La Biblia siempre es un remanso donde encontrar paz, justicia y saber. Se recorren sus páginas y se van hallando expresiones de lo divino a raudales, pero también de lo humano por millares. Hay frases de una poesía exquisita, como la que siento al leer en el libro de Reyes la concesión que hace Dios a Salomón de una “anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar”. Las hay de un afecto como el reflejado por Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, donde habla de “la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos”.
Hay quienes aseguran que es una fuente de conocimiento político y estratégico, y que la guerra de guerrillas nació de la mano de los Zelotes, quienes llegaron a ser de tal contundencia en su lucha contra los romanos que hasta un apóstol fue uno de ellos: Simón el Zelote. Aunque hay otros que se atreven a incluir a Judas Iscariote en este grupo porque ish-kraioth era en realidad un apelativo vinculado con el arma de los sicarios, la sica. Vale la pena recordar que el historiador Flavio Josefo consideró a los Zelotes como la cuarta filosofía judía más importante de los primeros años de nuestra era, venían luego de los Saduceos, los Fariseos y los Esenios.
Los hedonistas también reclaman su ración de la sacra torta, e invocan en su apoyo las palabras de sensualidad desbordada, que se expresa sin contenciones propias de la “corrección” de estos días, y bien que lo dicen con claras intenciones estas palabras del Cantar de los Cantares: “Me llevó a la casa del banquete, / Y su bandera sobre mí fue amor. / Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas; / Porque estoy enferma de amor”. Perdonen mi procacidad, pero así habrá sido esa revolcada que se dieron esos dos…
Divagaciones aparte, y lejos de intenciones heréticas algunas, quiero regresar a mis intenciones iniciales al comenzar estas líneas. Leo en la Primera carta de san Juan apóstol: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”. Las releo y no puedo dejar de pensar en las acrobacias retóricas e ideológicas de nuestra casta política. Son unos verdaderos contorsionistas, como buenos integrantes de la inmensa carpa donde representan a cabalidad el circo de su oficio, a la hora de justificar cualquier aberración. Es así como los vemos hablar de la necesidad impostergable de “dialogar” con aquellos que son impermeables a todo parlamento, salvo aquellos que sean para reforzar su poder. Del mismo modo puede usted encontrar aquellas castas comadres, de misa con velo y devocionario, que hablan de nuestra pureza y exigen, con gestos de heroínas desmelenadas, que no caigamos al mismo nivel de ellos y que debemos ser unos caballeros con la escoria roja.
Una de las últimas maromas, en las que están embarcados unos y otros, es el simulacro electoral del próximo 21 de este mes. En los años cincuenta del siglo pasado, la dictadura de Marcos Pérez Jiménez institucionalizó unos célebres simulacros en los que Caracas era supuestamente invadida por fuerzas extranjeras, la ciudad quedaba a oscuras y potentes rayos de luz cruzaban la noche para asombro de una ciudad que no tenía un siglo de haber dejado atrás los faroles y candiles para iluminarse. El espectáculo antes que nada es una lección que nuestra casta tiene muy bien aprendida. Y si el show es barato mejor, más eficaz será para aquellos que tratan de evadir sus miserias con cualquier entretenimiento que consigan.
Tal vez por eso, rojos y azules, mantienen vivas las fiestas. Una sesión de bailoterapia para derrocar la dictadura es tan efectiva como unas elecciones en que el honorable Picón saldrá junto al inefable Calzadilla a proclamar legítimos y auténticos los resultados de la pachanga comicial. ¿Cómo pueden hablar de elecciones justas en medio de una feroz dictadura como la que sufre Venezuela? ¿De dónde sacan tanta cara dura para asegurar que estaremos acudiendo a las urnas para rescatar y fortalecer la democracia con la inmensa lista de presos políticos que mantienen estos sátrapas? ¿Quién puede decir que tendremos unas verdaderas elecciones universales, directas y secretas sin estar garantizado el voto de más de 4 millones de electores que están fuera del país? ¿Acaso Juan Requesens, Otoniel Guevara y Roland Carreño, así como los policías metropolitanos, podrán ejercer su derecho al sufragio? Todo eso a ellos poco les importa, aunque terminemos a medio vestir, amputados e iluminándonos con un candil.
© Alfredo Cedeño
http://textosyfotos.blogspot.com/
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional