El enfriamiento de la economía en agosto –y el consiguiente pasmo durante todo el tercer trimestre, que se empezará a conocer mañana– puede tener varios orígenes. Algunos observadores –Macario Schettino, por ejemplo– han subrayado el factor de la ley de “outsourcing” para explicar la caída en el sector servicios. Otros apuntan hacia la escasez de insumos y la disrupción de las cadenas de suministro, desde China hasta los puertos del Pacífico en Norteamérica. Unos más subrayan el “sentón” de la economía norteamericana -corroborada por los malos datos de ayer para el tercer trimestre- y el menor arrastre que le dio a la mexicana. Pero cualesquiera que sean los motivos, nuestra economía se está deteniendo.
Parece difícil que se alcance el 6% de crecimiento para 2021 que prometió López Obrador. Nos hallaremos más bien en 5,5%, y conforme se acabe el efecto de rebote estadístico, la tasa irá descendiendo. Para 2022, apenas alcanzaremos 2-2,5% de expansión y ya se habrán ido las dos terceras partes del sexenio. Estos resultados patéticos podrían justificarse por la pandemia, o por la recesión en Estados Unidos, o porque a todo el mundo le fue mal. No es tan cierto.
Una revisión de las cifras definitivas de 2020 y de estimaciones muy robustas para 2021 en varios países de América Latina arroja una conclusión contundente. Estados Unidos, igual. La conjugación del crecimiento negativo de 2020 con la expansión mayúscula de 2021 genera el mismo resultado: una cifra positiva, de entre +2 y +4 puntos, según el país. Esto vale para Chile (casi 4 puntos), para Colombia y Brasil (entre +2 y +3%), para Estados Unidos (+2 o +3). México cerrará el bienio con una cifra negativa de entre -2% y -3%. Incluso Argentina tendrá cifras mejores que la nuestra, aunque apenas. Nuestro desempeño fue el peor de las economías grandes de la región y solo parecido al de algunos países europeos que fueron severamente golpeados por el virus y por la recesión.
Es cierto que los países de América Latina que salieron mejor librados que nosotros hoy enfrentan problemas innegables de finanzas públicas. Chile, Brasil y Colombia terminarán el año con déficits fiscales importantes, algunos de más de 10% del PIB. México no padece estos males: las cifras no son de un déficit cero, pero tampoco alcanzan los sobregiros latinoamericanos. Si por una razón u otra dichos déficits se convirtieran en obstáculos significativos para crecer en 2022, y en México nuestro equilibrio fiscal nos permitiera crecer más, ello implicaría que cada país escogió un camino con ventajas e inconvenientes. A México le fue peor, pero le irá mejor. A los otros les fue mejor, pero les irá peor.
El problema es, obviamente, que las cosas no son así. En el caso óptimo, nuestro 2% de expansión el año entrante será aproximadamente el mismo que Brasil, Chile, Colombia y varios más; y menos que Estados Unidos. Es probable que la brecha se ensanche: ellos crecerán un poco más que nosotros en 2022. De suerte que por donde se mire, el desempeño de México fue mucho más mediocre ya sea que nuestros principales socios comerciales (Estados Unidos y Canadá) o que los países de PIB per cápita semejantes (América Latina). Si a ello agregamos que casi todos estos países entregaron apoyos importantes y directos a cada ciudadano, y que México no lo hizo, vemos que en materia de países ante la contracción económica del covid, hay clases sociales. Y frente al covid como tal, también. López Obrador será el más popular, después del primer ministro fascistoide de la India; también es el peor.
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