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Espirales y huellas de Juan Malpartida. La aventura de ensayar y dialogar con Montaigne y Paz

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Por SEBASTIÁN GÁMEZ MILLÁN

Juan Malpartida (Marbella, Málaga, 1956) ha cultivado con claridad y hondura casi todos los géneros literarios: desde la poesía (Huellas. Poesía 1990-2012) al ensayo (Mi vecino Montaigne, 2021; Margen interno. Ensayos y semblanzas, 2017) o la monografía (Antonio Machado. Vida y pensamiento de un poeta, 2018; Octavio Paz: un camino de convergencias, 2020), desde el diario (Al vuelo de la página, 2011); Estación de cercanías, 2015) a la novela (Señora del mundo, 2020), siempre con una distinguida altura literaria y de pensamiento, precisamente porque, sea en el género que sea, en toda su escritura late una voluntad de aventura, de ensayar, de experimentar, de ir al encuentro con lo otro, de conversar, de escuchar y volver a sí con algo o mucho de los otros, ampliando la espiral que somos cada uno de nosotros.

A continuación, en espera de que alguien pueda desarrollarlo mejor, voy a procurar aproximarme a su concepción del ensayo al tiempo que trazo una serie de paralelismos y convergencias con dos maestros, dos autores que son faros que le han dejado una profunda huella y no dejan de acompañarle en la escritura como en la vida, si es que en Juan Malpartida, al igual que en estos maestros, se puede disociar lo uno de lo otro: Montaigne y Octavio Paz.

No es fortuito que a ambos les haya dedicado sendos libros: la monografía Octavio Paz: un camino de convergencias (2018), fruto de un largo e inacabado diálogo con el poeta y pensador, y su por ahora última obra publicada, Mi vecino Montaigne (2021), que es un ensayo narrativo (1). Tampoco es casual que ambos autores aparezcan citados en el primer párrafo de una reflexión dedicada a la voz “ensayar”, recogida en abril de 1990 en uno de sus diarios, Al vuelo de la página.

De la mano de Ortega y Gasset, otra figura recurrente en Malpartida y sin duda decisiva para que el ensayo adquiera la mayoría de edad que alcanzará durante el siglo XX en el ámbito hispánico, recuerda que “el ensayo es la teoría sin la prueba” (2). Quizá carezca de una prueba experimental, como acostumbran las ciencias naturales desde la Revolución Científica, pero no de esa otra forma de probar que es la propia en la experiencia del lector, y sin la cual no tiene lugar el reconocimiento ni el descubrimiento, por no hablar de verdad, tal como han reivindicado en los últimos años autores y pensadores como Milan Kundera, Antoine de Compagnon, Tzvetan Todorov o Jacques Bouveresse, en contra de buena parte del pensamiento posmoderno, que parece haber desterrado a la verdad.

Ortega lo formuló certeramente al comienzo de su primera obra, Meditaciones del Quijote: “No pretenden ser recibidas por el lector como verdades. Yo sólo ofrezco modi res considerandi, posibles maneras nuevas de mirar las cosas. Invito al lector a que las ensaye por sí mismo, que experimente si, en efecto, proporcionan visiones fecundas: él, pues, en virtud de su íntima y leal experiencia, probará su verdad o su error”. Ni siquiera es preciso que sean maneras “nuevas” de mirar las cosas, salvo que hayamos caído en la irresistible tentación moderna por la novedad. Con que sean verdaderas, ¿no es suficiente? En todo caso, prefiero la verdad a la novedad.

Cuando Marcel Proust, en El tiempo recobrado, anota: “Todo lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir aquello que, sin ese libro, él no podría ver de sí mismo. El hecho de que el lector reconozca en sí mismo lo que dice el libro es la prueba de la verdad de éste…”. No sólo define, tal como advierte Milan Kundera, “el sentido del arte de la novela” (3), sino el de la literatura que procura descubrir aspectos recónditos y todavía no revelados de la condición humana.

