Hasta no ha mucho la sociedad venezolana se solía decir que estaba compuesta por 80% de mártires y descontentos perennes que solo anhelaban, hacerla es otra cosa, la liberación del infierno inesperado en que habíamos caído el último decenio. Y es posible que durante algún tiempo fuese así, lo decían las encuestadoras tan reiteradamente que, a pesar de que usted las considere en general poco diestras y diáfanas, algo grueso indicaban; lo dijeron con menos equivocidad las cifras de las ya lejanas parlamentarias de 2015; o la presidencia aérea de Juan Guaidó en su momento, ahora difuminada e indefinible. Lo decían los muy activos amigos exteriores -de todos los colores, aún muy oscuros-; o las sanciones y delincuentes apresados que llegan hasta ayer, hasta las medallas de oro de Saab y de plata de Carvajal, ¿o será al revés? Sin olvidar el símbolo permanente de los millones de migrantes, casi siempre muy desdichados y unos cuantos muy acomodados y hasta gozones. En fin, una fotografía estática, como todas las fotografías, de la Tragedia Venezolana (con mayúsculas), de la dictadura cívico-militar más corrompida y cleptómana de los últimos tiempos continentales y sus víctimas, calladas e inmovilizadas pero aferradas a la espera del gran día, sin que nadie supiese seriamente cuándo ni cómo despuntaría.
Yo creo que la instantánea es otra. Me da la impresión de que más bien a la chita callando la cosa se ha ido despolarizando, entremezclando, desmoralizando –aquí los virtuosos, allá los pecadores–, relajando, de cierta manera haciéndose más torva y sombría. Observe solamente a la oposición. Y no voy a tratar sus errores estruendosos ni sus pugnas grandes, míseras y vergonzosas que, por supuesto, son factores decisivos de la nueva topografía. Solo me remitiré a algunos factores más difusos o disimulados, algo chismosos, que vale la pena poner de relieve.
De la mesita y los alacranes no vale la pena ocuparse, son clavo pasado. Solo subrayaría porque es una deslumbrante evidencia del arroz con mango que asoma por doquier, la manera en que algunos de estos “opositores” se han aposentado en Globovisión, propiedad de Raúl Gorrín, uno de los más señalados y opulentos corruptos chavistas, protegido del gobierno de acusaciones judiciales grandilocuentes en el exterior, como si el canal fuera una impoluta flor mediática.
Vale la pena también escudriñar la desvergüenza, cada vez más descarada, de hombres de negocios, no hace tanto enardecidos antichavistas, sonriendo a las puertas de Miraflores, que los ha retribuido auspiciosamente, sobre todo con una suerte de paquetico liberal, es decir, con la posibilidad de hacer billetes no muy honorables –pero billetes al fin– formando una especie de periferia de la otrora abominada boliburguesía. No solo los “enchufados” tienen camionetotas, y son de esos pedantones que no beben el vino de las tabernas que diría Antonio Machado. Y hasta se oye no que vamos bien, no dicen tanto, pero mejor y quién quita que de mejoría en mejoría, de bodegón en bodegón, despacito, podamos cohabitar un buen trecho armonioso…y muy mejorado. ¿Serán vainas a lo Francisco, el papa rojo, esas cifras terribles de Encovi de los ejércitos del papa negro?
Y hay un discurso político, bastante silencioso por cierto, que pareciera no muy distante del de estos mercaderes y que ya no tan altivamente van a la cabeza del pragmatismo político, la real politik, y es que no parecen ya muy convencidos de que las elecciones vayan a dar resultados muy reales en numeritos y venturosos políticamente, por los vientos que soplan, por las encuestas para llorar, por la poca generosidad del rejuvenecido CNE, por la variante Delta y las locuras científicas del gobierno y sobre todo por la ausencia de la gente que parece mirar sin palabras y sin aliento ese lento cambio de angulación de la cámara fotográfica y esa nueva imagen que, al menos éticamente, podría parecer tanto o más espantosa que las anteriores.
Son solo sintomáticos ejemplos de un selfie algo borroso todavía, ¿pero ha probado usted los dátiles iraníes o las baklawas del Arabito?
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