En 2007 la situación económica y la debilidad de las instituciones ya era una amenaza para los proyectos culturales, incluido el Festival Nuevas Bandas. Ese año una opción para realizar el festival, que cumple tres décadas promoviendo el trabajo de las nuevas generaciones musicales, era considerar el patrocinio del Estado.
Pero Félix Allueva, promotor cultural y presidente de la Fundación Nuevas Bandas, se encontró cara a cara con un gobierno que no admitía críticas en una reunión con un gerente de Cantv, Rafael Calvo, quien le dijo que la compañía estaría dispuesta a financiar el festival si se retractaba de unas declaraciones en las que había criticado la gestión cultural del Estado. En un sobre manila, Calvo le mostró a Allueva un informe con sus declaraciones y unas entrevistas en las que analizaba la gestión cultural del gobierno.
“O sea una especie de informe político/policial. En pocas palabras, el gerente de mercadeo de la empresa telefónica del Estado en realidad era un comisario político. Ratifiqué mi postura crítica contra el gobierno, dando como un buen ejemplo lo que acababa de suceder, y me retiré inmediatamente de la reunión”, cuenta Allueva en su más reciente título, El acecho de una silenciosa exclusión (Provea, 2021), que será presentado el 4 de diciembre en la librería Alejandría del Centro Comercial Paseo Las Mercedes y que podrá ser adquirido a cambio de medicinas que serán donadas al Hospital J. M. de los Ríos.
Este y otros testimonios se pueden leer en El acecho de una silenciosa exclusión, donde el promotor cultural contrasta la gestión cultural de un período de la democracia (décadas de los 80 y 90) con los 20 años del chavismo-madurismo.
El punto crucial del libro son los derechos culturales, de los que poco se habla en Venezuela a pesar de que, como resalta Allueva, están expuestos por la Unesco, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en la Constitución venezolana y en la Ley Orgánica de Cultura.
Rafael Uzcátegui, coordinador general de Provea, subraya en el prólogo que el libro de Allueva pone sobre la mesa un tema que considera normalizado en Venezuela: “La discriminación en el disfrute de los derechos culturales por razones políticas. Entre nosotros no se entiende como la violación de un derecho, sino como una consecuencia natural del conflicto político polarizado”.
Allueva señala que antes del chavismo sí hubo censura y represión, pero eran posibles el diálogo o que un opositor formara parte del Estado. Hoy día es inimaginable.
Desde 2003, narra en el capítulo “Comienza el simulacro del Socialismo del Siglo XXI”, hubo decisiones que afectaron el trabajo de la Fundación Nuevas Bandas. Por ejemplo, se volvió imposible programar en espacios que antes eran habituales para la fundación (como la Plaza Bicentenaria o los teatros del centro de Caracas), se prohibió de manera “no oficial” la presencia de marcas comerciales en instalaciones dependientes del Estado y los eventos de la fundación o los artistas opositores eran tildados de “radicales de derecha” o “escuálidos”.
A pesar de todo, el promotor cultural tiene esperanza, y considera necesario tender puentes entre opositores y quienes gobiernan para lograr cambios.
—¿Cómo nace la idea de El acecho de una silenciosa exclusión?
—A partir de una constante pregunta que me han hecho en entrevistas, encuentros, foros, seminarios: cómo la Fundación Nuevas Bandas, y el festival específicamente, han sobrevivido a 20 años de situaciones complicadas desde el punto de vista económico, político, social… Hubo un punto en el que comencé a hacerme yo esa pregunta. Entonces traté de sistematizar un poco la experiencia de la fundación. En ese sistematizar me di cuenta de que, efectivamente, hubo momentos en que la presión del Estado hizo que la fundación se viera afectada en su programación y en su gestión. También estudié un poco derechos culturales, vinculados a los derechos humanos, y por iniciativa de Provea, que en una conversación me dijeron que tenía una información interesante. A partir de allí surge la construcción del libro. Lo que hice fue no centrarme solamente en la experiencia de 30 años de la fundación, sino que me remití a colegas, músicos, técnicos, gestores, managers para que me dieran su opinión sobre cómo habían percibido la gestión cultural bajo el sol del gobierno chavista.
