Hace unos días falleció mi amigo Fernando Gerbasi. Dedicó su vida a luchar por Venezuela a través del servicio exterior. Fue uno de los internacionalistas que más influyó, gracias a su amplia visión del mundo moderno, en el diseño de lo que fue nuestra trascendente y eficiente política internacional. Su contribución fortaleció la orientación independiente, soberana y nacionalista que caracterizó esa política durante los gobiernos democráticos (1958-1998). Diplomático de gran experiencia, entendió que una política internacional, eficiente y patriótica exige de un servicio exterior en el que se respete, escrupulosamente, la jerarquía, la antigüedad y el mérito. Somos de la misma generación, compartimos numerosas actividades durante nuestro desempeño profesional, él en el campo diplomático, yo en mis funciones militares, aunque existía, con anterioridad, una importante relación familiar. En todos los eventos, de carácter nacional e internacional, pude apreciar su inteligencia, su sólida formación profesional y su admirable visión política y diplomática. Tan excepcionales cualidades, aunadas a su facilidad de palabra, fueron siempre garantía de éxito, aún en las situaciones más complicadas.
La exaltación de sus méritos, así como el estudio de su brillante carrera diplomática, debe tener particular importancia, no solo para expresar el merecido reconocimiento a su fructífera labor, sino también para que sea ejemplo y estímulo en los jóvenes que se inician en el servicio exterior. Justo es, también, reconocer el loable esfuerzo que realizó la democracia venezolana en la formación de funcionarios de carrera de gran capacidad como Fernando Gerbasi. Después de haber obtenido la licenciatura en Ciencias Económicas en la Universidad de Ginebra, Suiza, con especialidad en Comercio Internacional, y la maestría en Relaciones Internacionales en el Centre d’Etudes Diplomatiques et Strategiques de París, Francia, ingresó, el 1º de noviembre de 1968, al Servicio Exterior como agregado económico de la Delegación Permanente de Venezuela ante la Oficina de las Naciones Unidas y Organismos Internacionales con sede en Ginebra, desempeñando dichas funciones hasta el 15 de febrero de 1972. En esa fecha fue ascendido a segundo secretario en el Instituto de Comercio Exterior. A partir de ese momento desempeñó, en estricto escalafón, las funciones de primer secretario y consejero en el Servicio Exterior.
Ascendido a embajador, el 15 de noviembre de 1979, fue designado como representante permanente alterno ante las Naciones Unidas. Seguidamente fue nombrado embajador en países de una gran importancia para Venezuela: Alemania, FAO, la Comunidad Europea, Brasil y Colombia. Durante la crisis política que enfrentó el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, ocupó las funciones de viceministro de Relaciones Exteriores y, posteriormente, en virtud de su brillante hoja de servicios, fue designado como embajador el Italia y por segunda vez, embajador en Colombia. En diciembre del año 2002 solicitó su jubilación, la cual le fue concedida el 7 de febrero de 2003. A partir de ese momento mantuvo una firme, crítica e inteligente posición en contra del régimen chavista, pero siempre guardando un claro sentido institucional. Al formar parte del Frente Institucional Militar siempre recalcó, en sus charlas y en los debates, el deber constitucional que tienen unas Fuerzas Armadas, en un país democrático moderno, de respetar las instituciones legalmente establecidas y de subordinarse al poder civil. Su señalamiento como conspirador fue una canallada y su exilio una gran injusticia. Acciones de ese orden solo son posibles en un régimen totalitario como el chavista.
Los venezolanos conocen que, al producirse mi pase a la situación de retiro en las Fuerzas Armadas, en medio del convulsionado clima político que vivía el país, fui designado, en 1992, canciller de la República. Ese nombramiento significó para mí un inmenso reto, por lo cual me dediqué a buscar al funcionario más idóneo para secundarme en el ejercicio de mi gestión y hacer la respectiva recomendación al presidente Pérez, para su designación. Ese análisis me condujo a sugerirle el nombramiento de Fernando Gerbasi para desempeñarse como viceministro de Relaciones Exteriores. Cuando le hice la sugerencia, su respuesta me causó preocupación: “Ochoa, es difícil que acepte. Actualmente es embajador en Colombia y su currículum solo le permitiría aceptar la Cancillería. Converse con él y me informa”. Sin embargo, al reunirme con el embajador Gerbasi y hacerle un resumen de la situación nacional y las dificultades que enfrentaba el gobierno del presidente Pérez, su respuesta fue terminante: “Canciller, acepto. Conozco la situación nacional. Venezuela exige un sacrificio. Lo haré gustoso. Estoy seguro que seremos un firme apoyo a la democracia”. Un gesto patriótico, que debe ser reconocido por la historia.
Lo único que puedo agregar es que su desempeño en dichas funciones fue brillante y profesional. Su asesoramiento me ayudó de manera importante en el desempeño de mis funciones, por lo que le estaré permanentemente agradecido. Servimos a los presidentes Carlos Andrés Pérez y Ramón J. Velásquez con absoluta lealtad y profesionalismo. La política exterior, de esos años, fue uno de los grandes baluartes de la transición democrática y, una vez más, la actuación de Fernando Gerbasi, en medio de esa crisis, a favor del progreso de Venezuela y a la preservación de la democracia lo ubica, sin lugar a dudas, en el selecto grupo de los más ilustres venezolanos.
Josefina y yo les enviamos a su esposa, Irene, y a sus hijos, Nathalie, y Vicente, nuestras condolencias y un afectuoso abrazo. Paz a su alma.
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