¿No es a esta experiencia literaria a la que se refiere Juan Malpartida en “Los días del tiempo”, su memorable epílogo a su poesía reunida, al observar que al leer a Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Cernuda, Rimbaud, Saint-John Perse, Octavio Paz o Roberto Juarroz (…) no sólo me daban vida sino que me revelaban aspectos insospechados y, también, ampliaban mi propia o intuida vivencia?” (4). Como José Ángel Valente, como Claudio Rodríguez, como Antonio Gamoneda o Pere Gimferrer, Juan Malpartida concibe la poesía y la literatura como conocimiento de uno mismo y, por ineludible analogía, de los otros, nuestros semejantes, diferentes.

Es obvio que el ensayo es un género literario-filosófico abierto, proteico y exploratorio que busca conocer y conocernos, de ahí que no puede estar definido previamente. Malpartida lo describe con estos términos: “Elíptico, tentacular, inesperado” (5). Como cualquier arte, avanza a tientas, probando y experimentando, descubriendo lo que no se sabía antes de haber emprendido el camino. Por ello es una aventura cognitiva y ético-política. En palabras de Juan Malpartida, “ensayar no es pensar menos sino dudar más. El verdadero ensayista es socrático: sabe que no sabe y por eso anda buscando entre las palabras, las suyas y las de su vecino” (6).

Con una dosis de humor rebaja al territorio de las contingencias la gravedad del asunto. Además de la ironía, esta es una imperecedera enseñanza de Sócrates, el saber comienza en todo tiempo desde el reconocimiento de nuestra ignorancia. En la estela de su maestro, Platón a través de un diálogo entre Diotima y Sócrates define en El Banquete al filósofo como aquel que sabe que no sabe, y precisamente por ello desea saber, en contraposición al sabio, que cree que sabe, y justo por eso no le mueve el deseo de saber. Mientras que en la primera postura permanecemos abiertos a la búsqueda del saber, de la verdad, de la libertad, cuya última palabra no existe más que en un horizonte inalcanzable, en la segunda la clausuramos de manera dogmática.

De ahí que, como bien ha indicado Nuccio Ordine en esta línea, “sólo quien ama la verdad puede buscarla de continuo. Esta es la razón por la cual la duda no es enemiga de la verdad, sino un estímulo constante para buscarla. Sólo cuando se cree verdaderamente en la verdad, se sabe que el único modo de mantenerla siempre viva es ponerla continuamente en duda. Y sin la negación de la verdad absoluta no puede haber espacio para la tolerancia” (7).

Y ya que hablamos de duda y tolerancia, resulta casi irremediable no volver la mirada a Montaigne. ¿Por qué elige Juan Malpartida a Montaigne como compañero de aventuras en su hasta la fecha última obra, como principal interlocutor de ese viaje? Encontramos diferentes razones: “Montaigne se incardina en una tradición siempre amenazada, aquella que está contra toda forma de dogma y dogmatismo, una actitud que también lo emparienta con Erasmo, pensador que le precede, y que influyó en nuestro Cervantes” (8). Con Erasmo “comparten el amor por el diálogo, la tolerancia (no exenta de crítica), la capacidad de admirar y el humor”… “Era el más civilizado de los hombres” (9). ¿Qué busca con ello el Malpartida? Semillas de modernidad y libertad.

Es sabido que el ensayo es un género literario-filosófico que se abre paso durante la Modernidad (10). Ciertamente se discute si Montaigne inventa el género o bien es sólo el que acuña el concepto y le confiere una particular forma y características. Ya en sus Essays de 1597 Francis Bacon declaró que “la palabra es nueva, pero el contenido es antiguo. Pues las mismas Epístolas a Lucilio de Séneca, si uno se fija bien, no son más que `ensayos´, es decir, meditaciones dispersas reunidas en forma de ensayo” (11).

Sea como sea, y en contra de una convención ampliamente aceptada según la cual la filosofía moderna arranca con Descartes, estoy de acuerdo con Stephen Toulmin en que “el gambito de salida de la filosofía moderna no coincide, así, con el racionalismo descontextualizado del Discurso y las Meditaciones de Descartes, sino con la reformulación que hace Montaigne del escepticismo clásico en su Apología, en la que tantas anticipaciones de Wittgenstein encontramos. Es Montaigne, y no Descartes, quien juega, y sale, con blancas” (12).

