Unas líneas para recordar a un buen diplomático, amigo y mejor hombre de familia. Aunque hijo de emigrante italiano, el reconocido poeta Vicente Gerbasi, Fernando era de una venezolanidad extraordinaria, que no solo pregonó sino que la practicó a lo largo de sus andares por el mundo trabajando por el país.
Quienes tuvimos el honor de dedicar nuestra carrera profesional al servicio diplomático fuimos testigos de la gran vocación de este hombre por Venezuela. Desde muy joven asumió el reto de hacer una carrera diplomática en la cual fue exitoso (ONU, Colombia, Italia, Brasil, República Democrática de Alemania), escritor, profesor universitario. Le tocaron no pocos desafíos, sirvió como embajador en varios países, se formó en la diplomacia económica/comercial y llegó a ser vicecanciller de la República.
No necesitaba Fernando padrinos ni el carnet de un partido político, él solo se había ganado la reputación de un buen servidor público, de un diplomático preparado y especialmente honesto. Tuvo la honestidad de renunciar en Italia como embajador cuando consideró que el gobierno que representaba violaba los derechos humanos. Encajaba perfectamente en esa dicotomía entre el cargo que luce al funcionario y el funcionario que luce el cargo. Él lucía los cargos que ostentaba.
Trabajé con Fernando cuando fue por segunda vez embajador en Colombia. Conocía el país y los colombianos lo apreciaban. Hizo una excelente labor y para mí fue un honor haber sido su subalterno. Previo, estuve con Sebastián y Abdón Vivas Terán. Cuando me trasladaron de Bogotá a Ginebra, Fernando no estaba muy complacido con que me fuera, como economista le daba mucha importancia a la oficina económica y comercial de la embajada que yo dirigía. Recuerdo que me dijo que no podía oponerse, pues sin duda Ginebra sería para mí una gran experiencia profesional. Sobre todo, ir a la OMC y vivir en un país tan especial como es Suiza.
El inicio de su carrera fue también en Ginebra. En días pasados escribía Juan Misle, a quien sustituí a mediados de los noventa y quien venía de realizar un excelente trabajo en la naciente Organización Mundial del Comercio, la siguiente anécdota: ”Una vez el embajador Gerbasi estuvo de visita en la Misión Permanente de Ginebra y pasó por mi oficina para saludar. Me dijo que el escritorio desde donde yo despachaba fue el suyo por varios años. Les confieso que me sentí muy orgulloso de saber eso. Me pareció más grande que nunca ese mueble. Tenía pedigrí. Después lo heredó mi querido amigo Oscar Hernández. Cierto, los muebles de antes eran eternos. Hará falta Gerbasi”. Tal cual lo describe Juan, deja un vacío, hará falta Fernando como referencia, como profesional de las relaciones internacionales.
En lo personal, lamento no haberlo visto en los últimos años y que se haya ido estando en el exilio. Conociendo su estirpe, sin duda fue un gran castigo desprenderse de su país. Sin causa objetiva, ni juicio, dejó estas tierras a las que tan bien sirvió. Las futuras generaciones le deberán reconocer su contribución como hombre de la diplomacia de Estado venezolana. A Irene su esposa, Beatrice nuestra colega, hijos y demás familiares, nuestro pésame y afecto.
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