A propósito de la supuesta declaración del Pollo Carvajal, hoy detenido en Madrid, según la cual Hugo Chávez murió en una fecha distinta a la anunciada por el “gobierno”, removió en mi memoria el episodio de la firma roja del golpista en Acta de Independencia, revelando la megalomanía y la chapuza groseramente heredadas, y al propio tiempo la ilimitada adulación. Ello evidencia, además, que la épica no se decreta ni el talento se habilita.
Así vinieron decretos de La Habana durante la enfermedad del gobernante fallecido, con la curiosa firma roja y digital, lo cual dio pábulo a suspicacias, y desde luego, nos hizo sospechar sobre la legitimidad de los actos y, en consecuencia, de las decisiones allí contenidas.
Nombramientos, créditos y otras tantas resoluciones “aprobadas” con la roja firma electrónica, que más allá de la sorpresa o del asombro que significaron, nos confirmó en la convicción del pésimo período que representó y aún nos atormenta la era chavista, del manejo perverso y derrochador que se hizo de su prolongado estado de mala salud y que la usurpación se esmera en superar en breve tiempo en sus tropelías y degradación.
A pesar de la terrible pesadilla coloreada de un rojo alarmante, insisto en que sí puede ser, podemos soñar, hay esperanza. Yo creo que podemos ser otra cosa. Quiero niños que jueguen a la paz, no chamos de 18 años que me apunten con una pistola.
Quiero hospitales y escuelas, administradores honestos, quiero vías buenas, quiero universidades que nos llenen de sabiduría, quiero que de una vez por todas nuestra alma nacional se libere de sus atavismos. Quiero que nos sentemos un rato, que nos escuchemos. Quiero que los índices de inseguridad de cada fin de semana no sean culpa de las víctimas.
Mientras otros países avanzan hacia el desarrollo, con sociedades más justas sin recurrir a la limosna, nosotros mostramos como huella del desastre un indígena, un indigente o un niño de la calle en cada semáforo, testimonio visible del desastre.
Dólares entregados sin control de nadie, mientras tantos venezolanos sufren los embates en el exterior por la negativa del gobierno a suministrarles los que en derecho les corresponden.
La usurpación sigue admirando lo que pudo ser una bella revolución, la cubana, pero olvida, ignora que esa cosa se transformó en un régimen que niega las libertades de los ciudadanos y los quiere uniformar en un solo pensamiento, gris y triste, como es el ideario comunista. Además de llevarlos por más de medio siglo –cincuenta y tantos años– hasta la más grande de las miserias, haciéndoles perder lo más bello de un pueblo, la alegría.
Y con una firma roja recorriendo el país, el títere y su combo quieren ahogarnos con una realidad que solo existe en sus ideas explosivas y planes diabólicos.
Los que hoy niegan la presencia de virus y de crímenes, son los mismos que pontificaban sobre la salud del enfermo terminal más sano del mundo.
¡Los militares siempre han fracasado en el gobierno! ¡No existe una excepción! Una verdadera lástima que la mediocridad partidista que muchos han criticado, haya llegado a lo más profundo del barranco con una clase política mucho peor que las anteriores.
Es el militarismo más arbitrario y abusivo que se haya vivido Venezuela. Estamos, pues, en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano.
Sin miedo ni odio, sin rencores ni resentimientos, pero si con la tristeza de ver que haya gente inteligente y talentosa, capaz de solidarizarse con quienes están acabando al país.
Abramos los ojos bien abiertos, miremos a todos lados, viajemos adentro y afuera, oteemos el horizonte, aspiremos los olores de la República con nariz sensible, para que veamos al país, como dice el tango, cuesta abajo en su rodada.
Lo olvidaba, la firma roja de Chávez en el Acta de Independencia, viola en modo obsceno el derecho de nuestros próceres a ser recordados con decoro y dignidad.
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