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De la renuncia y sus significados

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La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada”. José Ortega y Gasset

GETTY IMAGES

A veces vivimos y en el recorrido decidimos suprimir o continuar con proyectos o asuntos que nos demandan esfuerzos o constataciones que nos extreman, aún y a pesar de la contingencia.

Renunciar es, sin embargo, desistir de aquello a lo que tenemos derecho o al menos, una razonable expectativa de derecho. Detenemos nuestro empeño. Ponemos fin o lo aparentamos haciéndolo, porque el peso de la sinceridad de esa decisión no se despeja así como así pero, se hace no obstante. Renunciar es en alguna medida un acto voluntario que nos pone a prueba, supone de alguna forma una automutilación.

Empero lo anotado, renunciar es también y en ocasiones un trance gigantesco de voluntad que suele estar movido por una decisión ética a la cual, sin perder la compostura personal, no podríamos negarnos. pero es menester ser y vivir como decimos que somos y concurrimos. y ello ya es un difícil desafío.

Resiliencia es la persistencia y contraría a la renuncia. Permanecemos en el teatro de la tragedia, a todo evento y sin asumir existencialmente otra posible postura. Es una decisión igualmente gravosa, aunque como la renuncia, tiene rostros y supone conductas contradictorias y con ello digo, buenas y malas.

Perdurar en el error no es sino estupidez. No apreciar cuando una cosa se justifica o no es torpeza o cinismo, como el que abunda por cierto en el continente americano desde Estados Unidos y hasta la Patagonia, y en el mundo mejor decirlo en este siglo XXI, pero hay momentos en que renunciar o resistir a rajatablas es lo que nos distingue y desagravia, en el buen sentido de la intención que obra en el autoestima.

El espíritu del “homo criticus” deambula entonces en esos caminos llenos de dilemas y bifurcaciones, como tal vez diría Borges. Transitamos nuestro curso vital con actitudes que resultan de nuestras elecciones o de las de otro(s) que nos imponen conductas. Ese hado que nos forza de un modo u otro, es parte del dilema subyacente entre legalidad y legitimidad que ya tratamos hace meses aquí, pero en cualquier circunstancia resalta la escogencia nuestra por encima de todas.

Renunciar es cesar, abandonar, prescindir de todo un elenco de motivaciones y razones que nos habían inducido en otra dirección y que decidimos ponerle fin. ¿Por qué? Muchas son las causas que soportan una renuncia. Enumeraré algunas como la desilusión, la frustración, el fracaso por un lado y la pérdida de la convicción que justificó asumir como objetivo una determinada diligencia.

La renuncia, como antes dijimos, puede ser un hecho derivado de la asunción de la responsabilidad. Cuando nuestra obra enreda y es dañosa, perjudicial, es un lastre; el deber es apartarse y dejar que otra dinámica opere a todo evento. Claro que para ello, el personaje aludido que podemos ser nosotros o yo mismo habrá metabolizado su rol dirigente ante sus mandatarios y su encargo que lo faculta y obliga en simultáneo y subsecuente. Debe haber para ello una ética genuina.

A veces hay que forzar la renuncia para mantener el cuadro de formalidad o probidad. Pedir la renuncia de aquel señalado, por yerros y cuya providencia o mando trajo malestares y ruinas, es connatural al control que sobre el ejercicio de poderes de variada naturaleza ha de funcionar. No es sano ni aceptable que aquel que lo hace mal, en no importa cuál espacio con incidencia, radiación sobre los demás, permanezca. Es una forma de impunidad y esa es la esencia misma de la injusticia. La responsabilidad y la eventual sanción, compensación o indemnización del que delinque o trae perjuicios de otro género tiene consecuencias.

El campo da para recoger y contar más episodios propios de la renuncia, pero quiero referirme en esta oportunidad a un plano que me angustia y me late lacerante: la renuncia de la ciudadanía. En efecto, ante la madre de todas las crisis, madre crisis que aniquila a Venezuela, no hay eximente ni excepción que pueda adelantarse o invocarse para quedarse en casa y no hacer nada. Lo público es de todos y de cada uno también, les guste o no. Recordemos al idiota de los griegos.

