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Rodrigo Blanco Calderón: Ser un escritor inmigrante se ha reflejado en mi obra de todas las maneras posibles

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Por Mariela Díaz Romero

A finales del mes de octubre, las ciudades españolas Palma de Mallorca y Barcelona acogieron presentaciones de Simpatía, la novela más reciente del escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981), asentado en Málaga desde hace cuatro años. En 2016, Blanco Calderón publicó con Alfaguara The Night, ficción con la que ganó la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y a la que este año asistió como invitado, ya sin la presión y la adrenalina que conllevó haber sido uno de los cinco finalistas en la edición anterior, y luego ser favorecido por el veredicto del jurado.

Blanco Calderón también ha sido escritor de narrativa breve, profesor de Teoría Literaria y facilitador de talleres de escritura creativa. Se destacan sus libros de cuentos Una larga fila de hombres (2005), Los invencibles (2007), Las rayas (2011) y Los terneros (2018).

Simpatía (Alfaguara, 2021) es la historia de muchos abandonos, pero inicia con el de Ulises Kan, quien en medio de la crisis económica, social y política venezolana es abandonado por su esposa, cuyo padre no obstante nombra a Ulises como benefactor del patrimonio y casa familiar. «Los argonautas», tal como se había bautizado al caserón ubicado en la urbanización Los Chorros en Caracas, en las laderas del cerro Ávila, debía ser transformado en una fundación, suerte de hospicio para perros callejeros y maltratados, por designio del testamento del padre de Paulina, ex del personaje.

Esa es la condición para que Ulises, quien ya había sido dejado de lado por sus padres biológicos y luego por su familia adoptiva, pueda permanecer y a la vez ser el dueño del apartamento que compartía con su exmujer, antes de que ella decidiera emigrar sin su compañía. Mas, Ulises no estará solo en la odisea canina de Los argonautas.

Le acompañará una pareja, Mariela y Jesús, que se encargarán de ser los gerentes de la  fundación y cuidadores de los canes con el fin de que el caserón pueda llegar a convertirse en el hogar de los animales abandonados. También estará junto a él, Nadine, su nueva pareja, una especie de Eros reencarnado, que aparecerá y desaparecerá de improviso dejando a Ulises siempre a la espera, en los puntos suspensivos de una relación en la que él es un actor que recibe y devuelve caricias como un manso peludito. Junto a ellos desfilarán otros personajes como la señora Carmen, el señor Segovia, Francisco… que irán dando cuenta de su propio universo para configurar en Simpatía un mosaico, en el que al estilo cinematográfico no existen personajes secundarios sino personajes que van sumando con su complejidad espesor a la trama. Sin dejar de lado cómo Blanco Calderón hace referencia al paisaje de la capital venezolana, que entreleza con escenas que transcurren en medio de la noche, con sonidos extraños y perros pululando por jardines y recuerdos.

Una de las referencias magistrales es la que hace a la autora de origen australiano, pero educada en Londres, Elizabeth von Arnim, prima de Katherine Mansfield. Ambas escritoras debieron apelar al seudónimo para publicar sus obras. Más allá de eso, hay una suerte de homenaje a la autora australiana en cuanto cobra vida en la novela, los jardines que con tanto esmero cultivó la autora de Vera, novela que según la crítica es la antecesora del clásico Rebecca, novela de Daphne Du Mourier, suspense sicológico en el que una joven mujer contrae matrimonio con un hombre que le dobla la edad, y que debe hacer frente a la sombra de la primera y difunta esposa, lo que hace de la convivencia un celda de terror psíquico permanente. Asimismo otra de las novelas más conocidas de Von Arnim se titula Todos los perros de mi vida.

Esta novela es además el espacio literario en el que Blanco Calderón aborda situaciones y perspectivas comunes a quien ha emigrado de Venezuela. Por un lado, el abandono de tantos perros domésticos por parte de sus dueños; en muchos casos los canes fueron dejados a la intemperie en parques y zonas alejadas de la ciudad mientras sus dueños desaparecían a toda velocidad, sin previo aviso y para siempre. Y posiblemente, también, el abandono que muchos han sentido por parte de un país que dejó de ser esa tierra de seguridad, espacio de oportunidades, estabilidad, para convertirse en territorio minado y saqueado, que de alguna manera expulsó a sus habitantes, y los expulsó de forma tan febril que la cifra de quienes han salido del país alcanza 8 millones de personas en la actualidad, casi 25% de la población; en ese gesto habría que sumar por qué no, el abandono de muchos nacionales que se marcharon dejando a la deriva a esa misma nación y a tantos proyectos personales que no pudieron ser. Muchas de estas situaciones han sido un marco de referencia para que algunos escritores venezolanos se asomen a ellas, y desde allí las tomen como materia prima de su ficción literaria.

