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El equipo que incrustó el beisbol en la idiosincrasia venezolana

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Por ALFONSO L. TUSA. C.

Vuelve la hora de estadio y el pueblo vuelve a tomar el rumbo del estilo. Porque la historia de Grecia se repite; no eran los atenienses los que iban al estadio a contemplar a Praxíteles ni a Solón. Eran Solón y Praxíteles quienes iban a tomar lecciones de armonía y sorbos de plenitud en la muchedumbre acompasada…

Andrés Eloy Blanco

En la película El campo de los sueños (Field of Dreams), el personaje de James Earl Jones dice que el beisbol es lo único que ha permanecido a través de la historia de Estados Unidos. Desde que apareció en la escena venezolana, hacia finales del siglo XIX, el beisbol fue una actividad que contó con el respaldo de muchas personas, desde los estudiantes universitarios que lo trasladaron desde la universidades estadounidenses hasta Caracas, pasando por los trabajadores de los campos petroleros donde el juego fue una especie de solaz en medio de la tensión de las discusiones contractuales. Las primeras cuatro décadas del siglo XX el beisbol logró establecerse en la cotidianidad venezolana, mediante ligas organizadas donde se notaba un entusiasmo incipiente por la disciplina, a pesar de que la misma abundaba en reglas y jugadas intrincadas como el “squeeze play”, el “pisa y corre” y el “dobleplay”. Hacia finales de los años 1920 apareció la rivalidad entre los equipos caraqueños Magallanes y Royal Criollos, germen del clásico emblemático del deporte venezolano: Caracas – Magallanes. Sin embargo, habría una circunstancia que tallaría a cincel la continuidad del beisbol en la realidad venezolana.

Desde inicios de 1941 la Federación Venezolana de Beisbol se encargó de integrar el equipo que representaría al país en el IV Campeonato de Beisbol Aficionado a escenificarse en La Habana, Cuba. Uno de los primeros nombramientos recayó en el periodista Abelardo Raidi, quien como delegado del equipo se dedicó a recorrer el territorio en busca de los mejores peloteros, de los campos petroleros de Maracaibo se trajo a Domingo Barboza, Ramón “Dumbo” Fernández, Benjamín Chirinos, Enrique Fonseca, Guillermo Vento, Dalmiro Finol, Luis Romero Petit y Francisco “Tarzán” Contreras. En Barquisimeto contactó a Daniel Canónico. Y en Valencia acordó con Manuel “El Pollo” Malpica para que fuese manager y jugador del equipo por su extenso conocimiento del juego y además porque era un aventajado estudiante de medicina. Malpica estaría a cargo de los entrenamientos del equipo y la selección del resto de los peloteros entre quienes destacaban el campocorto José Antonio Casanova, el jardinero Héctor Benítez Redondo y el primera base José Pérez Colmenares. Raidi tenía un dinamismo y un entusiasmo inmensos que gradualmente contagió al equipo.

Muchos peloteros apenas si habían viajado por vía terrestre hacia localidades cercanas a su terruño o cuando mucho hasta Caracas, por ese motivo se mostraban nerviosos ante la inminencia del viaje vía marítima hacia La Habana. Raidi hubo de emplearse a fondo para explicarles y persuadir a los peloteros de que se contaba con una embarcación confiable y segura que los trasladaría sin inconvenientes. Le indicó al manager Malpica para que distrajera a sus peloteros hablando de la estrategia que aplicarían en el campeonato y que también les contara algunas anécdotas de su experiencia como estudiante de medicina. “No me veas así, ‘Pollo’, la gente y también los peloteros tienen mucho respeto por los médicos así sean solo estudiantes, lo que necesitamos es que los muchachos mantengan la calma”, sonrió Raidi. Durante el viaje, Malpica debió fungir de enfermero cuando algunos peloteros se marearon y vomitaron cuando el mar se tornó turbulento.

