¿Llegaremos, alcanzaremos a ser una Venezuela íntegra?
Fuimos siempre tan jóvenes, tan a punto de adquirir carácter,
rasgos decisivos, nitidez que nos acecha el riesgo de continuar
siendo una incesante acumulación de fragmentos, de parcialidades
sin integración…” JOSÉ BALZA. PENSAR A VENEZUELA, Pág. 6
La principal característica de la histeria colectiva que exhibe el chavismo-madurismo viene dada por el desconcierto patológico, en su modo de hacer y decir; que se manifiesta y acentúa en un gran número de comilitantes del régimen.
Preste usted atención para que capte que hasta los más recalcitrantes ortodoxos del inefable “socialismo” ya transpiran quejidos y arrepentimiento; y aunque no lo expresan (como quisieran) sienten el descalabro en que se encuentran, y en el que han subsumido a todo un país.
Cada vez se hace menos pronunciable, y hasta vergonzoso, el discurso socio-político que han pretendido hacer dominante. Frente a eso, han querido tejer y hacer prevalecer un clima que lo enrede todo.
Las palabras comunes con las que quisiéramos intentar definir las cosas, o por lo menos irlas llamando por sus nombres, se han vuelto vacías.
Los códigos lingüísticos, en las racionalidades que ellos han querido imponer, han variado y corren a contrapelo de la realidad. El vocablo oficializado va por un lado y la verdadera realidad va por otro.
Acaso no nos ha sucedido que, aunque lo perceptible esté muy cerca de nosotros como para darle su exacto significado y juzgarlo, la retórica oficializada tuerce lo que hay que decir y te los hace conocer distintos.
Buscan y se apresuran para que entre en tu mente otra cosa: al hambre le dicen dieta; a los problemas los llaman temas; a sus ineptitudes las dan a entender como debilidades; a la desidia la llaman bloqueo del imperio; a las tratativas perversas que asolaron la producción nacional se la achacan a las sanciones, a la escasez de todo la mencionan como planificación programada etc. Por eso los enunciados en su mayoría son falsos.
La malévola intención es que quede, en la sociedad, la sensación de que hay que aprender de nuevo a pensar y a escribir. Que toda nuestra estructura sentenciadora de las cosas hay que desmontarla, para adaptarla a lo que los entes oficiales se les ocurra.
Pareciera que “las respuestas no siguen a las preguntas, el saber no sigue a la duda y las soluciones no siguen a los problemas” (Larrosa, dixit).
El uso indiscriminado de los vocablos no sería tan grave si estos no fueran instrumentos para llegar a conocer, analizar e interpretar la realidad. Pintan una realidad que no es tal.
Tradicionalmente llegamos a estudiar que los significados de las palabras son senderos abiertos para conocer el mundo. De todos es bastante conocido que cada término tiene una curiosa historia; y algunas veces, un inmenso caudal de relatos o una larga narrativa adquiere cierta síntesis en un único étimo. Repetimos, el mundo se conoce a través de las palabras.
Así también decimos que una palabra embadurnada, para que diga lo que no le corresponde, constituye un camino oculto o riesgoso.
¿A cuál socialismo se referían cuando hablaban de socialismo? ¿Qué transformación dicen que estaban haciendo? ¿Cuál sociedad ideal tenían para que la hiciéramos réplica en nuestras especificidades?
Nada serio había en sus pobrísimos discursos cuando nos plantearon hasta la obstinación que iríamos a un mundo mejor, parecido a los comunismos-socialismos, que vienen de regreso.
Los “planificadores” del gobierno asomaban, como mascarón de proa, rigideces e inflexibilidades en las decisiones. Nunca aceptaron justificadas observaciones de nadie.
La inocultable ineptitud la estuvieron maquillando con arrogancia y soberbia. Fruncían el ceño para espantar las incómodas críticas bien fundamentadas. La autocrítica les resbalaba; porque se creían y se la estuvieron dando de autosuficientes.
Únicamente ellos poseían el prodigio —incompartible— de atesorar “la verdad absoluta” e incuestionable.
La deleznable situación de nuestro país hoy devela la ruindad ideológica que los atraviesa. Su indigencia mental.
Por eso y solo por ellos es que estamos como estamos en las peores condiciones sociales y económicas, en la más patética inseguridad jurídica y ciudadana, en un descrédito internacional. Nos han conducido a tamaña precariedad ética y moral.
No es necesario profundizar en discusiones intelectuales, o académicas de alto nivel para percatarnos que las decisiones que se vienen dando en los últimos años en Venezuela a lo que menos apunta, precisamente, es a una emancipación: a desplazar hacia fuera, a desligarnos de las estructuras poderosas que nos tienen atrapados para imponer sus designios, ajenos a nuestra propia identidad. Estamos pagando muy caro, ante el mundo, la ligazón con Cuba, China, Corea del Norte, Irán, Bielorrusia.
Comencemos por destacar el hecho que nuestra cultura socio-política ha asumido una impronta civilista-democrática, que es un sustrato de paz y de libertades.
No resulta, para nada, sorprendente para los investigadores sociales la tipología militarista que caracteriza al actual régimen nacional.
El poder político —como en siglos pasados— se encuentra una vez más en los cuarteles.
La verdadera emancipación debe comenzar por erradicar tales despropósitos.
Estamos obligados a emanciparnos de los pensamientos alienantes; con mucha más razón cuando sabemos que en el tramo civilizacional que transcurre se asume el conocimiento ya prácticamente como un “factor de producción”. Conocimientos que se construyen a partir de las confrontaciones de ideas; además en las actuales y profundas transformaciones subyace la competitividad en tanto estrategia-medio para alcanzar los objetivos. Conocimientos-libertad-transformación-competitividad una extraordinaria cuarteta en un mundo moderno; tal es lo que queremos.
Del comunismo, ideología de ingrata recordación, debemos emanciparnos. Esa manera de apreciar la realidad, estamos obligados a mandarla bien largo al cipote.
Los regímenes totalitarios —como el que se pretende levantar aquí— ven malas palabras en expresiones tales como: libre albedrío, democracia, separación de poderes, estado de derecho, institucionalidad, libertad de pensamiento y de acción.
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