Hablar de la Academia no atrae. Es como referirse a las derechas o las izquierdas políticas. No tienen buena prensa las políticas de derecha, como tampoco lo académico. Ambas tienen mala reputación. Los derechistas se hacen llamar centristas. Y los izquierdas utilizan las falacias para convertirse en dictadores. Pero, lamentablemente, son más populares, porque se valen del engaño a la gente menos instruida. Es la política del disimulo. Los académicos ni se nombran, por arcaicos. Y así como a fines del siglo XIX todo el mundo quería estar con la Academia –excepto los pintores impresionistas, por supuesto. Ahora todo el mundo quiere estar en la vanguardia. Parece que los críticos tenemos que llevar ese estigma, del error de nuestros predecesores. Y eso hace que muchos quieran estar en la avanzada. Habrá que tener cuidado porque ese “todo vale” puede hacernos caer en trampas de farsantes, muy bien acicalados. No en vano, a cada rato, vemos, en supuestos noveles artistas, unos vulgares plagios de artistas foráneos. Cuidado que los críticos también nos informamos. Y eso de quedar como un remedo es un asunto que deshonra. Recuerden que hoy todo queda registrado.
Conocemos todos la historia de las academias de arte en París, a fines del siglo XIX. Sus desavenencias, sus pasiones. Sabemos, así mismo, que eran varios centros docentes, que practicaban la manera de enseñar, con lineamientos que venían desde el renacimiento. Por supuesto, con todas sus variantes. Como todas las cosas, unas con más prestigio que otras. Destacaban dos: la que dirigía Adolphe Bouguereau –la más ortodoxa– y la que conducía Jean-Paul Laurens –un poco más liberal. Ambos se constituían en los máximos exponentes de la Pintura Oficial de la Tercera República. Superficialmente, para el observador, pueden ser parecidas. La pintura de Bouguereau es estrictamente académica. Una pintura impecable, de seres hermosos, donde el oficio no tenía secretos, de composiciones clásicas y casi siempre rememorando escenas del pasado.
Jean-Paul Laurens (Francia, 1838-1921) –no confundir con Henri Laurens– se orienta hacia la pintura histórica y se permitía pequeñas libertades en sus composiciones. Para Laurens era importante el contenido de lo que se plasmaba. No se iba hacia temas dulzones, sino que al espectador le quedara una enseñanza. Para ese momento surgen en los Salones los temas de Carlota Corday hacia el cadalso, los más dramáticos sobre la miseria y los religiosos. Para 1872, Jean-Paul Laurens era, al lado de Bougeareau, los que imponían el gusto, en los Salones de arte de París. Laurens en 1875 fue nombrado Juez principal –precisamente después que finaliza un plafond en el Panteón de París, que le da gran figuración en los círculos artísticos del Estado. En 1869, obtiene la Medalla del Salón en 3er. Lugar. En 1872 alcanza el Primer Lugar del Salón. En 1877 logra, nuevamente, el Primer Lugar del Salón.
Los archivos de la Legión de Honor especifican que con fecha 12/5/1874 el Estado francés encarga a Jean-Paul Laurens pintar el Techo de la Sala de los Cancilleres del Palacio de la Legión de Honor, también llamado “El Salón del Libro de Oro”, ubicado en París, 7mo. Distrito (antiguo Hotel Salm). Este mural se tituló: “La Institución de la Orden de la Legión de Honor”. El 19/6/1874, apenas un mes después, se le invitaría también a pintar un mural en el Panteón de París, antigua Iglesia de Sainte-Geneviève –el cual había rechazado Jean-Léon Gérôme cuatro meses antes. La Iglesia del Panteón fue un proyecto muy controvertido de la Tercera República y uno de los encargos más prestigiosos para un artista. Ese mismo año se le nombra profesor de la Escuela de Bellas Artes de París. En 1887 es comisionado por el Estado francés para pintar el plafond del Teatro Odéon de París. Lo cual indica que para 1874 el artista se encuentra en el momento cumbre de su producción. Una de las razones de que Laurens obtenía muchos cargos y comisiones es porque era un hombre de una vasta cultura, anticlerical, positivista, ordenado, franco masón y republicano. Amigo de los grandes escritores y críticos de la época como Zola. También de artistas entre los que destaca Auguste Rodin –quien lo nombra su padrino al serle otorgado la Legión de Honor y, posteriormente, cuando se le asciende a Gran Oficial, pide un aplauso al maestro Laurens en reconocimiento a ser la persona que le encomienda las obras de “los burgueses de Calais” y “el pensador”. En su honor le hace una escultura –hoy en el Museo Rodin.
Los bocetos que realizó el maestro Laurens para el Panteón de París reposan en el Museo d’Orsay. Los bocetos del resto de los trabajos públicos de Laurens se encuentran en el Petit Palais en París. Los mismos tienen no solo un valor plástico, sino histórico.
Para 1874 le conceden a Laurens la legión de Honor en calidad de Caballero (Chevalier). Posteriormente, en 1878, se le asciende a Oficial. Para 1900 en función de su excelente gestión al frente de la organización de la Exposición Internacional se le asciende, nuevamente, a Gran Oficial. La legión de Honor fue creada, en 1802, por Napoleón Bonaparte y se concede por méritos extraordinarios, a franceses o extranjeros. Es la máxima condecoración que otorga Francia. Se consideran varios ascensos a la orden: Canciller, Oficial, Comandante, Gran Oficial y, finalmente, la Gran Cruz.