Ahora bien, hay algunos aspectos en los que Descartes anticipa mejor la modernidad: por un lado, prescinde en la medida de lo posible del argumento de autoridad, tan recurrente en la Edad Media y en Montaigne, sometiéndolo casi todo al tribunal de la razón. Y, por otro lado, se trata de una razón matemática cuyos orígenes se remontan a la corriente pitagórica y que atraviesa el pensamiento occidental de Platón a Galileo, entre otros.

¿Qué aspectos comparte Juan Malpartida con Montaigne en su concepción ensayística? 1) La búsqueda a través de la lectura y de la escritura de cómo vivir mejor, convicción humanista y pregunta socrática por excelencia que no abandona a Montaigne por los meandros de sus pensamientos. Sócrates, al que cita en más de un centenar de ocasiones, es su modelo y ejemplo de vida, hasta el punto de que lo considera en “De la experiencia”, su último y a mi parecer más memorable y logrado ensayo, “el maestro de los maestros” (13).

A Sócrates se le atribuye el denominado “giro socrático”, esto es, desplazar el centro de interés de la pregunta por el origen, propia de los presocráticos, a cuestiones ético-políticas. Y en Montaigne estos intereses corren paralelos: “No hay nada tan hermoso y legítimo como hacer bien de hombre… ni ciencia tan ardua como saber vivir esta vida bien y naturalmente”. El fin de la vida consiste en vivir y, especialmente, en vivir bien. No hay arte mayor. El conocimiento y prácticamente todo está supeditado a la vida. Con ello Montaigne anticipa el vitalismo (Nietzsche, Bergson, Ortega…).

Pues bien, en Juan Malpartida me atrevería a sostener que la vocación por la lectura y la escritura es indisociable de la pregunta “cómo vivir”. Como muestra válgame el siguiente botón, las dos citas que elige a modo de pórtico de Mi vecino Montaigne: “Cuando estoy cara a cara con alguien siempre me pregunto: ¿qué vivencias ha tenido esta persona? Cuál ha sido su victoria, o su gran derrota?” (George Steiner); “Me dijo entonces (Hermann Broch) que paralelamente a toda profundización a que procediera en la obra de algún gran maestro, tenía que buscarme a mí mismo” (Hans Fonius). Creo que pueden leerse como dos confesiones que se pueden aplicar no sólo a este libro sino a su actitud vital.

2) El estilo conversacional como procedimiento cognitivo y ético-político. Juan Malpartida compara el ensayo con “la conversación inteligente y apasionada” (14). Algunos estudiosos apuntan a que Montaigne se encerró en la biblioteca de la torre a escribir Los ensayos a la muerte de su querido amigo La Boétie como si pudiera seguir la conversación con él. Es una hipótesis que no podemos verificar, pero en cualquier caso no hay duda en la obra de Montaigne del estilo conversacional como procedimiento cognitivo y ético-político. Según Merleau-Ponty, “el conocimiento de sí mismo en Montaigne es diálogo consigo mismo” (15), si bien ese diálogo es inseparable de la vida y de los otros en sus múltiples dimensiones.

Y creo que este rasgo se advierte en la obra de Juan Malpartida. La estructura del lenguaje es pregunta-respuesta, como apreciamos en los diálogos de Platón. Sospecho que para que tenga lugar un buen diálogo es necesario que los interlocutores durante la conversación estén abiertos a reconocer y, por tanto, salgan de las posiciones originales de las que parten, escuchen con atención los argumentos y, dentro del pluralismo de la razón, se esfuercen en reconocer cuáles son los mejores para el bien común, independientemente de los intereses particulares, si se trata de una cuestión que trasciende lo ético y alcanza a lo político.

De tal modo que volvamos a nosotros mismos habiendo incorporado algo o mucho de los otros. Tengo para mí que no podemos crecer de manera intelectual ni ética ni política si no es por medio del diálogo. Ambos, Montaigne y Malpartida, consiguen la cercanía y la calidez de una grata conversación. Y a ello contribuye de forma decisiva 3) la naturalidad del estilo, la poesía del habla, la fusión de la oralidad con la escritura.