En Venezuela había mucha expectativa por lo que pudiera hacer el equipo en La Habana. Muchas personas se agolpaban en las bodegas y otros sitios públicos donde había repisas con radios de galena que traían la transmisión de los juegos. Unos cuantos apenas sabían lo que era un “strike” o entendían lo que significaba un “jonrón”, pero los arrastraba aquel caudal emocional, aquella búsqueda de esperanzas, de héroes que les dieran imágenes agradables con que contrastar las desdichas de su realidad. Cuando el narrador hacía retumbar la corneta del radio con las palabras “Play ball”, los asistentes guardaban silencio y casi escalaban hasta la repisa, como si acercarse al radio les permitiera estar en el estadio. Pronto ganaron experticia en la jerga del juego, en la particularidad de las jugadas, en los juegos de palabras del narrador, luego se sorprendían cuando utilizaban ciertas palabras en su entorno familiar o laboral, aunque sabían con precisión a qué se referían.

Tal vez fue el juego ante México lo que empezó esculpir el beisbol en el alma de los venezolanos, los aztecas ganaban 1-0 en medio de una gran demostración monticular, cuando José Pérez Colmenares inició la apertura del séptimo inning con boleto, entonces Romero Petit descargó doblete a la derecha para igualar la pizarra y en la jugada en el plato se metió hasta tercera base desde donde anotaría la ventaja con elevado de sacrificio de Benítez Redondo. Ese batazo terminó de romper el silencio que atenazaba la perplejidad de los radioescuchas, desde entonces los invadió una elocuencia, un optimismo muy distante de las vicisitudes de su cotidianidad atrapada en la oscuridad del personalismo dictatorial. Aquel juego les permitía conocer la alegría, la esperanza de aguardar mejores momentos en medio de las dificultades.

Luego de la derrota ante los dominicanos guiados por Tetelo Vargas y el lanzador Luis Castro, “El Pollo” Malpica habló con sus peloteros y los animó a mantener la disposición y el empeño por seguir dando lo mejor, “esto todavía no ha terminado, es cierto que los cubanos siguen invictos y tienen tremendo equipo, pero todavía nos queda el juego contra ellos y van a tener que ganarnos en el terreno”; los peloteros se miraron entre sí y poco a poco sus semblantes empezaron a refrescarse, Malpica parecía el más aplomado cirujano en medio del quirófano más silencioso. En los lugares públicos los radioescuchas lejos de arredrarse y considerar que se había perdido todo, empezaron a planificar su jornada laboral del 17 de octubre para llegar con tiempo a escuchar el juego contra Cuba desde el primer lanzamiento. Algo les decía que ese equipo tenía muchas cosas importantes por hacer. Sabían que Canónico, aún lanzando con dos días de descanso, seguía siendo un gran pitcher.

En medio de un estadio repleto de cubanos que esperaban que su equipo ganara invicto el campeonato mundial, los venezolanos marcaron dos carreras en el cierre del primer inning mediante sencillos corridos de José Pérez Colmenares, Romero Petit y Benítez Redondo: Chucho Ramos roleteó por el campocorto para forzar a Benítez mientras Romero Petit avanzaba hasta tercera base. Durante el turno de José Antonio Casanova, Romero Petit ejecutó la jugada que terminó de comprobar la gran determinación de triunfo con que había salido la novena venezolana al terreno. Se vino hacia el plato y consiguió adjudicarse el robo para poner la pizarra 2-0. Anotaron nuevamente en el tercer y sexto innings, mientras Canónico silenciaba la toletería cubana, solo en el noveno inning lograron marcarle una carrera, pero Canónico se repuso de inmediato para decretar el triunfo que igualaba el primer lugar.

