En el rojo césped de la alfombra, en el mero centro del hotel, ha caído una nave desprendida del cosmos. La puerta metálica del ascensor se abre y sale un tripulante, alto como un poste, en mangas de camisa blanca. Se llama Evguéni Evtuchenko; es sonriente, impulsivo, inmediatamente habla el idioma de los terrícolas, para expresar que está hambriento y que con tanta hambre no puede hablar.
Es el más famoso de todos los poetas grandes de hoy, del presente, tan célebre que en 1963 la revista Life y todos los medios de comunicación del planeta le ofrendaban portadas, comments, fotografías, artículos, reportajes, entrevistas, como si Dios hubiese salido de un huevo en la Plaza Roja y llegara volando hasta el capitalismo, dispuesto a hacer su nido en esos lares.
Es un poeta tan conocido que sus libros se venden por millones y Estados Unidos decidió dejar los amoríos con Evtuchenko, lo que no significa que el nombre del poeta haya dejado de circular en el norte.
Ya no se dedica mucho a los recitales masivos, pero Evguéni Evtuchenko ha sido el poeta que ha recitado sus poemas ante más público en toda la historia de la humanidad: ni Maiakovski concentró tanta gente en un estadio o una plaza, como la multitud que ha tenido embobada este escritor siberiano, cuya voz expresiva y honda ha conmovido a miles de oyentes espectadores dentro y fuera de su país.
Traducciones
Su estadía en Caracas se debe a que la Asociación de Escritores de Venezuela, presidida por Ramón Urdaneta, le invitó con el respaldo de la Embajada de la URSS, ya que existe un convenio entre escritores de los dos pueblos que facilita este tipo de actividades. Dicho convenio fue logrado por Urdaneta, en su primera gestión como máximo dirigente de los escritores y poetas venezolanos.
Evtuchenko tiene los ojos transparentes y azules. Algo debe estar sucediendo en el mundo, porque el hombre no es un cobarde ni un huidizo, no se muestra con el cerebro lavado: algo debe estar pasando, porque esos ojos azules, un poquito agresivos, reflejan poder, sarcasmo, osadía.
Apenas termina de desayunar, abre su cajetilla de Marlboro, marca que prefiere desde hace más de veinte años, y se dispone a conversar con este diario. Están presentes Ramón Urdaneta, Petruvska Simne, Ian Burliai (Embajada), Yuri Isaev y Elena Dorante.
―Me gusta desayunar como los georgianos: con sopa de mondongo ―dice, luego que ha comenzado el día con un desayuno mitad criollo mitad gringo.
En ese instante se le pregunta:
―Su último libro ¿está traducido al español?
―No. Mis poemas han sido traducidos a setenta lenguas, pero en español no me siento feliz, porque en español todavía no tengo buenas traducciones. Traducir poesía es como tocar una mariposa: un movimiento sin tacto y se caen los colores de las alas y después la mariposa no vuela con el mismo cuerpo. Por eso sueño encontrar a alguien que pueda traducirme bien al español. Yo escribo en rima y también en versos libres, pero creo que es mejor no traducir mis rimas, si no se hace en buena prosa.
Segundo cigarrillo. La administradora del hotel le dice al gerente que pida un autógrafo a Evguéni porque le admira “desde hace muchos años”.
―¿Qué escribe en estos días?
―Tengo una novela que es para mí muy importante. La he titulado El lugar de las fresas silvestres y el tema es un mosaico. Hablo de la vida pre revolucionaria, la de los primeros años de revolución, luego de la vida de un poeta, un geólogo, narro el último día de Salvador Allende como lo imagino: lo conocí perfectamente. Es una novela muy libre, que no tiene forma geométrica. En Rusia se han vendido cuatro millones y medio de ejemplares. Pronto saldrá en Estados Unidos, en inglés y español.
―¿Cómo ha sido recibida esta novela en la URSS y en otros lugares?
―Ha habido muchas discusiones: algunos críticos dicen que la obra es genial, otros me atacaron y dijeron que era una obra inmoral. Algunos críticos, hipócritas, me culparon de que esa novela glorifica y elogia el donjuanismo. Eso no es verdad. La he escrito con variedad, como una sopa rusa, que lleva todos los vegetales. Mi sopa incluye hasta carne de autor.
Había que preguntarle si se siente libre, si escribe lo que quiere, si es feliz, si es disidente. Con su segundo cigarrillo enciende su tercer cigarrillo. Quizás es el cuarto cigarrillo. “Tengo que explicar en detalles”, expresa.
―Empecé a escribir desde muy joven, soy un poeta provisional desde los 15 años. No terminé la escuela ni la universidad, me expulsaron por mal comportamiento. Durante esos años publiqué ciento veinte mil versos. Hoy, he publicado tres volúmenes de poemas de toda mi obra y he seleccionado solo cincuenta mil versos: el resto me parece que no ha pasado la prueba del tiempo. El setenta por ciento de lo que escribí, aunque siempre fue muy sincero, lo eliminé… la mierda también puede ser sincera.
Le han traído un jugo de melón, que se ha tomado con algo de sed. Sin embargo, no parece afectado en lo más mínimo por el sol del trópico.
―Durante su tiempo ―continúa― Pushkin, el gran poeta ruso, vendía apenas tres mil ejemplares de sus obras. Cada libro costaba mucho y solo los aristócratas podían leer. Para los años de la revolución de 1917, el setenta por ciento de los rusos era analfabeta. Vladímir Maiakovski realizó una revolución, al inclinar al pueblo hacia la poesía, leyéndole en estadios y plazas. Sus libros alcanzaron tirajes de veinticinco a treinta mil ejemplares. Pasternak solo pudo vender dos mil libros, siendo más complicado que Maiakovski. Este, con su poesía, hizo más primitivo el lenguaje de una manera adrede, para ser más comprensible a las masas.
―¿Esto qué significa?
―Que el poeta tiene que ser más adelantado que el pueblo para elevar la cultura. Es lo que sucede ahora. Nosotros, mi generación, quisimos renovar la tradición de Maiakovski sacando la poesía a los estadios. Cuando organizamos el recital de poesía de 1955, en la Plaza Maiakovski, se congregaron treinta y cinco mil personas. Nuestra generación escribía poemas dirigidos a las masas, pero ya no era necesario bajar el nivel sino elevarnos al nivel de las masas. Es lo que ha pasado con Pasternak: cuando vivió era leído por una élite, ahora los obreros lo leen, lo entienden.
―¿Cuál es su propósito entonces?
―No bajar la poesía sino hacerla tan complicada como la vida de las masas. Quiero hacer poesía polifónica, quiero ser comprensible para todos los obreros y al mismo tiempo para el sabio más inteligente. Esa tarea es muy complicada: la poesía es ahora el género más popular de nuestro país.
―¿Es posible que haya un país donde se venda mucha poesía?
―Para mis volúmenes de la antología faltó papel y solo se editaron setenta y cinco mil ejemplares y ha habido más de tres millones de personas haciendo peticiones para adquirirlos. Sin embargo, este libro ha sido objeto de especulaciones en el mercado negro de la poesía (se sonríe), costaba tres rublos cada ejemplar y en ese mercado negro lo venden entre setenta y cien rublos.
Evtuchenko y el cine
Se ha conocido a través de las agencias internacionales que Evguéni Evtuchenko acaba de terminar su primera película, Kindergarten, en cuya trama mira la Segunda Guerra Mundial a través de los ojos de un niño de ocho años.
―El guión es mío y la dirección también y en esa película tengo un pequeño papel, como un ajedrecista loco que se cree campeón mundial― dice el poeta.
En realidad fue campeón de tenis de mesa y sabe jugar bastante el ajedrez. Quizás ese personaje, que se cree campeón de ajedrez, contiene toda la agigantada ironía de Evtuchenko.
―Yo me siento alumno del neorrealismo italiano ―comenta― y de Fellini. Mi película es una mezcla de Ladrón de bicicletas y Amarcord; el único actor profesional que trabaja allí es el de Mefisto, Klaus María Brandauer; yo le escribí que no tenía ni un dólar para pagarle, solo la hospitalidad rusa. No lo conocía personalmente, él vino y trabajó gratis para nosotros, porque yo fui una especie de padrino de bodas suyo.
Sexto o séptimo cigarrillo. La cajetilla se ha desinflado. Las manos de Evtuchenko tienen algunas sombras de nicotina. Las uñas muestran restos de clorofila: eso parece mostrar que le gusta andar entre jardines, entre plantas.