Rodrigo Blanco Calderón en su casa de Málaga. “Me parece que España, más allá de las quejas que hay siempre, es el mejor lugar para vivir y eso me permite leer mejor y escribir mejor” | Foto @kathyvillegas30 

«Tanto en The Night como en Simpatía, pero también está presente en mis cuentos, existe en un principio una relación con el presente muy directa. Todo lo que yo he escrito, mis personajes y mis historias se ubican en un presente muy cercano al mío como autor, pero esa clave que sería una clave coyuntural es siempre un marco que da pie a otras historias que escapan del presente y apuntan a cosas más de fondo. En el caso de The Night ese marco referencial es muy fuerte, ya que es el de los apagones, la configuración de debacle de país que se acelera con la crisis energética y muchas veces da la impresión que se trata de una novela sobre el chavismo o una novela política cuando quizás yo lo veo más como una novela que a partir de los datos de nuestra historia reciente, indaga en experiencias del mal que son más complejas. El mal que propician algunos gobiernos políticos, el mal también que habita detrás de la tortura, de la violación y del asesinato de mujeres, y me voy también hacia una historia del siglo XX venezolano precisamente anterior al chavismo. En el caso de Simpatía, nuevamente es una clave del presente, la emigración venezolana y el abandono del perro lo que me permite crear un marco para contar otras historias. Sin embargo creo que en Simpatía logré un estilo más íntimo y doméstico porque son historias que suceden puertas adentro», dice Blanco Calderón.

—Cuando se refiere a cartografiar el mal como suceso, imagino que como escritor, verlo tan de cerca tiene que ser una experiencia que le obliga a escribir de ella.

—En mi caso, sí. Lo veo como una especie de trauma, en el sentido que aparecen una serie de traumas en lo que escribo ligada a una profunda violencia y no siempre estoy consciente de lo profunda que es esa violencia. Son episodios que tomo de la realidad, y fueron hasta cierto punto normales, parte del día a día, y que en realidad deberían ser una anomalía, pero fueron heridas y traumas que nos marcaron a todos.

—Sobre Ulises Kan, es un personaje muy interesante. Aparte de ser huérfano, su esposa le anuncia que se va y se va sin él; esa circunstancia hace que el lector sienta solidaridad por él. A medida que se dan los hechos en la novela, como lectores sentimos que él no ejecuta una voluntad sino que Ulises se va acomodando, representa también ese sentirse abandonado, dejado, huérfano de un país.

—Esas son identificaciones más profundas que cada lector establece. La novela arranca con un abandono y luego nos enteramos que es el propio Ulises; después nos vamos a enterar que es huérfano y creo que la conexión entre Ulises y esa especie de perrito abandonado en ese contexto es evidente. Es una extrapolación para entender que en Venezuela el abandono no ha sido solo el de los perros, sino también quizás el de los propios venezolanos. Estas son conexiones que surgen después de escribir y no están desde antes como un programa alegórico.

—Escribió Simpatía en París, ¿cómo esa experiencia de alejamiento ha incidido en lo que usted ha escrito, en el caso de la escritura de esta novela?

—Escribí Simpatía entre la primavera y el verano de 2018, en unos tres o cuatro meses, que fue nuestro último año en París. Se da en ese proceso una especie de sincronía de la realidad que, por un lado, son muy distintas y, por otro lado, están muy conectadas. Me refiero a que ese año yo seguía con mucha atención lo que era la emigración venezolana, el abandono de perros y, paralelamente en París, mi esposa y yo para resolvernos un poco la quincena, estábamos cuidando perros en nuestra casa. Esa circunstancia me encauzó hacia la novela. Esa disociación de una misma realidad fue fundamental para la novela.

—¿Cómo se ha reflejado en su oficio ser un escritor inmigrante?