Al reunirse con el comité organizador para resolver cómo dilucidarían el empate entre las novenas de Cuba y Venezuela, Abelardo Raidi planteó la necesidad de reposar a los peloteros de ambos equipos, estaban muy cansados por el esfuerzo realizado. Al notar cierta resistencia de parte de los cubanos, Raidi dejó asomar que podían regresar a casa sin disputar el desempate, en realidad en las reglas del campeonato no estaba considerada una situación como esa. Los cubanos terminaron aceptando posponer el juego hasta el 22 de octubre, aunque sospechaban que Raidi quería ganar tiempo para contar con su lanzador estrella, ellos confiaban en que ya conocían el estilo de lanzar de Canónico y sabrían cómo descifrarlo. Raidi salió eufórico de la reunión y voló a reunirse con su equipo. Le dio un fuerte abrazo a Canónico y empezaron a discutir la manera como iban a enfrentar a cada bateador para desconcertarlos con envíos diferentes a los utilizados en el juego anterior.

La noche previa al juego Raidi repasó con Malpica y el cuerpo técnico la estrategia a seguir ante los cubanos. Sabían que el pitcher abridor, Conrado Marrero, empezaba algo flojo, por lo cual acordaron atacar a fondo desde el principio para respaldar a Canónico. En el propio primer inning Pérez Colmenares y Benítez Redondo negociaron boletos alrededor del elevado en foul de Romero Petit. Chucho Ramos remolcó a Pérez Colmenares con sencillo al centro y Benitez también anotó en la jugada. José Antonio Casanova despachó doble para impulsar a Ramos. Con ese marcador (3-0) llegaron a la apertura del noveno inning, a pesar de algunas escaramuzas que Canónico logró solventar en el tráfago del juego. Luego de retirar a los dos primeros bateadores, Rodríguez soltó doblete entre el jardín central y el derecho, y Villacabrera lo remolcó con imparable a la derecha. De inmediato Canónico dominó a Pedro Jiménez para concretar la victoria y el campeonato mundial para Venezuela.

A partir de ese momento el beisbol empezó una escalada que lo llevó hasta las cotas más altas en las inclinaciones de los venezolanos. Muchos empezaron a tener más confianza de que podían  alcanzar grandes metas aunque el país todavía era víctima de los apetitos personalistas de buena parte de la clase política. En menos de cuatro años se fundó la Liga Venezolana de Beisbol Profesional, desde la cual se fomentó e impulsó la práctica de ese deporte. Proliferaron las ligas organizadas del beisbol amateur y empezaron a mostrarse muchos peloteros con grandes condiciones. La alegría de ese título introdujo la jerga beisbolera en la vida personal de los venezolanos, son muchos los episodios de la cotidianidad retratados con ironías o chistes mediante expresiones como: “Te tienen en tres y dos”, “lo agarraron fuera de base”, “ayer te vi hablando con la cuarto bate de la otra calle”, “aquel se cree que es pitcher, cuarto bate y novio de la madrina”.

A partir de aquel 22 de octubre de 1941 el beisbol se ha mantenido estoico ininterrumpidamente en la realidad venezolana, parafraseando un poco lo que dijera el personaje de El campo de los sueños. Aunque algunos lo ven como un recurso del poder para enfriar las tensiones y los reclamos ante las violaciones de derechos, el beisbol siempre ha guardado un espacio para imaginar mejores días, encontrar nuevas fuerzas para continuar el tortuoso camino para salir de la dictadura, ilustrar la esperanza de muchos niños y jóvenes de escasos recursos, quienes aunque no terminen estableciéndose como peloteros profesionales, adquieren la ética de trabajo, la perseverancia y la resiliencia propias de la dinámica del juego. Desde las interioridades de un equipo de beisbol o las anécdotas de una transmisión radiofónica o televisiva algunas personas han encontrado la respuesta a los retos de sus vidas, las herramientas para levantarse de los momentos más difíciles como cuando se pierden diez juegos seguidos, con la mejor disposición por corregir los errores. Todo eso empezó con aquel equipo de héroes de 1941 en el cual Daniel Canónico se convirtió en el jugador más valioso al ganar 5 de los nueve juegos de su equipo.

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