En abril de 2016 me enteré de un extravagante suceso: dos cubanos, que vestían el uniforme de la Policía Nacional Revolucionaria, habían arribado a Miami en una balsa. ¿Qué era aquello: una infiltración carnavalesca, otra insolencia del surrealismo castrista, una muestra más de la profunda decadencia de la nación cubana, o simplemente una locura que cada vez tenía menos límites?
Procedentes de la playa habanera de Guanabo, llegaron junto a otros 24 balseros, cuando aún Barack Obama no había suprimido la política conocida como Pies secos/pies mojados, gracias a la cual los cubanos que pisaran suelo estadounidense podían obtener fácilmente un parole bajo la maltratada etiqueta de asilo político. “Llegaron antes de que cerraran el grifo”, me comentó ayer un colega.
Me interesé en aquel extraño caso y logré convencer a los dos policías balseros, el capitán Hareton Jaime Rodríguez-Sariol y el segundo suboficial Michel Herrera Cala, para entrevistarlos en el Diario Las Américas y llevarlos al programa El Espejo, que entonces producía en América TeVé (canal 41). Juan Manuel Cao los presentó ante Miami, les preguntó lo que muchos querían saber, y luego del show en vivo grabamos una segunda entrevista para la emisión de la siguiente noche. Había muchas cosas que preguntarles y éramos los primeros en llevarlos a un canal de televisión.
Que se bajaran de la balsa vestidos de policía era algo insólito. Nos explicaron que la embarcación fue construida en una casa apartada de la capital y que el día de la fuga ellos tenían la misión de garantizar su traslado hasta la costa. Un camión donde viajan dos policías no suele levantar sospechas.
Cuando indagamos sobre sus trabajos policiales, dijeron que jamás habían reprimido a nadie ni siquiera participado en los actos de repudio que sistemáticamente organiza el régimen contra los disidentes en la isla. “Sé que existen. Pero le repito que nunca los golpeé. Nunca trabajé como un policía en la calle”, alegó Rodríguez-Sariol.
Los titulares señalaron que hasta la policía se iba de Cuba. Algunos denunciaron que se trataba de dos espías, otros que eran unos desvergonzados, e incluso no faltó quien sospechara de su salud mental. “Hay que ser muy inocente o estar muy loco para llegar a Miami con el uniforme de la policía cubana, que tanta gente rechaza aquí”, dijo el reportero Rolando Nápoles, quien también los entrevistó.
El hecho causó revuelo en la comunidad de exiliados y se convirtió en un fenómeno mediático. Recuerdo que algo raro sentíamos en el relato y en los personajes, no todo estaba claro, a pesar de sus respuestas en las que se presentaban en la capital del exilio como dos angelitos ataviados con el uniforme de la policía más odiada en la historia de Cuba. No parecía real. Pero, como suele suceder, el olvido se hizo cargo.
Más nunca supe de ellos, hasta que hace menos de un mes el nombre de Rodríguez-Sariol volvió a saltar en las noticias. Su historia, en la que confluyen dos fugas y al menos dos asesinatos, ha impactado a no pocos en Estados Unidos. El 14 de agosto, luego de una alerta ámbar, fue arrestado por el Departamento de Policía del condado de Lackawanna, Pensilvania. En el momento de su aprehensión conducía una rastra Volvo para una empresa de Virginia. Recuerdo que aseguró ser un simple burócrata de la Dirección Nacional de Tránsito. Curiosamente, en Estados Unidos, trabajaba como chofer.
Durante el último mes, el capitán desató una pesquisa de gran magnitud. Detectives del Departamento de Policía de la ciudad de Harrisonburg, junto con alguaciles de los condados de Orange, Greene y Madison, y oficiales locales, estatales y federales, buscaron por toda Virginia a Angie Caroline Rodríguez Rubio, de 12 años de edad, y su abuela, Elizabeth Rodríguez Rubio, de 48 años de edad, ambas de origen colombiano, reportadas por su familia como “desaparecidas”. Y el principal sospechoso de su secuestro era Rodríguez-Sariol. Las rastrearon por carreteras, granjas, lagos, a pie, a caballo, con perros policías y drones. No tuvieron éxito.
Esta semana, Rodríguez-Sariol declaró ser el responsable de las muertes de la niña y la mujer, residentes en el estado de Maryland, cuyos cuerpos fueron recuperados en el condado de Shenandoah y en el Parque Nacional Shenandoah, Virginia. La confesión del cubano cerró un mes de investigaciones con un trágico desenlace para la familia Rodríguez Rubio. El 17 de septiembre el ex balsero enfrentará al gran jurado del condado de Rockingham por asesinato en primer grado, y puede ser condenado a cadena perpetua o a 20 años de prisión.
De acuerdo con el HPD, se suponía que Rodríguez-Sariol trasladara a la niña y a su abuela a una residencia en Maryland a principios de agosto, pero no llegaron allí. El automóvil del cubano, un Honda Civic rojo de dos puertas del año 2001, al que se cree subieron las víctimas, fue hallado ardiendo en la madrugada del 6 de agosto en la carretera interestatal 66, en el condado de Warren, Virginia. El periódico Orange County Review, Virginia, indicó que este vehículo estuvo moviéndose durante varios días por diferentes puntos de la zona hasta que lograron acorralarle.
¿Quién es realmente Rodríguez-Sariol? ¿Por qué cometería este homicidio? Aún no lo sabemos. Siento que la entrevista más importante es la que debemos hacerle ahora, luego de que confesara estos horrendos crímenes.
Mientras tanto, la televisora WDVM-TV, que trasmite para la ciudad de Hagerstown, en Maryland, y para Washington DC., informó que el hombre, como parte de su acuerdo de culpabilidad, llevó a los detectives hasta donde ocultó los cuerpos de sus víctimas. La policía local corroboró que eran los restos mortales de la pequeña Angie y su abuela Elizabeth, con la que el ex agente castrista estaba “obsesionado”.
No puedo dejar de preguntarme si solo fue un crimen pasional de una persona que enloqueció, o si él siempre fue un asesino; si es un hecho aislado o parte de la mala educación del hombre nuevo, esa vulgar y peligrosa creación macabra de la revolución cubana. ¿Qué hay en el fondo de todo esto? Hoy las preguntas son muchas más, y más difíciles, que la primera vez.
La historia de Rodríguez-Sariol me hizo pensar en uno de los grandes riesgos que plantea la película Paraíso, rodada en Miami a comienzos de este siglo por el director cubanoamericano Leon Ichaso. ¿El hombre nuevo es capaz de cualquier cosa, incluso de matar, sin frenos ni remordimientos, con tal de conseguir lo que su psiquiátrica deformación le dicte, lo que su amoralidad simplemente desee? ¿La explosión del hombre nuevo, esa especie de lluvia ácida en forma de fuegos artificiales, será un peligro cada vez más grave?
Es terrible comprobar que el espíritu, enfermo y miserable, de ese hombre nuevo ya no solo deambula por su cuna. Hace tiempo que trascendió la isla y es también parte de la diáspora. Y no creo que esta realidad sea aún una seria alarma para la mayoría, cuando debería serlo. ¿Cuántas espantosas sorpresas más nos deparará la invasión pasiva y constante de ese hombre nuevo, el revolucionario trastocado en emigrante económico, que vemos pasearse cotidianamente, sin que todavía no se sepa mucho de él, por los Estados Unidos?
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