La Academia Julian fue fundada por Rodolphe Julian, en 1867, en París, en el Passage de Panorams. Tuvo gran afluencia de alumnos, ya que fue la primera Academia que aceptaba mujeres en su seno –ya que la École des Beaux Arts no lo permitía. Han sido muchos los artistas célebres que, desde fines del siglo XIX hasta el siglo XX, se formaron en esa Academia.
Laurens fue un hombre muy detallista. Realizaba muchos bocetos de la obra final. Asunto que les enseñaba a sus discípulos –entre los cuales estaban sus alumnos los venezolanos Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Emilio Boggio, Emilio Mauri, Federico Brandt y Carlos Rivero Sanabria, entre otros muy destacados. También se formó ahí el colombiano José María de Espinosa –con lo cual obtuvimos retratos, de primera mano, de Bolívar. También Edouard Vuillard, Pierre Bonnard, Alfonso Mucha, Henri Martin, Jacques Villon y hasta Jalil Gibran. Michelena y Martin fueron de sus alumnos más estimados. Así lo dicen las crónicas de la época. No hay duda que la Medalla de Segunda Clase otorgada a Michelena, en 1887, fue concedida bajo la influencia de Laurens. No obtuvo la Primera Clase pues solo se concedía a ciudadanos franceses. Pero, en esa oportunidad, la Primera Clase se declaró desierta. Por lo tanto todo el mundo infirió que a Michelena se le honró como un primer lugar. Eso convierte a Arturo Michelena en el artista latinoamericano con la condecoración más alta, que se podía otorgar, en el siglo XIX.
Hay muchas analogías entre la obra de Laurens y sus discípulos. También las observamos, en menor medida, en las piezas de la etapa académica de Boggio. Las mismas son: a) innumerables bocetos (esquisse) para las obras definitivas; b) mucho tratamiento de luz y sombra; c) gusto por relatar momentos cruciales de la historia y las religiones; exigía a sus alumnos a leer sobre historia e involucrase intelectualmente en el tema a desarrollar; d) pasión por el dibujo que tiene un detallado que va más allá de un boceto; también en utilizar papeles coloreados impresos, con pequeñas rayas, para dibujar y rasgar la impresión para recrear los blancos; e) utilización de piezas inacabadas para resaltar el elemento principal; f) poco uso del color y gusto por colores neutros.
Ambos estilos –el de Bouguereau y Laurens– eran diferentes. En ambos había los puntos comunes de aprehender bajo los códigos del manejo del dibujo, del trazo, de resolver las proporciones con un modelo. Un asunto que sigue siendo válido para ilustrar a los estudiantes y aprender el oficio. Pero a estas lecciones hay que añadir historia, crítica, ser analítico y la sana práctica del discernimiento. Pero sobre todo ir al ritmo de los tiempos. A fines del siglo XIX ese pensamiento no era permitido. Y por eso ocurren las rupturas.
No había posibilidad de destacarse en el mundo del arte si no había el visto bueno de los Salones. Y si no se era aceptado era impensable poder vender arte. Por eso la enorme lucha de Manet por ser admitido. Y, cuando era aceptado, era el centro de las críticas por parte de todos: prensa, condiscípulos, público. Un verdadero drama que provocó no solo grandes depresiones a los jóvenes artistas, sino hasta el suicidio.
Entre los alumnos de Laurens hubo desavenencias en algunos casos. No ocurrió así con Arturo Michelena, quien le debe la impronta de hacer muchos bocetos previos antes de desarrollar el cuadro definitivo. Igualmente el raspado que hacía a los dibujos para resaltar los blancos. La lectura e investigación por los temas tratados. Manejo extraordinario de las luces y sombras. Michelena sabía que debía volver a su país. Y no podía aventurarse con la vanguardia –ya que esta no sería comprendida y no le permitiría el sustento al regreso a Venezuela.
Pero también hubo muchos que –si bien respetaron sus enseñanzas sobre el oficio– se sumaron a las nuevas tendencias. Entre 1888 y 89 ocurre otro desencuentro en la Academia Julian, con el surgimiento del grupo nabis. Lo mismo ocurrió con los artistas Vuillard, Bonnard o Boggio, quienes de inmediato lo comprendieron. Boggio se interesa primero por la pintura simbólica y luego mira a los impresionistas. Pero esa es otra historia que analizaremos en la próxima entrega.
La huella de Laurens fue enorme entre sus numerosos e importantes discípulos. Poco se honra al maestro. Nunca se recuerda quién nos enseñó las primeras letras. Algunos pocos sí, pero esa es la ingratitud de la docencia. Nunca se organizó una exposición en Venezuela sobre Jean-Paul Laurens y sus discípulos venezolanos. No hay una sola obra suya en la Galería de Arte Nacional. Hemos querido, en estas humildes crónicas, hacer un homenaje a ese docente. No era la vanguardia de su tiempo. Pero dio todo en lo que creía. Para analizar su influencia solo basta con ver a un Michelena antes y después del paso por las clases del Profesor Laurens. Pudo haberse equivocado, pero en su buena fe. Porque siempre se nos olvida que se puede enseñar un oficio. Lo que no se puede instruir es ser creativo. Y esa es la gran lección que deben tomar nuestros artistas.
Imágenes:
(1) Autorretrato de Jean-Paul Laurens
(2) Plafond del techo de la Sala de los Cancilleres en el Palacio de la sede de la Legión de Honor en París
(3) Boceto de uno de los Cancilleres de la Legión de Honor que aparecen en el Plafond
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional