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Otra tierra, otro mar

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Por LUZ MARINA RIVAS

“El periodismo narrativo que hoy leemos como información dentro de unos años será leído como memoria.”

Alberto Salcedo Ramos

¿Cómo narrar el éxodo de un país en crisis a partir de la historia pequeña de una humilde mujer colombiana que mira desde la ventana de su vivienda precaria procesiones interminables de caminantes cansados y hambrientos y siente el imperioso deseo de auxiliarlos? ¿De qué manera se puede hablar de una migración forzada desde la experiencia de una adolescente que debe volverse adulta de un día para otro, de una manera cruda, para mantener a su madre y a sus hermanos en un país extranjero? ¿Cómo se cuenta el vivir a la intemperie una pandemia desde la experiencia de una joven médica venezolana que se conmueve por el sufrimiento de sus connacionales? ¿Cómo, pues, acceder a la dimensión humana de la historia que hoy es presente y que mañana será memoria en más de un país? El cronista venezolano Boris Muñoz parece iluminarnos cuando explica: “Creo que la crónica necesita conjugar la mirada subjetiva con una experiencia transubjetiva y, en ese sentido, una experiencia colectiva. Su importancia debe trascender lo meramente subjetivo y conectarse, por algún lado que a veces resulta ser un ángulo imprevisto, con un interés colectivo” (1). Podemos entender esa mirada subjetiva del cronista atravesada por su experiencia de entrar en contacto con el Otro, aquel cuya historia se narra, porque tiene interés para el colectivo, porque desde el relato es posible que el lector pueda acceder a cómo ha sido vivida una experiencia por ese Otro, filtrada por el cronista que ha empatizado con él. Esa historia es apropiada por los lectores de la prensa, porque les concierne, porque los interpela, porque ellos mismos forman parte del colectivo afectado. Así, este género cuyo valor literario ya es reconocido por escritores y críticos se constituye en una literatura de emergencia.

La crónica, ese “ornitorrinco de la prosa”, según Juan Villoro, que es también “literatura bajo presión” (2), que como la novela narra el mundo desde la interioridad de los personajes; que toma elementos del reportaje, del cuento, de la entrevista, del teatro, del ensayo y de la autobiografía, resulta ser el género que está dando cuenta de la historia de la Venezuela contemporánea.

Se trata de una Venezuela herida, de familias fragmentadas y dispersas por el mundo. En particular, es el género de la crónica el que está dando cuenta del éxodo de venezolanos hacia Colombia, de la última oleada de una migración que ya se ha hecho agudamente forzada, desde 2017. Se trata de una población expulsada por la persecución política, por la precariedad económica resultado de una inflación galopante traducida en pobreza extrema, por el desamparo institucional, por el deterioro o desaparición de servicios públicos elementales, por la crisis del sistema de salud, por la violencia de la inseguridad provocada por un hampa que actúa mayormente con impunidad o la violencia represiva del Estado. Los migrantes ya no llegan por avión, sino en autobuses y a pie. Muchos deben cruzar por trochas ilegales, vigiladas por grupos delincuenciales que los extorsionan. Lo hacen por no poder contar con documentos vitales como los pasaportes, inaccesibles para la mayoría de la población, o por la decisión del cierre de fronteras entre los dos países, como consecuencia de la ruptura de relaciones diplomáticas entre Venezuela y Colombia. ¿Qué urgencias puede sentir un venezolano que se arriesga a cruzar la frontera por estos pasos peligrosos? Nos lo dicen las crónicas, algunas de las cuales están narradas directamente por sus protagonistas.

Para el momento de la publicación de este libro que tenemos entre las manos, han llegado casi dos millones de venezolanos a Colombia, aproximadamente un tercio de la totalidad de la diáspora venezolana en el mundo. Aquí recogemos historias particulares de unos pocos de ellos, pero que se parecen a las de muchos, que nos conectan con la transubjetividad de que habla Boris Muñoz. Los autores son en su mayoría cronistas venezolanos. La motivación de esta antología es la necesidad de reunir esas historias dispersas que se van quedando en los periódicos de ayer para construir una pequeña cartografía de esta “historia desde abajo” o “historia pequeña”, que contribuya con el conocimiento de este momento histórico crítico que viven los venezolanos, que trascienda el presente, propio de las publicaciones periodísticas. También se busca la solidaridad de la sociedad colombiana, del país de acogida. Las políticas del gobierno colombiano para la migración venezolana han sido mucho más solidarias que las de otros países, los latinoamericanos en particular, a través de mecanismos de legalización de los venezolanos como el Permiso Especial de Permanencia (PEP) o el Estatuto Temporal de Protección, que significará para los migrantes la posibilidad de vivir y trabajar legalmente por diez años. Sin embargo, Colombia no ha tenido tradición de país receptor de migrantes. Los flujos continúan y esto produce en algunos sectores brotes de xenofobia o de incomprensión. No resulta fácil la integración de los venezolanos en el sistema escolar, en el mundo laboral, en la convivencia entre vecinos.

Hay también un interés personal. Como migrante retornada que soy, estas historias me conmueven profundamente, por su humanidad y por los ejemplos de coraje de unas, de solidaridad de otras, así como por el valor literario de las mismas. La literatura como arte se hace vehículo de trascendencia de estos relatos y fuente para la historia del futuro. Por ello, me propuse estudiar estas crónicas en el marco del proyecto de investigación titulado Narraciones del país a la distancia: Crónicas y testimonios de la diáspora venezolana en Colombia, que he desarrollado como docente e investigadora en el Instituto Caro y Cuervo, en Bogotá. Esta antología es uno de los productos de esta investigación.