Uno de sus herederos, Emerson, observó certeramente esta cualidad de Los ensayos: “La sinceridad y medula de este hombre están disueltas en sus frases. No conozco otro libro que parezca `menos escrito´; quiero decir que el lenguaje que emplea es el de la conversación corriente, transferido a sus páginas. Si cortásemos sus palabras, sangrarían, pues son vasculares y tienen vida” (16). Montaigne fue de los primeros escritores en la modernidad en cultivar una escritura que se fusione con el habla, como luego lo harán otros grandes escritores: Baudelaire, Flaubert, Nietzsche, Unamuno, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Pessoa, Neruda, Josep Pla…

4) Géneros fronterizos (17). Acostumbramos a suponer que la novela moderna (Don Quijote de la Mancha, Gargantúa y Pantagruel, Vida y opiniones de Tristram Shandy, Jacques el fatalista…) es la que acoge a otros géneros, incorporándolos, pero esta afirmación vale también para el ensayo. ¿Acaso en Los ensayos de Montaigne, a través de las encrucijadas de la razón argumentativa, no se cuela la historia, la biografía, la poesía…? Refiriéndose al ensayo, Juan Malpartida ha observado que “su gracia más definitoria tal vez se deba a la postura interdisciplinar” (18).

Vinculada con otras características anteriores se encuentra 5) la introducción de elementos biográficos y de la intimidad. Según el crítico Harold Bloom, “que el primero de los ensayistas siga siendo el mejor tiene menos que ver con su originalidad formal (aunque sea considerable) que con la abrumadora franqueza de su sabiduría” (19). Esa sinceridad, esa honestidad casi sin par están desde el inicio, en las palabras dirigidas “Al lector”: “Lector, éste es un libro de buena fe” (20).

“La buena fe”, según Antoine de Compagnon, “es fundamental y constituye la base indispensable de todas las relaciones humanas. Se trata de la fides latina, que significa no solo la fe, sino también la fidelidad, es decir el respeto a la palabra dada, que es la base de toda confianza. Fe, fidelidad, confianza y también confidencia forman un todo: representan mi compromiso con el otro, como cuando doy mi palabra, como cuando me comprometo a mantener la palabra dada” (21).

Y un poco más adelante añade Montaigne: “Quiero que me vean en mi manera de ser simple, natural y común, sin estudio ni artificio” (22). Como el pensador francés, Juan Malpartida también se desnuda y se autobiografía en sus ensayos, quizá en busca de ese sí mismo que puede ser potencialmente cualquier hipotético lector, si bien a veces los límites de lo real y lo imaginario se funden y confunden, como no es raro que suceda con la escritura.

Por último, como consecuencia de lo anterior, 6) se diría que ambos se crean a sí mismos a través de la escritura. Montaigne lo deja claro desde el principio: “Porque me pinto a mí mismo” (23). Late una voluntad de autobiografiarse, pero que no es previa sino más bien simultánea al ejercicio de examinarse a sí mismo, de ponerse a prueba, de ensayar y experimentar consigo mismo. De nuevo la sombra tutelar de Sócrates: “Una vida sin examen no merece ser vivida”. Se refiere, claro está, al interminable ejercicio de la crítica y de la autocrítica, sin las que seguramente sea imposible progresar, sea en el ámbito que sea.

Siguiendo otra metáfora artística, Juan Malpartida no ha dejado de esculpirse a sí mismo al tiempo que crea su obra literaria, en cualquiera de sus géneros. Al comienzo de su ensayo sobre Octavio Paz afirma: “Todo escritor al hacer su obra se hace a sí mismo” (24). Cabe preguntarse en qué sentidos. Primero, porque a través del lenguaje verbal procura conocerse a sí mismo y, en ineludible analogía, conocer a los otros, nuestros semejantes, tantas veces diferentes.

El lenguaje verbal puede hacer inteligible las vivencias de cada uno, y gracias a ello podemos comprenderlas y comunicarlas. Y, en segundo lugar, la obra de un autor es una parte consustancial de su ser, no sólo de su yo social, sino del más íntimo, puesto que no podemos entender su cosmovisión del mundo y, en consecuencia, su forma de comportarse al margen de ella, aunque del dicho al hecho haya un trecho. Es más, no pocas veces se escribe, al igual que se crea, para que exista una aproximación, una mayor coherencia entre lo que decimos y hacemos.

