Yo hubiese imaginado ver a Maduro en cualquier sitio, menos en un museo, una conferencia, leyendo un libro y sin lugar a duda en una universidad. Y lo vi, en mitad de la noche, rodeado de sicarios, revisando la “limpieza” de lo que él y el difunto destruyeron sistemática y alevosamente, la UCV que fue una de las columnas mayores de la construcción de la Venezuela contemporánea; bueno, ese país que produjo a Chávez y Maduro, pero también a Villanueva y a Soto, para no irnos muy lejos del egregio recinto.
Además lo oí decir que los universitarios lo habíamos destruido, convertido en chatarra. Uno ha oído tanto dislate que sobre otro más no haya qué decir… solo que es de los más notables, una joya difícilmente insuperable del cinismo de la era de la mentira globalizada. Pienso en qué dirá el joven profesor instructor que hizo, además de la carrera, maestría y doctorado (a veces en una noble universidad del primer mundo) y que gana 11 dólares mensuales, más o menos lo que gana una trabajadora doméstica en 1 día. Y un mesonero bien ubicado en una propina por un par de horas de atender a “enchufados” de ayer y de hoy.
A estas alturas, al borde del abismo, de muerte por inanición o de ser encarcelada por el gobierno, a cuya cabeza pondrán, verbigracia, algún general en jefe o a otra exrectora del CNE por los favores recibidos. Lo que equivale a decir que no tenemos mucho que perder; ¿no ha visto usted la serie El juego del calamar?, véala. De todos modos, nosotros por lo pronto tendremos que seguir peleando hasta el último suspiro institucional; los que no han sido universitarios de por vida no saben demasiado bien que eso más que un trabajo es una forma de estar en el mundo, tanto se concentra en él lo que somos en cada edad de la vida, del novato asustado y deslumbrado al jubilado nostálgico y triste; tanto que por algo su himno la llama casa y madre que nutre. De manera que vamos a darle. Un filósofo dice que más importante que las posibilidades que tengamos ante un problema, aquí tan pocas, es la intensidad del “sí” que abre posibles y acción, decir un tanto voluntarista pero bastante sabio también.
Por allí anda un documento a firmar por los integrantes de la UCV, Volver a la universidad para salvarla, que me parece sumamente razonable. No es un exhorto a la batalla frontal –los últimos llamados a protestas han sido enormes fracasos– sino a tratar de regularizar en lo posible las actividades para simplemente congregar la comunidad, muy disminuida, y tratar de echar a andar la institución cojitranca. No mucho más que ese esfuerzo ya titánico. Solo ocupando ese espacio lo más ampliamente posible, juntándonos, podemos comenzar a pensar las estrategias que pudiesen mover ese despojo: la destrucción criminal del saber, de la juventud, del progreso nacional, del futuro. Es un paso, un primer paso, solo uno. Pero es probable que de allí surja la incitación al segundo, unas elecciones decentes y de acuerdo con la ley, por ejemplo. U otro, ya lo conversaremos. Pero lo primero es estar ahí, hacer cuerpo, encontrar un mínimo de cercanía y normalización.
Y si ni siquiera esto se tolere y se nos quiera degradar y humillar aún más, será más digno enfrentarlo juntos. Firme no más.
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