El libro se organiza por ejes temáticos en cuatro capítulos. El primero se titula “Frontera en tensión”, que reúne crónicas que recogen los problemas de la migración pendular (los venezolanos que van y vienen), crónicas sobre la ciudad de Cúcuta como punto neurálgico de la llegada de los caminantes y sobre el hito de la deserción de militares venezolanos en 2019, cuando ocurrió el fallido intento de ingresar ayuda humanitaria desde Cúcuta, con el presidente interino Juan Guaidó a la cabeza, y el posterior abandono de esos militares a su suerte. El siguiente capítulo, titulado “Caminantes”, reúne historias del éxodo de quienes llegan a pie, sin medios económicos. Sigue “Sueños postergados”, historias de la llegada y de las luchas de personas de diferentes clases sociales, ya viviendo en Colombia. El tercer capítulo es la historia de la pandemia y sus consecuencias para los venezolanos en situación inestable: “La peste y caminantes de nuevo”. Finalizamos con “Solidaridades de lado y lado”, sobre colombianos y venezolanos que desde su situación, aunque no necesariamente con grandes recursos, se han involucrado activamente en ayudar a quienes lo necesitan.

La mayoría de las crónicas aquí recogidas forman parte de las historias publicadas por el portal La vida de nos, dirigido por Héctor Torres y Albor Rodríguez.  Este portal recoge decenas de historias de venezolanos comunes y anónimos, con experiencias vitales importantes, que muestran la fuerza, la entereza, la capacidad de lucha de cada uno de ellos, muchos residentes en el país; otros, migrantes en diferentes destinos. El portal declara que su visión es “ser una importante referencia en la divulgación de experiencias de vida que contribuyan con la reconstitución del tejido social y la preservación de la memoria del país”. Los autores de La vida de nos que participan en este libro son Lizandro Samuel, Raylí Luján, Zandy Aliendres, María Gabriela Méndez, Paula Ardila, Marcela Madrid, Erick Lezama, Gerardo Guarache Ocque y Luis Rivero. En este portal se explica la poética de sus textos, que según ellos se adscriben a un género a medio camino entre la crónica típicamente periodística y el relato literario. Buscan utilizar los procedimientos de la ficción para generar emoción en el lector y hacer de las personas, personajes. De hecho, los teóricos de la crónica entendida como literatura prácticamente dicen lo mismo. Así, en la excelente compilación de crónicas latinoamericanas de Darío Jaramillo Agudelo (3), obra en la que también los cronistas hablan sobre el género, hay citas memorables: “La crónica es la encrucijada de dos economías, la ficción y el reportaje” (Juan Villoro, p. 578); “La crónica es el género de no ficción donde la escritura pesa más. La crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión. ¿Hacer literatura? ¿Literaturizar?” (Martín Caparrós, p. 609).

Por otra parte, tenemos las crónicas del escritor y comunicador Leo Felipe Campos, quien durante los años en que vivió en Colombia se aventuró a hacer difíciles trabajos de campo viajando a Cúcuta, Cartagena, Soledad, Bucaramanga, donde recogió historias de personas en situaciones altamente vulnerables. Leo Felipe Campos realizó sus trabajos, como enviado por la Fundación Plan. Por su parte, la también escritora y comunicadora Dulce María Ramos viajó a Cúcuta, por su propia cuenta, a realizar un peligroso itinerario por los prostíbulos de la ciudad y a entrevistar a venezolanos de la migración pendular. De esta experiencia, escribió las tres crónicas de su autoría aquí incluidas.

El caso de Luis Felipe Franquiz es muy especial. Las crónicas que publicamos son autobiográficas y cuentan su experiencia de llegada a Colombia por una trocha y su viaje de regreso a Venezuela durante la pandemia, caminando por 554 kilómetros. Este último relato, “Yo regresé caminando a Venezuela” ganó el Premio a la Excelencia Periodística 2021 de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) en la categoría Oliver F. Clarke de Crónica.

Entre las crónicas de los caminantes, se destaca también “El yo acuso de los caminantes”, del sociólogo, comunicador, editor y gestor cultural Tulio Hernández. Esta crónica, producto de la visita a un refugio improvisado de caminantes, conmueve por su aproximación emotiva y la forma de comunicar la tragedia de los caminantes in situ.

Una conmovedora historia, “Mi vocación es lidiar con los muertos”, escrita por Tania Tapia Jáuregui, publicada originalmente por Cerosetenta en Colombia entra en esta antología gracias al generoso permiso de este medio. También fue reeditada por La vida de nos. Cuenta la historia de dos colombianos, una tanatóloga wayúu y el dueño de una funeraria en Cúcuta, que ayudan a los venezolanos que pierden a un ser querido en la frontera a darles sepultura, e incluso entierran a venezolanos asesinados o muertos en la frontera a quienes nadie reclama.

Finalmente, a partir del relato testimonial Arturo Hurtado, titulado “La travesía”, inédito, intento una crónica de mi lectura de este relato de una compleja travesía desde San Antonio, en el Estado Táchira, hasta Medellín.

Esta antología quiere ser un espacio más para que los colombianos y los venezolanos puedan hermanarse una vez más, como lo hicieron en otras épocas de dificultades para los dos países.


Referencias

1 Muñoz, Boris. “Notas desabotonadas. La crónica latinoamericana”. Jaramillo Agudelo, Darío, ed. Antología de crónica latinoamericana actual. Alfaguara, 2012, p. 631.

2 Villoro, Juan. “La crónica, ornitorrinco de la prosa”. Jaramillo Agudelo, Darío, ed. Antología de crónica latinoamericana actual. Alfaguara, 2012, p.p. 577-582.

3 Jaramillo Agudelo, Darío, ed. Antología de crónica latinoamericana actual. Alfaguara, 2012.

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