar. He vivido largos períodos de mi vida en Ciudad de México, París, Tokio, Madrid y Barcelona. Me fascinan las grandes ciudades: Nueva York, Buenos Aires, Ámsterdam, Munich. Estuve en África (Costa de Marfil). En fin, creo que ese contraste entre “el niño de Las Mesitas”, como me llamaba mi querido amigo Julio Miranda, y el adulto viajero, además de una experiencia de vida muy intensa y variada producen un coctel con muchas aristas. Pero lo más importante de mi formación como escritor lo debo a mis lecturas. He sido desde siempre un lector omnívoro.

—Dice Carlos Pacheco que también hay una transición en su obra del imaginario rural al urbano y posmoderno, aunque de algún modo vuelve al origen. Quisiera preguntarle si considera que su obra se alimenta siempre de la realidad, aunque esté tocada por lo fantástico.

—Carlos acierta en sus análisis. Él fue un gran amigo y estudioso de mi obra. Creo que existe un equívoco cuando se me califica de autor de literatura fantástica. Cierto que he escrito algunos cuentos (pocos) que pudieran entrar dentro de ese género. En realidad, los géneros no tienen ninguna importancia. Lo que pudiéramos llamar con cierta pretensión mi estilo se nutre de la imaginación desbordada y también de lo onírico. Por supuesto afincado en lo real. Soy una máquina de soñar. Estoy de acuerdo con Borges cuando dice que la literatura no es más que un sueño dirigido.

—¿Puede ser complejo para un escritor venezolano que su obra no absorba elementos de una realidad tan dura como la nuestra?

—Si te refieres a lo que he escrito, puede ser que estemos ante un nuevo equívoco sin importancia. En mi primera novela, La danza del jaguar (1991), hay elementos claros y precisos que se refieren a la realidad del país. En el libro segundo titulado Lección de física aparecen unas escenas donde se habla de forma muy precisa, aunque se ubique en otra época (licencias de la ficción), de la tristemente famosa masacre de El Amparo. Y sin ir muy lejos, mi relato “El arquero dormido”, escrito en 2002, publicado años después, es una premonición acerca de la ruina que amenazaba al país. Lamento haberme convertido en un Nostradamus vernáculo. Ah, y por último, el año pasado estuve publicando los “Fragmentos de un diario sobre el año de la peste”. El lector de esos fragmentos entenderá que más claro no canta un gallo. Tal vez lo que ocurre en mi caso es que no escribo panfletos ni me comporto como un hater ni participo en las polémicas tendenciosas y estériles de los medios, ese saco de grillos: Twitter, Facebook, etc. Cuando escribo intento hacer literatura.

—Los cambios en el país en los últimos años han sido tan drásticos que quizás a veces no nos damos cuenta. ¿Qué tanto ha cambiado el ambiente andino donde reside? ¿Hay algo de ese universo que extrañe ahora?

—Cierto, los cambios han sido tan drásticos y dramáticos que solo podemos hablar de destrucción. No vivo de la añoranza. Intento seguir el consejo de Heráclito: estar vivo y despierto.

—Hay personas que tienen esta idea: Venezuela ya no existe o Venezuela está arrasada. ¿Les respondería algo desde la posición de alguien que vive en el interior venezolano?

—El interior no escapa a la destrucción. En ciertos aspectos la sufre en mayor grado que la capital.

—¿Qué personajes literarios se pueden inventar bajo esta realidad? ¿Puede ser el terror una respuesta?

—¿Mandrake, el mago? Cada escritor inventa los suyos. Pienso que el terror conduce a lo peor. De cualquier manera, la ficción no podrá alterar la realidad. Y nuestra cruda realidad supera cualquier intento de ficción. Basta con ver las noticias del día a día.

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