—¿Es natural el proceso de escritura para usted?
—Es extraño escribir para mí porque, primero, yo no soy escritor. Yo llego a la escritura, a hacer unos tres o cuatro libros sobre el rock en Venezuela, porque percibí como gestor cultural que ese ámbito de la música, el pop/rock, no había sido investigado debidamente. Entonces dije “bueno nada, me toca a mí”. Y claro, como de una u otra forma tengo formación universitaria, esa disciplina metodológica, también soy docente, tengo algunas herramientas que me permiten ordenar esto. Pero yo no soy escritor. En tal caso soy un investigador de temas muy puntuales.
—¿Cómo encuentra a la Fundación Nuevas Bandas luego de 30 años?
—Hablar de 30 años es complicado. Sí puedo decir que esta coyuntura que estamos viviendo es la más complicada que ha tenido la fundación, incluso más que su nacimiento. Porque en el nacimiento, por allá en el año 91, no teníamos claridad de hacia dónde íbamos. En este momento, donde sí hay claridad, donde sí hay objetivos, donde tenemos estrategias ya desarrolladas, se nos complica todo por el momento pandemia, el momento político, el momento económico. Todo se ha reunido en esta coyuntura. ¿Qué estamos haciendo? Lo que hacen todas las empresas, los emprendedores, el pueblo mismo: resistir. Tratar de aguantar el palo de agua y seguir adelante. Nosotros hemos ido adaptándonos, tipo política del bambú: nos doblamos, somos flexibles, pero también somos resistentes. Hemos cambiado un poco la línea de los eventos presenciales a los eventos virtuales. Poco a poco vamos a ir regresando a lo presencial. Por ejemplo, la empresa privada prácticamente es casi inexistente como patrocinante de eventos. Hemos recurrido a organismos internacionales que sí están metiendo un poquitico más de dinero para los proyectos que estamos desarrollando.
—¿Por qué en Venezuela no se habla abiertamente de violación de derechos culturales? ¿Qué falta?
—Creo que el concepto de derechos culturales no es nuevo a nivel internacional, pero sí en Venezuela. El sector cultural es como la Cenicienta de la gerencia total del Estado. Todavía el Estado venezolano no termina de entender que si no se hace un buen trabajo en lo cultural, todo lo demás será deficiente. Porque la cultura es la esencia misma de la sociedad. Eso puede estar sucediendo con los derechos culturales, ojo, aplicable a la estructura del Estado y aplicable a la sociedad en general. Hasta los mismos trabajadores del sector cultural no conciben que existen derechos culturales. El desconocimiento y la misma percepción nuestra hacen que no tenga el papel fundamental que debería tener. Cuando te metes en organismos internacionales, e incluso en la Constitución de Venezuela o en la Ley Orgánica de Cultura, te das cuenta de que hay una serie de principios y reglamentos que uno puede utilizar para defender determinados elementos de nuestro quehacer.
—Un punto importante en el libro: el rock como movimiento contracultural.
—El rock es una contradicción. Algunos músicos tratan de ver en el rock únicamente su parte contracultural, la rebeldía. Pero el rock es mucho más que eso. El rock es una contradicción donde hay un componente contracultural, rebelde, y hay otro elemento de mercado, de economía, de producto, de mercancía. Esos dos elementos están constantemente en una lucha y permiten que el rock subsista. Ejemplos hay muchos: el punk nace como un elemento contracultural. En menos de dos años ya era una mercancía. Eso se repite.
—Hace meses Adam Levine afirmaba que las bandas están en peligro de extinción. ¿Usted qué opina? ¿Cómo afecta al festival que no haya bandas como antes?
—Son dos cosas. La primera es esa visión de la extinción de las bandas y posiblemente hasta del género. Eso es cíclico. En los 70 hubo una manada de grandes artistas que militaban en agrupaciones y que de repente se convirtieron en solistas. Peter Gabriel venía de Genesis, Phil Collins venía también de Genesis, Robert Plant venía de Led Zeppelin, entre otros. Después se especuló con la desaparición de las bandas. Eso no sucedió. Cuando a finales de los 90 la electrónica y el mundo de los DJ aparece en la palestra internacional se decía lo mismo: el rock ha muerto, se imponen la electrónica y los DJ. Fue un momento importante para esa figura de una persona con dos platos haciendo música en una tarima. Movilizaba a miles y miles de personas. No desapareció el rock. Lo que pasó fue que se amalgamaron la electrónica y el rock. Posiblemente en este momento está sucediendo lo mismo con la visión de la música urbana, que es muy potente. Ha desplazado a los grupos. Pero eso es cuestión de tiempo. Ya están apareciendo las propuestas de trap metal, donde se unen el metal y la tendencia del trap. La otra parte de la respuesta, específicamente sobre el Festival Nuevas Bandas, es que el festival nace con ese nombre, pero ese nombre no es una especie de camisa de fuerza. En Nuevas Bandas hemos permitido la presencia de solistas. Incluso colectivos vinculados al hip hop o la electrónica. Entonces, aunque se llama Festival Nuevas Bandas, hay que verlo más bien como un festival de nuevas propuestas musicales.
—En el libro menciona lugares que no disfrutaron los jóvenes de los tiempos del chavismo, como el Estudio Mata de Coco, el Teatro Cadafe, el anfiteatro de la Plaza Altamira. ¿Qué recuerda de esos tiempos? ¿Qué tan importante fue la movida nocturna para el rock nacional?
—Me voy a tomar la libertad de darle un pequeño giro a tu pregunta, que puede ser muy amplia porque la vida nocturna, de los locales vinculados al pop y el rock en Venezuela, es muy larga. Te diría que en los últimos años ha habido un cambio significativo en las locaciones y esto se refleja en el punto central del libro que son los derechos culturales. Las locaciones culturales, que dependen del Estado, llámalas teatros, llámalas plazas, centros culturales, han tenido limitantes para ser usadas por los artistas. Esos espacios cada vez son más controlados. Controles como este: vas a la Fundación Celarg para hacer un evento y alquilas la sala, pero cuando mencionas a los patrocinantes te dicen que no es posible porque son marcas privadas que no aceptan. Ya con eso estás matando a más de 50% de los productores o gestores culturales que quieren hacer eventos en el Celarg, un coso que pertenece a todos los venezolanos, no solo a un segmento.
—En el libro vemos el siguiente contraste: la época de la democracia, donde la cultura era afectada por el conservadurismo, y el chavismo, donde el autoritarismo se apodera de las instituciones. ¿Podría reflexionar sobre este punto?
—Al abordar el libro una de mis ideas era hacer una especie de contraste entre lo que fue la llamada cuarta república y la llamada revolución. Si me tocara hacer la comparación y reflexionar al respecto, diría que antes del chavismo, antes de la irrupción de Chávez en el Estado, existía una democracia. ¿Con muchas limitantes? Sí. ¿Con muchos errores? También. Incluso con momentos de represión y censura. A mí me tocó. Milité por muchos años en partidos de izquierda y vivimos directamente esa represión, pero era distinto. Madurar políticamente te permite entender ciertas cosas. Vivíamos en una democracia con muchos más espacios de discusión, de diálogo, de libertades. Eso se refleja en lo cultural. Un solo ejemplo: en los 70, 80 y 90 en el sector cultural del Estado había una grandísima presencia de elementos de izquierda. De hecho, muchos gestores eran militantes de izquierda, gente de pensamiento marxista, gente de pensamiento revolucionario y estaban dentro de las mismas instituciones del Estado. Doy varios ejemplos en el libro de cómo algunos de estos gestores trataron de cambiar el Estado dentro del Estado. En los últimos 15 o 20 años ha sido imposible que le den la gestión cultural de un organismo del Estado a alguien que no sea de la misma militancia ideológica.
—Es importante su relación con Manuel Espinoza. Destaca todo lo que aprendió de él. ¿Cómo tomó que se sumara al gobierno de Chávez?