—Se ha reflejado de todas las maneras posibles, tanto por el hecho de que una de las razones que tuve para emigrar fue crear unas mejores condiciones para dedicarme a la literatura y eso finalmente aquí en Málaga lo he logrado, en comparación a como estaba en Caracas. En líneas generales, las razones que tuve para salir de Venezuela también han sido las mismas de todos los que han emigrado. Mi esposa y yo salimos en 2015, por una oportunidad de trabajo que me salió en París, pero los motivos de fondo eran la sensación de ahogo; de no ver un horizonte de trabajo y de vida en Venezuela; el agotamiento por el conflicto político, la escasez, la inseguridad. La gran diferencia han sido los medios y los modos como emigramos nosotros y los medios que han tenido los venezolanos que están emigrando a pie y de forma desesperada por la frontera. Creo que todos compartimos con diversos matices de desesperación porqué emigrar. Pero también tiene que ver con los temas con los que yo trabajo y en los que fijo la atención. Trato de que en la parte literaria las cosas que escribo no sean siempre coyunturales, aunque tengan una conexión evidente con el presente más permanente. Es muy obvio para mí mismo que el fenómeno -ni siquiera ya del chavismo- de la emigración afecta todo lo que escribo.

—Leí en una entrevista anterior que le habría gustado ser un escritor que manejase más la comedia, el humor, pero de pronto le salen rasgos más de dolor, más grotescos. Creo que esta novela tiene muchos registros, se puede mencionar el intercambio erótico y otras situaciones que no son del todo tristes, pero sí hay un drama de fondo que no es para reírse.

—Cuando Karina Sainz Borgo leyó la novela y me entrevistó, me dijo que en comparación con otros textos míos, Simpatía le pareció una novela luminosa. No sabría decirlo. Es una novela que puede tener más momentos de conciliación, de cierto trabajo de la intimidad en comparación con otros anteriores. Sin embargo, ha habido otros lectores que a pesar de ese marco luminoso consideran que los personajes muestran una soledad tremenda y allí habría una relación con respecto a mi trabajo anterior. Durante mi adolescencia me formé leyendo a escritores como Alfredo Bryce Echenique y fue uno de los autores cuya lectura me animó a escribir. Me reía tanto que pensé: «Voy a escribir algo que sea así de divertido». Pero esas cosas nunca se pueden forzar, y mi literatura tendió hacia lo trágico y lo sombrío.

—Uno de los fenómenos que ha aportado la emigración a la literatura venezolana es que muchos escritores venezolanos han logrado dar pasos en firme en cuanto a la profesionalización. En la actualidad, es uno de los escritores que cuenta con la representación de la agencia literaria de Carmen Balcells. ¿Cómo ha sido su experiencia con la agencia?

—Todo lo que ha pasado con mi trabajo en los últimos años hubiese sido imposible si no hubiese tenido la suerte de firmar con la agencia Carmen Balcells en 2013. Ellos en ese año se leyeron el manuscrito de The Night, les gustó mucho y firmamos un acuerdo de representación. Para mí ha sido un salto hacia una profesionalización del oficio, porque cuenta con un grupo de lectores de alto nivel y con un campo de trabajo, una red de contactos que siempre trata de encontrar para todos sus autores la editorial ideal de cada libro. Eso ha sido fundamental, me ha permitido publicar con Alfaguara en España, que es una gran editorial y todo eso influyen en el resultado final de lo que uno publica y permite concentrarse mejor en el oficio de escritor, porque ya participas de toda esa dinámica literaria y editorial que lamentablemente no existía de verdad en Venezuela, incluso antes del chavismo. En Venezuela era todo como muy doméstico, muy privado, todos nos conocíamos, no había una industria editorial en términos reales.

—Para un escritor hispanoamericano, entonces el lugar ideal para estar, vivir y trabajar es sin duda España.

—Depende de cada quien. En mi caso es un lugar ideal para vivir. Me parece que España, más allá de las quejas que hay siempre, es el mejor lugar para vivir y eso me permite leer mejor y escribir mejor.

—¿Cuáles son sus próximos proyectos literarios?

—Siempre estoy trabajando en varios proyectos a la vez y en la medida que voy cerrando trabajos voy publicando, pero me tomo mi tiempo, así que no tengo ni idea de cuándo vuelva a tener algo listo. Siempre estoy trabajando en novelas y ensayos. De momento no tengo entregas pautadas. En ese aspecto, la agencia Balcells es respetuosa del ritmo de escritura de los autores y nunca impone fechas ni compromisos.

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