Por lo que respecta a Octavio Paz, el escritor con el que acaso guarda un aire de familia más próximo, el ensayismo de Juan Malpartida comparte: 1) una curiosidad intelectual casi omnívora: de tal modo que manifiesta un profundo conocimiento de la poesía, de la novela, del ensayo (25), de la historia… Incluso de las ciencias.

Si hacia el final de La llama doble. Amor y erotismo, Octavio Paz conversaba con científicos como Einstein, Crick, M. Minsky, Gerald M. Edelman, Sacks… Malpartida, en el capítulo 23 de Mi vecino Montaigne conversa con numerosos e ilustres científicos y pensadores: Darwin, Einstein, Schrödinger, Lynn Margulis, Edward Wilson, Richard Dawkins, Daniel Dennet, Francisco José Ayala, Frans de Waal, Antonio Damasio, Carlo Rovelli… abordando complejas y espinosas cuestiones, tales como la evolución de las especies, la singularidad humana, las semejanzas y diferencias con el resto de animales…

2) Otro aspecto que comparte Malpartida con Paz es el cosmopolitismo: sus intereses, en cualquiera de los ámbitos mencionados, no se reducen a Occidente; se abren también a Oriente. Etimológicamente, “cosmopolita” significa “ciudadano del mundo”. Entiendo por ello alguien que procura reconocer lo excelente, provenga de donde provenga. Por consiguiente, se han opuesto a posturas provincianas y nacionalistas.

3) Ambos poseen claridad expositiva, ritmo y uso recurrente de imágenes, como es propio de poetas, por lo menos estas dos últimas características; 4) Asimismo, en ambos son recurrentes asuntos como el tiempo, la historia y la identidad, sobre los que nos han dejado páginas memorables. Permítanme una breve ilustración: “Yo, vivo aún, eterno en la medida en que estoy vivo entre dos instantes inexistentes, el incesante pasado y el futuro que no deja de aproximarse, con la clara conciencia de la fugacidad de todo, de que soy en cierto modo un fantasma, íntimo en la multitud, dueño de un secreto que se me escapa, el tiempo” (26).

5) Por último, la búsqueda de la alteridad con la que desplegar su identidad, conocerse y ampliar los márgenes del yo, nosotros. En “Los días del tiempo” confiesa que “en Octavio Paz aprendí a pensar esa hermosa relación de la poesía como otredad” (27). Si lo aprendió a pensar en Octavio Paz, sospecho que lo ha profundizado en el ensayo que le ha dedicado a Antonio Machado. En una entrevista reciente publicada en Café Montaigne (28), cuando le pregunté acerca de “la esencial heterogeneidad del ser” según el autor de Juan de Mairena, me respondió lo siguiente:

“La idea y percepción de que el ser es heterogéneo significa que todo lo que es está afectado o constituido por la alteridad, por algo que siendo interno a su naturaleza también lo está fuera y necesita de ese afuera para ser. Hay, en términos de Antonio Machado, un padecimiento, él lo veía así porque lo sufría como una ausencia. El ser padece la otredad, y por lo tanto está o debería estar (esta sería la dimensión ética del asunto) empeñado en su búsqueda y reconocimiento. Machado trató de responder al terrible solipsismo del idealismo alemán tras la gran meditación de los límites del conocimiento de Kant. No existe el yo absoluto, y todo desplazamiento hacia el yo, si es correcto, tiene que observar que la naturaleza del yo es exterior a sí misma, o dicho de otro modo: el yo solo puede serlo por sus contenidos, que forman parte del mundo, de los otros y de lo otro. Machado en muchos de sus poemas y sobre todo en ese libro mayor que es Juan de Mairena, trató de responder a la soledad del hombre, acentuada por filosofías, políticas y rutinas exaltadoras de la individualidad. No significa que negara la unidad irreducible de la persona sino que trató de otorgarle su inagotable mundo, que es siempre otro. No lo otro ajeno, sino lo otro entrañable. Por otro lado, esa otredad no se nos da completamente desde la abstracción, desde la filosofía, sino desde el afecto, desde el amor, esa palabra tan manoseada. Solo la cordialidad, el amor, nos permite un conocimiento íntegro”.