—Manuel Espinoza, además de ser un muy buen artista plástico, fue un excelente gestor cultural, de los mejores de la década de los 80. Hizo cosas maravillosas en el mundo de la museología. Siempre inventaba proyectos, era un tipo súper creativo. No paraba de crear proyectos para el desarrollo de la cultura del país. Tenía una manera muy particular de gerenciar, era un tipo muy activo, inteligente, con estrategia, que sabía manejar las piezas políticas, sabía moverse muy bien con la izquierda, con la derecha, de generar el diálogo, y era un absoluto militante comunista, pero en el sentido ortodoxo. Sin embargo, lograba el equilibrio y avanzar en los proyectos. Yo trabajé unos cuantos años con Manuel, tanto en la Galería de Arte Nacional como en otros proyectos. Aprendí mucho de él. Creo que parte de mi estilo gerencial es heredado de Manuel y se lo agradeceré eternamente. Pero bueno, vino el cambio e indudablemente Manuel agarró para allá. Manuel sí tenía, o sigue teniendo (he perdido contacto con él), un no sé qué estalinista. Por su misma formación tenía elementos estalinistas, visiones un poco retrógradas, pero bueno, igual se le quería. Posiblemente esa línea estalinista le brotó fuertemente cuando entra en el aparato del Estado. Quizás se inspiró un poco en la gestión de la vieja Unión Soviética y se le salió todo el estalinismo que tenía por dentro. De ahí en adelante nos reunimos un par de veces, hablamos, yo le di mi punto de vista, él me dio el suyo. Siempre lo vi como un maestro y creo que él siempre me vio como un alumno. Nos distanciamos porque él iba por un camino y yo por otro. Creo que la historia ha ido demostrando que Manuel fue un excelente gestor cultural pero en los últimos años, cuando apareció el chavismo, perdió mucho de lo que había ganado en años anteriores.
—¿Es importante el peso de la izquierda en esa época, no? Muchas de nuestras grandes figuras, lo señala en el libro, venían de allí. ¿Puede ser anacrónico asumir esa posición de izquierda hoy? ¿La izquierda se ha agotado?
—No, no, no estoy muy de acuerdo con tu afirmación. Creo que existe la izquierda. Lo que pasa es que, y el mismo marxismo lo plantea, todo cambia. Estamos en constante movimiento, esa es la esencia de la dialéctica marxista. Creo que dentro del marxismo se quedó una especie de cierta ortodoxia. Esa ortodoxia vinculada al mal manejo administrativo es terrible. Pienso que eso en parte es lo que ha ocurrido en el sector cultural. Gente con mentalidad de los años 50. A veces entran personas que tienen una visión sobre el manejo de recursos y la relación con la sociedad que no es la más cónsona. Para resumir, creo que la izquierda existe, creo que la derecha existe, pero creo en la izquierda democrática.
—¿Recuperar las instituciones culturales pasa por el diálogo con el chavismo? ¿Habría esperanza con el gobierno actual?
—Más que una esperanza, es una necesidad. Creo que es necesario que tengamos apertura al diálogo con esos sectores del chavismo y del oficialismo. Más aun, creo que el cambio va a venir de la gente de avanzada, la gente que se está renovando, de las nuevas generaciones, que están entre los 30 o 35 años del chavismo. Yo lo estoy viendo. Últimamente he tenido encuentros con esta gente, he ido a eventos del chavismo y veo que hay jóvenes que tienen visión profesional, que se han formado, que ya no están viendo todo desde la óptica estrictamente chavista ortodoxa, sino que se abren a nuevas opciones. Ya con los mayores de 50 o 60 años que están dentro del chavismo es muy difícil. Tienen la mente como preestablecida. Pero las nuevas generaciones vienen con propuestas más frescas, allí es donde hay que trabajar, es donde hay que tender puentes, dialogar y avanzar.
—¿Consideraría que El acecho de una silenciosa exclusión es una suerte de advertencia o testimonio para las nuevas generaciones para que no se cometan los mismos errores?
