El mundo se volvió un caos por criterios sanitarios, pero sobre todo gracias a criterios políticos. El oleaje de la pandemia ha traído también ademanes claramente autoritarios en las sociedades libres, y Venezuela no es ajena a estos procesos. Los métodos segregativos de novelas distópicas se plasmaron en la realidad. Ya se empiezan a ver algunos, pero pronto quizás todos.
Los confinamientos demostraron ser ineficientes para combatir los contagios, pero aún así, por razones que se nos escapan a los ciudadanos comunes, siguen prevalecientes entre las autoridades médicas que están lidiando con la pandemia. Los motivos, claro está, no son plenamente sanitarios.
Las vacunaciones parecen ir por ese mismo camino. No están frenando en absoluto las infecciones, como se pensaba inicialmente. Lo que sí están logrando reducir es el número de muertes y de agravamientos, al menos en apariencia. Ello representa un avance frente a la pandemia, pero no se puede tomar como un criterio infalible para vacunar obligatoriamente a toda la población o, peor todavía, para segregar a quienes no quieran inyectarse las ahora tres dosis.
El hecho de que no veamos la gravedad de esos talantes despóticos solo refleja lo hondo que ha calado el autoritarismo en Venezuela, con una ciudadanía que vio perder sus libertades esenciales en los últimos tiempos. Pero esto incluso va más allá de nuestras fronteras. Octavio Paz llegó a decir que la mentira se había institucionalizado en nuestros países con rango constitucional. Pues bien, en países como Colombia o Costa Rica la obligatoriedad de la vacuna está asumiendo un sendero no muy distinto.
El despertar de las sociedades en Austria, Países Bajos o Italia tiene que servir de reflejo. Las naciones que más han padecido, sufrido y perdido para conquistar su libertad son aquellas que más la valoran. Las manifestaciones que estallaron en días recientes contra los confinamientos son un ápice de ciudadanía, de espíritu y de dignidad nacional, cuando menos.
Esto no implica que el Estado no pueda promover vacunaciones, como en realidad ha ocurrido con un sinfín de enfermades en tiempos recientes. Pero la decisión al final recae sobre el individuo, que es quien eventualmente debe decidir si acepta o no.
Fijar antecedentes como confinar a los no vacunados, impedirles trabajar o excluirlos de cualquier evento social, son solo eslabones en una cadena que terminará por afectar hasta su intimidad. Piense usted que personas como Jennifer Aniston, la reconocida actriz de Hollywood, ya anunció que se había distanciado de las amistades que habían decidido no vacunarse.
Podemos ir más allá: el club de fútbol más exitoso en Alemania, el Bayern Munich, ha decidido rebajar el sueldo de aquellos deportistas que no hayan recibido la vacuna contra el virus chino. A esos niveles está llegando la cada vez más aplastante dictadura sanitaria.
El contrato social con el Estado se rompe ante esas violaciones de las libertades individuales. Lo más grave de todo es que esto se ha producido en las sociedades del llamado “mundo libre”. Los valores de tolerancia, respeto, democracia y libertad se han venido a pique, incluso por complicidad de muchas personas.
La pandemia ha causado estragos, muertes y secuelas en la salud de millones de personas. Pero las embestidas autoritarias de los gobiernos pueden tener un daño aun mayor, afectando a miles de millones de personas. Los criterios sanitarios tienen que empezar a cuestionarse cuando están matizados con tinte político. Ese es el trabajo de la ciudadanía.
En Venezuela todavía no hemos visto esas imposiciones, por fortuna, ni tampoco las agobiantes restricciones segregativas. Pero debemos tener cuidado. Nadie lo vio venir en Europa, lo mismo podría ocurrir aquí.
@anderson2_0
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