―Klaus María me contó que siendo un joven de 17 años caminaba por las calles de Viena con un libro mío en la mano. En un parque, una muchacha leía el mismo libro y esto hizo que hablaran de ello; ella es ahora directora de cine y televisión y es su esposa.
Esta película, de acuerdo a lo que manifestó Evtuchenko, es un mensaje para la humanidad, un mensaje contra la Tercera Guerra Mundial.
Los mosqueteros
Como primicia, Evtuchenko adelanta que hará una próxima película sobre las últimas páginas del libro de Dumas, cuando los mosqueteros mueren. Se titulará El fin de los mosqueteros. Los mosqueteros, de jóvenes, mataban por diversión, su heroísmo era utilizado por reyes y reinas para resolver pequeñas intrigas, para estrechos intereses. Será una película con mucha filosofía.
Feliz, como un muchacho que se divierte, Evguéni Evtuchenko siente placer al apuntar:
―Yo seré un Dartagnan viejo; Peter Ustinov será Portos; un italiano hará de Athos; Brandauer será Aramis y Jean Paul Belmondo sería mi lacayo. Los lacayos se convierten en ricos y los mosqueteros vuelven a ser pobres, como cuando estaban jóvenes.
Evtuchenko habla luego de que ya no repite, con asiduidad, aquellos recitales ante multitudes; el año pasado cuando cumplió 50 años de edad, ofreció un recital a unas diecisiete mil personas.
Se le ha planteado la interrogante de por qué no lo hace con la frecuencia de otros tiempos.
―No lo hago muchas veces porque es cosa muy peligrosa: puedes hundirte en el más ruidoso aplauso, perder el control y eso es algo de dos filos. Creo que el escritor debe tener un gnomo sardónico dentro de su alma, que lo pinche. El escritor debe hacer humorismo de sí mismo y no olvidar que nuestra tarea es contar las experiencias de la gente que no escribe.
―¿Cuántos libros suyos se han vendido en la URSS hasta ahora?
―Se han vendido veinte millones de ejemplares míos y yo digo que soy poeta de los que no escriben poesía, soy narrador. La poesía debe ser confesión de ti mismo, y también la posibilidad de dar una voz con eco a quienes no pueden confiar sus propias experiencias. Soy un narrador, no invento cosas. Le tengo envidia a los poetas metafísicos: no tengo imaginación…
―Le pregunté antes si era feliz.
―Solo los idiotas pueden ser completamente felices, absolutamente felices: cuando hay tanto sufrimiento alrededor no hay derecho a ser totalmente feliz: es inmoral ser completamente feliz.
―¿Cuáles son los momentos más difíciles para un escritor?
―El primero no ser reconocido. El momento en que nadie te reconoce. Luego ser reconocido y olvidar que se fue desconocido una vez. Solo un escritor grande se comporta como si fuese un desconocido. Eso es muy importante, de lo contrario se pierde el sentido de la frontera que hay entre el bien y el mal.
Evguéni Evtuchenko se ha quedado pensativo apenas la milésima parte de un segundo. Se ha tomado un jugo de naranja y ha encendido, con el último fósforo de una caja, el penúltimo cigarrillo Marlboro. Es un hombre muy libre y podría asegurarse que representa algo que tal vez nadie represente en el mundo con tanta fuerza: Evtuchenko es como el poder de la poesía por encima de todo.
Esto le transforma en una combinación de utopía y mito.
Él es para el capitalismo, el atractivo número uno del socialismo, y para el socialismo es el desprejuiciado revolucionario, capaz de reflejar la parte buena y aprovechable que pueda tener el capitalismo.
En síntesis: Evtuchenko es la vida. Su poder radica en ser todo lo contrario al dogmatismo que robotiza al mundo.
Mueve su manota-manzana-manopla-derecha, fuerte y sensible a la vez. Un diamante del tamaño del ojo de un pez brilla en su sortija y sus ojos transparentes también brillan.
Mirando hacia el iluminado día venezolano, como un gran niño caído del espacio, Evtuchenko dice, respondiendo a otra pregunta: “Debe existir vida en otros planetas, estoy segurísimo”.
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(Esta entrevista fue publicada originalmente en El Nacional, el 16 de marzo de 1984).
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