—Insisto en que las nuevas generaciones tienen que tener apertura, tienen que dejar a un lado lo ortodoxo. Pienso que tienen que estudiar marxismo, pero tienen que estudiar positivismo, estructuralismo y otras visiones de la sociedad, tienen que entender que los tiempos han cambiado, que no somos la sociedad de la Revolución Cubana y que no somos la sociedad de la Revolución Rusa, ni siquiera de la china porque hasta China ha cambiado. Creo que se impone buscar una vía donde todos los sectores de la sociedad tengan la posibilidad de tener presencia en el Estado, de discutir. No nos podemos cerrar en una visión única. Creo que el gran defecto de esta revolución es la visión única. Tenemos que ampliarla, discutirla y regresar al modelo democrático, hacia allá vamos. Va a triunfar el modelo democrático. ¿Va a llevar tiempo? Sí, pero es que no hay otra opción. Estamos encaminados. Yo me he dedicado en estos últimos años a trabajar y lanzar puentes con la oposición y el gobierno a ver a qué proyectos comunes podemos llegar. Puede ser que sí, estamos haciendo cosas, estamos avanzando. Veo un futuro positivo. Va a costar un poco, porque romper esos esquemas mentales es difícil, pero sí veo con esperanza lo que se nos viene.
—En el libro se refiere a proyectos como el Frente Nacional de Bandas Rebeldes, cuya posición era la de siempre mencionar al gobierno en los eventos. Pero son ideas que no se mantenían. ¿Por qué ocurría esto?
—Hay muchísimos más cuyo promedio de duración era entre seis meses y dos años. Ojo, hablo de proyectos vinculados al mundo del pop y el rock, que es lo que trabajo y de lo que puedo hablar. Son proyectos que vienen con fecha de caducidad porque son cerrados y excluyentes en cuanto a quién entra y de qué manera te tienes que presentar, o de qué manera tienes que decir las cosas. Eso los lleva rápidamente a su muerte. Y si les sumas que se podían hacer porque había dinero pero ahora ya no existe, entonces sencillamente no aguantan porque se sostenían gracias a la constante entrada de dinero por parte del Estado, directa o indirectamente. Pero como te digo esta parte menciono otra: creo que hay otros proyectos del Estado, con clara influencia marxista e influencia chavista, que han logrado sobrevivir porque se han ampliado, han podido integrar a otros sectores de la sociedad. Hacia allá vamos. Los proyectos que van a sobrevivir son los que sean lo suficientemente flexibles y amplios en cuanto a atraer a otros sectores de la sociedad.
—¿Hay un pop / rock del chavismo y otro de la oposición?
—Como expresión cultural es reflejo de la sociedad toda expresión cultural o musical. Por consiguiente, seguro que vamos a conseguir expresiones culturales que van a estar o no de acuerdo con determinadas tendencias políticas e ideológicas. En tal sentido, desde esta perspectiva de análisis, efectivamente hay determinados grupos musicales que se identifican con la ideología marxista, otros que se identifican con la ideología chavista, y otros más con una ideología digamos de resistencia, opositora, incluso de derecha. Hay expresiones de todo eso y mucho más.
—Uno de los testimonios del libro, el de David Meire, apunta, citando a Paul Gillman, que dentro del chavismo se discrimina a los rockeros. ¿Qué opina? ¿Se discrimina a los rockeros tanto en el chavismo como en la oposición?
—No es un problema exclusivo del rock. Ojo, en el rock sucede. Ejemplo: indudablemente si haces un análisis cuantitativo de los aportes del Estado venezolano en el sector cultural hacia géneros musicales, es posible que lo que te consigas sea que un alto porcentaje va dirigido a la música popular tradicional y un porcentaje no tan alto a la música popular contemporánea. Posiblemente en ese porcentaje de la música popular contemporánea haya una mayor presencia de una determinada tendencia que otra. Esa es una visión global. En lo específico, el rock no es el género que goza de mayor aceptación dentro del chavismo, aunque sí hay sectores en el chavismo que luchan para que sea respetado como género musical.
Esa visión que te digo sobre el Estado y su conexión hacia algún tipo de música o tendencia artística pasa en la sociedad en general. Indudablemente Venezuela, en su globalidad, es más afín a los sonidos tropicales que a los sonidos anglosajones. Entonces hay más prioridad hacia la salsa a nivel auditivo y a nivel cultural, incluso hacia la música urbana, con todo esto del reguetón, el dancehall, la cumbia tamizada con electrónica que, por ejemplo, hacia el metal, el rock indie y otros factores del rock.
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