En definitiva, no hay yo sin los otros, y es gracias a lo(s) otro(s) por lo que podemos saber de nosotros, podemos conocer y conocernos, aunque no de manera completa. Siempre que aparecemos en la historia estamos en medio de un laberinto, y es preciso entrar en la conversación con las tradiciones que nos preceden y nos conforman para saber dónde estamos y situarnos a la altura de los tiempos, aunque no exista la última palabra, que en todo tiempo sobrevuela el horizonte que está por venir. La aventura de ensayar es un método para ello. “Pensar y vivir, experimentar, es un diálogo” (29).


Referencias

1 Me he ocupado de esta obra en: https://cafemontaigne.com/mi-vecino-montaigne-de-juan-malpartida-una-resena-de-sebastian-gamez-millan/libros-libres/admin/.

2 Malpartida, Juan, Al vuelo de la página. Diario: 1990-2000, Madrid, Fórcola, 2015, p. 6.

3 Kundera, Milan, El telón. Ensayo en siete partes, trad. Beatriz de Moura, Barcelona, Tusquets, 2005, p. 119.

4 Malpartida, Juan, Huellas. Poesía 1990-2012, Madrid, La garúa, 2014, p. 330.

5 Malpartida, Juan, Al vuelo de la página. Diario: 1990-2000, Madrid, Fórcola, 2015, p. 6.

6 Malpartida, Juan, Al vuelo de la página. Diario: 1990-2000, Madrid, Fórcola, 2015, p. 9.

7 Ordine, Nuccio, La utilidad de lo inútil, trad. Jordi Bayod, Barcelona, Acantilado, 2014, p. 131.

8 Malpartida, Juan, Mi vecino Montaigne, Madrid, Fórcola, 2021, p. 130.

9 Malpartida, Juan, Mi vecino Montaigne, Madrid, Fórcola, 2021, p. 135.

10 Cerezo, Pedro, “El ensayo, género de la modernidad”, en “El espíritu del ensayo”, Claves y figuras del pensamiento hispánico, Madrid, Escolar y Mayo, 2012, pp. 34-36.

11 Citado por Arenas Cruz, María Elena, que desarrolla esta cuestión en “El origen del ensayo”, Hacia una teoría general del ensayo. Construcción del texto ensayístico, Monografías, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, p. 50.

12 Toulmin, Stephen, Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad, trad. Bernardo Moreno Carrillo, Barcelona, Península, 2001, p. 75.

13 Montaigne, “De la experiencia”, Los ensayos, trad. Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2008, p. 1607.

14 Malpartida, Juan, Al vuelo de la página. Diario: 1990-2000, Madrid, Fórcola, 2015, p. 6.

15 Merleau-Ponty, Maurice, “Lectura de Montaigne”, reunido en Signos, Barcelona, Seix Barral, 1973, p. 248.

16 Emerson, R. W., “Montaigne, o el escéptico”, en Hombres simbólicos, trad. F. Gallach Palés, Madrid, Nueva Biblioteca Filosófica, 1941, p. 128.

17 Pedro Cerezo lo denomina “género híbrido”, en “El espíritu del ensayo”, Claves y figuras del pensamiento hispánico, Madrid, Escolar y Mayo, 2012, pp. 45-49.

18 Malpartida, Juan, Al vuelo de la página. Diario: 1990-2000, Madrid, Fórcola, 2015, p. 6.

19 Bloom, Harold, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Trad. Damián Alou, Barcelona, Taurus, 2005, p. 117.

20 Montaigne, M., Los ensayos, trad. Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2008, p. 5.

21 Compagnon, Antoine, “La buena fe”, en Un verano con Montaigne, trad. Núria Petit Fontserè, Barcelona, Paidós, 2014, p. 50.