La apología de Sócrates desnuda la estatura moral del sabio, pero más que esa la del ciudadano, el sacrificio del Dios y hombre, nuestro señor Jesucristo sin renunciar a la pasión, el dolor, la desfiguración, la desesperación y la muerte nos modela otra dimensión que llamamos trascendencia. Hay experiencias paradigmáticas ciudadanas en el peor extremo como Massada o Numancia. Nosotros debemos escribir la nuestra con coraje e ilusión, con amor, con devoción por Venezuela.

El martes de esta semana, el sacerdote jesuita y exrector de la UCAB Luis Ugalde brindó un ensayo en estas mismas páginas de El Nacional que me mereció no solo lectura sino relectura y meditación. ”Basta ya” es un grito de angustia para que se oiga su eco en toda la galaxia.

Es una demanda a todos por el menguado bien común cada día más deficitario. Es una arenga al ciudadano que deja de serlo porque no participa y renuncia a sus derechos políticos al omitir u obviar su ejercicio y su defensa. Quienes así se comportan, se rinden y se someten, pierden buena parte del respeto por ellos mismos y por sus congéneres.

Dentro del ensayo del padre Ugalde; advierto que recoge en dos probables opciones una secuencia benéfica, útil, proba para atender la médula de la crisis, que no es otra que la alargada y lamentable presencia del régimen en el secuestrado Estado y en la usurpación de sus instituciones.

Se trataría de elecciones libres y transparentes para permitir una auténtica salida democrática o un referéndum revocatorio que permita al soberano decidir su destino y comience, si así fuera la cura, el saneamiento de nuestra normativa, organización y funcionamiento  fundamental, con la contribución ciudadana, expresada en la deliberación y en la urna, en comicios creíbles.

Mientras Maduro y ese modelo que él representa sigan, a pesar de que su revolución –y no exagero– es la de todos los fracasos; el país y el pueblo continuarán su agonía, su patética tribulación, su centrifuga, su desarraigo y sus patologías antropológicas. ¡Si Maduro sigue, Venezuela se muere!

El 21N veremos cuánto queda de ciudadanía y mediremos el alcance deletéreo de las divisiones de los partidos políticos comprensiblemente venidos a menos. Si el resultado es favorable para la oposición lo celebraremos, pero no estaría jamás completo con Maduro y su impronta despachando desde Miraflores; pero si  el PSUV aprovechando la desunión y con minorías fruto de ellas obtiene ventajas, en uno y otro caso, la ciudadanía defraudada o aquella gananciosa tienen un tarea histórica que acometer y lograr. Me refiero a recuperar su entidad soberana y exigirse a sí y al cuerpo político una consulta pronta para que en términos pacíficos y constitucionales se zanje, si se sigue con Maduro o este se marcha, revocado su mandato.

Después del 21N le toca al pueblo, a todos, a ti y a mí, sin partidos ni intermediarios, sin sesgos, sin negociados atribuibles, sin otra certidumbre que aquella que reza: “Toca ahora que los que sembraron vientos e impunidad, recojan en el juicio popular del desacato, el rechazo y la sanción ética y moral que ello supondrá”.

Muchos temen al día después de que se le revoque el mandato a Maduro, por inferencias que pueden lucirles concluyentes y en particular, por la enésima mención de la oposición segmentada pero, nada de eso es insuperable. Los pueblos se equivocan en ocasiones y corrigen también. La historia está llena de ejemplos. Confío en la inteligencia de nuestro sufrido y otrora bravo pueblo, que nos guíe el gran poder de Dios.

El 22 N arranca, con el alma especialmente, la gestión del referéndum revocatorio. Ojalá Maduro colabore y si no, que no lo aborte por miedo o por falta de patriotismo. ¡Basta de ti ya Maduro!

@nchittylaroche

[email protected]

 

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