“La bonanza económica global es ficticia y su inminente colapso es por la falta de ética“ (Luis Zapata B.)
Es llamativo, pero a su vez previsible, que en este momento, en la primera mitad del siglo XXI el mundo, o más bien habría que matizar, el sistema capitalista esté colapsando. Si lo analizamos bien, no había otro final posible.
Es fácil caer en la tentación de buscar motivos macroeconómicos de toda índole, pero lo cierto es que es el sistema del bienestar, tan cacareado en el mundo occidental, el que está llevando a la quiebra las economías mundiales, merced al disparatado gasto público que estas tienen que afrontar.
Es sencillo. Piensen, por un momento, en su economía doméstica. Si, en un momento dado, sus ingresos disminuyen por debajo del gasto mínimo necesario, solo se puede aguantar, y por tiempo limitado, si hemos sido previsores y tenemos el famoso “colchón“, para este tipo de avatares.
Por tanto, estamos entrando en una dinámica circular, dado que los estados no pueden hacerse cargo del gasto público que generan. Esto ocasiona que el sistema de subvenciones públicas, ya sea en forma de ayudas directas o de beneficios fiscales tienda a extinguirse, básicamente por la imposibilidad económica de su sostenimiento.
Últimamente es el precio de la luz el que abre los telediarios. Para llegar a entender qué está ocurriendo, pensemos en que, necesariamente, una empresa energética, a pesar de generar un bien de utilidad pública y primera necesidad, es ante todo una empresa privada, cuyo fin último es generar beneficios. Pues bien, son muchos los factores que han llevado, irremediablemente, al encarecimiento de tal servicio.
Para empezar, en apenas seis meses, los derechos de emisión que estas empresas han de pagar por la emisión de dióxido de carbono que su actividad genera se han incrementado un 100 %, consecuencia de las medidas que, si bien podrían parecer proteccionistas del medio ambiente, realmente van dirigidas a aumentar la presión recaudatoria.
La segunda causa, y no menos importante, habría que buscarla en el fuerte aumento del precio del gas natural en los mercados internacionales, combustible sólido necesario para la obtención, en muchos casos, de esta energía eléctrica. El problema con el gasoducto de Argelia va a obligar a transportar el gas licuado en barcos, lo que ha provocado que el precio del gas natural se dispare hasta cinco veces por encima de lo que costaba el año pasado.
Así, pues, los gobiernos, a nivel global y el de España en particular, tienen mucho que ver en este aumento de precio de la energía eléctrica, dado que no es posible mantener los beneficios fiscales de las eléctricas. Y a nuestro gobierno, en particular, siguiendo su política intervencionista del libre mercado, solo se le ocurre recortar los beneficios de las eléctricas, en lugar de disminuir la presión fiscal sobre ellas.
No es de extrañar, pues, que gobiernos con más capacidad de reacción y previsión, como el austriaco, ya manejen el posible escenario de un apagón general. Un escenario apocalíptico, pero que puede no estar lejos de hacerse realidad.
Puede que sea este mismo motivo, y los problemas de desabastecimiento a nivel mundial los que estén empujando a China a acaparar ciertas materias primas, con el fin de ser autosuficientes en el nuevo orden que se está imponiendo a nivel mundial, provocando la denominada “crisis de los semiconductores“. Esta política de China, que no en vano tiene su propia política económica y comercial, que no se ve afectada por organizaciones tales como la unión europea está llevando, una vez más, a una falta de abastecimiento de productos tan básicos como automóviles o tecnología en general, colocando al país asiático en una posición de fuerza frente a otros mercados internacionales.
Así pues, con un aumento desbordado de la inflación, incluso en productos básicos, los gobiernos occidentales, unos más que otros, no tienen otro remedio que ampliar la presión fiscal, provocando un efecto de círculo vicioso, dado que la presión fiscal ha demostrado no ser efectiva, en tanto que su aumento perjudica al tejido productivo. Por tanto, a mayor presión, menos producción. Los que pueden permitirse seguir produciendo, buscan nuevos mercados donde radicarse para evadir la presión fiscal y, los que no, están llamados a desaparecer. Y no olvidemos que un contribuyente que desaparece provoca una doble carga. De un lado, deja de contribuir y, de otro lado, pasa a ser una nueva carga para el estado.
En esta línea, hay que reseñar, también, que el sistema de pensiones, tal como fue planteado, está pensado para que un pensionista medio abandone este mundo a los 75 años, pero actualmente, la esperanza de vida media en España ronda los 83 años. Esto implica que, aunque muy elevada, la cotización media a la seguridad social es deficitaria en la mayoría de los casos, sobre todo teniendo en cuenta que esta prestación incluye la asistencia sanitaria de por vida.
La situación actual, entonces, obliga al cortoplacismo, matando a la gallina de los huevos de oro, desmontando el tejido productivo y promoviendo la ayuda externa.
Tengo un buen amigo, una persona preclara, que sin embargo ha caído en la nómina cada vez más elevada de los conspiranoicos. Según su criterio, que cada vez comparto más, esto del COVID no ha sido sino un experimento, a nivel mundial, para constatar hasta qué punto se puede dominar a la población con motivos nimios, en pro del bien común. Y tengo que decir que es escalofriante hasta que punto hemos sido y seguimos siendo sumisos.
Estamos abriendo la puerta, pues, a que nos dominen, nos controlen, nos anulen, en pro de un bien común que no deja de ser una excusa para manejar voluntades. En nuestra mano está que esto no ocurra. Es nuestro deber y salvación evitar la pérdida total de libertades, personales y generales que está promulgando nuestro gobierno. Y aún más escalofriante es comprobar que no hay alternativa viable y que, la única alternativa que se nos podría ofrecer es tachada de extremista para asustar a una mayoría, falta de criterio propio.
La única baza que nos queda es la insurrección, metafóricamente hablando y tomar las medidas que, cada uno, tenga en su mano. No dejarnos dominar por el rebaño, no acomodarnos en la masa. Ser actores de nuestra propia vida, no ser espectadores. Actuar, en definitiva.
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