Nadie me lo tiene que decir, y disculpen que hable en primera persona. Pero es que es tan seguro que ese día en el Palacio de Miraflores, ya entrada la nochecita -y poco después de la partida del fiscal (de la CPI, por supuesto)-, el estruendo de algunos portazos haya sacudido la humanidad de todo el que por allí se encontraba. Hasta las del mismo personal de servicio que, con sus rostros cómplices de satisfacción oculta, se llevaron el mejor chisme del año para sus paupérrimos hogares.
Nadie me puede quitar tampoco la alegría de imaginar a la “primera combatiente” recogiendo algunos restos de los arreglos navideños que minutos antes habría pateado Nicolás con tanta saña y desesperación; ¿se acuerdan?, aquellos que nos enseñó semanas atrás la infausta pareja en uno de los jardines interiores del Palacio, y desde donde, con absoluto descaro, daba por inauguradas las “alegres” navidades venezolanas.
Y, por favor, no me critiquen si les digo que cierta pena sentí por el otro fiscal al imaginarme que, deseando él aprovechar la cola de su colega inglés, tuvo que quedarse para aguantar el chaparrón correspondiente: “¿Qué vaina fue esa, Tarek? ¡Tremenda trampa que nos montó este calvo!”. Imagino verlos a los dos junto a otros testigos de excepción del régimen, todavía con las mascarillas puestas, ya no como medida sanitaria preventiva, sino por los nervios que les había ocasionado la intervención “muy diplomática” del que pensaban erróneamente iba a ser el nuevo mejor amigo del régimen.
La verdad es que, si nos ponemos en los zapatos de esta gente, la primera pregunta que se nos cruzaría por la mente sería hasta qué punto la cosa viene en serio esta vez. Lo que más le debe haber enfriado los huesos a los presentes en aquel memorable acto de firma del memorándum de entendimiento es tomar conciencia de que de ahora en adelante se abre una fase de investigación para determinar la verdad, conforme, no a componendas políticas, sino a lo que estipula el Estatuto de Roma. Una verdad que muchos de ellos saben, en tanto que cómplices o simples verdugos, y que los puede llevar a ser objeto de eventuales interrogatorios, así como convertirlos en los destinatarios de órdenes internacionales de captura a ser emitidas por la CPI.
“¿Dónde están Jorge y Delcy Eloína?”. En un momento dado, permítanme imaginarme, preguntaría Nicolás, haciendo un paneo visual en un salón lleno de cabezas gachas.
Así como a ustedes, a mí me gustaría tener detalles de cómo sucedió todo. Quiero decir, por ejemplo: ¿en qué momento preciso, Nicolás Maduro y sus eficientes colaboradores se enteraron de la trampa que el fiscal Khan les había tendido? Conociendo el protocolo en este tipo de eventos oficiales, es muy probable que pocas horas antes del evento todo se haya sabido, respondiendo, claro está, a las mínimas normas de cortesía del ilustre representante de la CPI. ¡Tarde piaste, pajarito!
De cualquier forma, ocurrió lo que nadie esperaba –y otra vez me permito insistir–, mucho menos la plana mayor del régimen que siempre creyó tener control de la agenda y del desenlace de la visita. No hay duda de que los vivos criollos salieron esta vez con las tablas en la cabeza, algo a lo que, por cierto, no están muy acostumbrados.
Yo en lo particular debo decir que no me hago falsas expectativas respecto a la incidencia real que tendrá, a corto y mediano plazos, todo este proceso en el destino de los déspotas del régimen, especialmente de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.
Sabemos que los procesos jurídicos-penales de esta naturaleza son complejos en sus fases probatoria, sancionatoria y de ejecución, para no hablar de los lapsos que resultan interminables. Por eso, es más práctico conformarse con las implicaciones políticas de un hecho sin precedentes en el continente americano. Esas que tienen que ver con la percepción de un régimen que se sumerge cada día más en su perseverante aislamiento.
Y lo más importante –me pregunto yo, así por no dejar– ¿será que ahora sí muchas de las ratas abandonarán de una vez por todas ese barco que desde hace mucho tiempo atrás comenzó a hacer aguas? En otras palabras, ¿es que, en eso de salvarse el pellejo, la estampida de piezas claves en la cadena de mando del régimen, sobre todo en el mundo de las inescrutables Fuerzas Armadas, llevará a su implosión definitiva?
Estas son preguntas que siempre han orbitado en el imaginario del país durante todos estos años de sometimiento chavista-madurista.
En esta oportunidad, la visita del fiscal de la Corte Penal Internacional, Karim Khan, pareciera (ojalá) estar marcando un punto de inflexión que pudiera, paradójicamente, redefinir las reglas del juego político venezolano, no tanto, repetimos, por los resultados que se esperan de la fase formal de investigación decidida en el marco del Estatuto de Roma, sino por el ímpetu que se espera genere en los factores nacionales de oposición al régimen, siempre con la tarea pendiente de unificar sus filas, en asociación con una comunidad internacional que ahora tendrá más razones para acompañar a la causa democrática en Venezuela.
Por lo pronto, no nos queda más que disfrutar, acompañados de ese dulcito de lechosa que tanto le gustaba al difunto, la victoria de todo un país que nos procuró la semana pasada el mal ponderado visitante británico. Cierto es que la tranquilidad en Miraflores ya no será la misma de antes. Y es que son muchos los portazos que esperamos se sigan escuchando.
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