22 Montaigne, M., Los ensayos, trad. Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2008, p. 5.

23 Montaigne, M., Los ensayos, trad. Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2008, p. 5.

24 Malpartida, Juan, Octavio Paz: un camino de convergencias, Madrid, Fórcola, 2018, p. 12.

25 Por lo que se refiere al ensayo, en esa voz de sus diarios citada, “ensayar”, Malpartida se remonta a Unamuno y Ortega, dos faros de las Generaciones del 98 y del 14 respectivamente, pero como puede comprobarse en el libro de Pedro Cerezo o en el mío, la preocupación por España en forma de artículos ensayísticos puede rastrearse en precursores de estas generaciones, como Larra, Blanco White, Jovellanos, Feijoo, Baltasar Gracián, Saavedra Fajardo, Quevedo…

26 Malpartida, Juan, Mi vecino Montaigne, Madrid, Fórcola, 2021, p. 145.

27 Malpartida, Juan, Huellas. (Poesía 1990-2012), Madrid, La Garúa, 2014, p. 33

28 https://cafemontaigne.com/lo-que-nos-une-es-la-lengua-lo-que-nos-separa-una-conciencia-aguda-de-la-literatura-nacional-sebastian-gamez-millan-entrevista-a-juan-malpartida-i/critica-literaria/admin/; https://cafemontaigne.com/lo-que-nos-une-es-la-lengua-lo-que-nos-separa-una-conciencia-aguda-de-la-literatura-nacional-sebastian-gamez-millan-entrevista-a-juan-malpartida-ii/critica-literaria/admin/

29 Malpartida, Juan, Mi vecino Montaigne, Madrid, Fórcola, 2021, p. 216.


Referencias bibliográficas:

-Arenas Cruz, María Elena, Hacia una teoría general del ensayo. Construcción del texto ensayístico, Monografías, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997.

-Bloom, Harold, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Trad. Damián Alou, Barcelona, Taurus, 2005.

-Bouveresse, Jacques, El conocimiento del escritor. Sobre la literatura, la verdad y la vida, trad. Laura Claravall, Barcelona, Subsuelo, 2013.

-Cerezo, Pedro, Claves y figuras del pensamiento hispánico, Madrid, Escolar y Mayo, 2012.

-Compagnon, Antoine, ¿Para qué sirve la literatura? trad. Manuel Arranz, Barcelona, Acantilado, 2008.

-Compagnon, Antoine, Un verano con Montaigne, trad. Núria, Petit Fontserè, Barcelona, Paidós, 2014.

-Emerson, R. W., Hombres simbólicos, trad. F. Gallach Palés, Madrid, Nueva Biblioteca Filosófica, 1941.

-Gámez Millán, Sebastián, Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos, Madrid, Ilusbooks, 2016.

-Kundera, Milan, El telón. Ensayo en siete partes, trad. Beatriz de Moura, Barcelona, Tusquets, 2005.

-Malpartida, Juan, Mi vecino Montaigne, Madrid, Fórcola, 2021.

-Malpartida, Juan, Octavio Paz: un camino de convergencias, Madrid, Fórcola, 2020.

-Malpartida, Juan, Antonio Machado. Vida y pensamiento de un poeta, Madrid, Fórcola, 2018.

-Malpartida, Juan, Al vuelo de la página. Diario: 1990-2000, Madrid, Fórcola, 2015.

-Malpartida, Juan, Huellas. (Poesía 1990-2012), Madrid, La Garúa, 2014.

-Merleau-Ponty, Maurice, Signos, Barcelona, Seix Barral, 1973.

-Montaigne, Michel de, Los ensayos, trad. J. Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2008.

-Ordine, Nuccio, La utilidad de lo inútil, trad. Jordi Bayod, Barcelona, Acantilado, 2014.

-Ortega y Gasset, José, Meditaciones del Quijote, Madrid, Cátedra, 2005.

-Todorov, Tzvetan, Leer y vivir, trad. Noemí Sobregués, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018.

-Todorov, Tzvetan, La literatura en peligro, trad. Noemí Sobregués, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2009.

-Toulmin, Stephen, Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad, trad. Bernardo Moreno Carrillo, Barcelona, Península, 2001.

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