Varias veces he señalado la necesidad de que los países de América acudan en la defensa de la democracia en los países del continente en los que esta desvaneció como Venezuela y Nicaragua, y por supuesto se acabe la cabronería internacional con la tiranía cubana, aplicando la Carta Interamericana y el TIAR. Una profiláctica intervención en esos países es la clave para la seguridad continental y el desarrollo de esos pueblos, en donde debería imperar el Estado de derecho. Esa fue precisamente la política preconizada por Rómulo Betancourt, que la OEA aplicó en los sesenta, cuando este fue presidente, y que paulatinamente se fue olvidando hasta que el infame Insulza, no solo la archivó, sino que aplicó la tesis contraria, la protección a los regímenes totalitarios en el continente americano.
Sin embargo, esos llamados eran tímidos de mi parte por no poseer un fundamento teórico que me respaldase esa tesis. Enhorabuena llegó a mis manos la extraordinaria obra La Doctrina Betancourt, una alternativa para Venezuela, edición del autor del 2020, del abogado y politólogo Luis José Oropeza, en la cual en lenguaje sencillo y claro, pero con una argumentación irrebatible, se presenta la Doctrina Betancourt, actualizada y se plantea la urgente necesidad de su aplicación como solución a la sombra totalitaria que se ciñe sobre el continente, repito especialmente en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Muy acertadamente nos introduce en la desvirtuación de la idea de la soberanía al indicar que: “La soberanía es una entelequia que para nada útil nos ha servido. Ha sido la excusa para aislarnos, para liquidar sin fórmula de juicio a la Gran Colombia y desde entonces propiciar el maleficio de los nacionalismos; para fingidamente creernos una grande y poderosa nación que nunca podrá serlo, haciéndose cada día más exigua, más estrecha y fragmentada. Nos ha servido incluso para que un presunto soberano investido de potestades que no tiene, pueda concertar con otros sus compinches, acuerdos para secuestrarnos, someternos y dejarnos a todos en la inopia y la miseria”( p xxiv).
Nos describe la triste realidad actual continental: “El imperialismo fatuo del marxismo después de verse frustrado en sus múltiples intentos de prevalecer por la fuerza de las armas de la guerrilla, ensaya ahora en esta ronda dramática del nuevo milenio, imponerse por los artificios de un falso y fingido juego democrático. Es la vía de una dualidad de gobiernos paralelos, uno real del terrorismo avieso y otro fabulado de un pacifismo artero. Esa amenaza, así supina y sigilosamente pautada, ya por cierto saltó los mares y recientemente se cierne también sobre los destinos de la Madre España”(p29).
Coincidimos en resaltar que ante el fracaso de la intentona guerrillera ,Castro se las ideó para hacer llegar al poder al comunismo, disfrazado bajo el eufemismo de SSXXI, utilizando el juego democrático para intentar la aniquilación de la democracia, bajo la estrategia bien delineada en la carta del foro de Sao Paulo y ante la cual los demócratas latinoamericanos no han querido establecer una organización similar de sentido contrario, en la cual estaría la clave de la resistencia democrática, en países como Venezuela y Nicaragua.
En efecto aserta Oropeza que: “ Es aquí, ante este espectro de realidades confusas, cuando la Doctrina Betancourt debe ser reivindicada para ser invocada en reclamo de sus fueros. Así como el castrismo y sus aliados se congregaron en San Pablo desde 1990 para ayudarse mutuamente en el avance concreto, recio y tenaz de sus proyectos totalitarios, los demócratas continentales nos hemos quedado relegados, impasibles, indiferentes, sensiblemente rezagados en la contienda política”(p 32).
Es en un despertar de las élites políticas democráticas de nuestros países que reivindique la Doctrina Betancourt y aplique una valerosa defensa sin ambages de la democracia continental donde se encuentra la clave del triunfo de la democracia sobre el totalitarismo en nuestro continente, con una profunda disertación Oropeza nos convence de la necesidad y factibilidad de la aplicación de la doctrina Betancourt.
Nos advierte Oropeza del peligro de infiltrados que jueguen contra el devenir democrático de los pueblos, como efectivamente ocurrió en Colombia: “Pero conociendo la persistencia fanática del obsecuente adversario totalitario, quien siempre logra reconstruir su vigencia por medio de pervertidas manipulaciones, como ocurrió en efecto no hace mucho con la fraudulenta pacificación colombiana suscrita en los deplorables acuerdos de La Habana. En la hermana república, solo después cuando ya estaban suficientemente rearmados y recuperados los pacificadores farsantes, ya regresados a la lucha en las montañas, se pudo constatar el riesgo absurdo que la historia solo podrá explicar en aquella siniestra componenda pacificadora auspiciada por los vencidos con la pervertida complicidad del presidente Santos” (p 33).
Desde los inicios de la aplicación de la Doctrina Betancourt se vio el cínico doble discurso de los embrujados por el tirano Castro, como sucedió con el renunciado canciller venezolano Ignacio Luis Arcaya, quien defendió brillantemente la doctrina para ser aplicada en República Dominicana , pero al poco tiempo se escudó en la no intervención extranjera contra la libre soberanía y determinación de los pueblos, para no aprobar la aplicación de esta en Cuba, desde esos tiempos se ve la canalla estrategia del comunismo para escudarse en la soberanía nacional, para eso si implantar un imperialismo de nuevo cuño: el marxista cubano.
Concluye Oropeza, postulando el cuándo y cómo de la aplicación actual de la Doctrina Betancourt: “Regresando a la idea de concretar los elementos que deben concurrir para invocar con consistencia la aplicación de las fuerzas armadas adscritas para una actuación concertada multilateral interamericana en defensa de la democracia en cualquiera de sus naciones miembros, enunciamos los siguientes:
1) Haberse agotado todos los recursos para una solución pacífica del conflicto;
2) Dejar la sociedad democrática del país de que se trata en la impotencia absoluta para su defensa institucional de sus libertades por la concurrencia de poderes activos ajenos a la nación afectada;
3) Aprobar por mayoría calificada la intervención de las fuerzas armadas de la comunidad interamericana en la solución del conflicto. Esas libertades sólo serán efectivamente garantizadas cuando prevalezca un orden democrático interamericano, estrictamente concebido y por encima de todo, defendido por la fuerza si fuere necesario” (p 38).
Enfatiza Oropeza la orfandad que presenta la democracia continental cuando sabiamente señala:
“El arribo imprevisto del socialismo del siglo XXI nos encontró con las manos vacías, desasistidos del instrumental internacional contenido en la doctrina, entonces padeciendo por culpa de los demócratas sus peores momentos y sin encontrar en parte alguna ningún aliado valiente, diligente y consecuente con voluntad política capaz de reivindicar su invocación y su vigencia. Hasta Estados Unidos se vio caer más tarde en el juego tramposo de las argucias de la diplomacia, cuando sus políticas frente a Cuba desembocaron en las insólitas connivencias de Obama y Fidel, alentados con los auspicios de la Santa Sede, conducida entonces por las inclinaciones levantiscas de una abierta militancia pontificia contra el orden capitalista” (p 125).
Con enjundiosas reflexiones teóricas que van desde Maquiavelo hasta Popper y numerosas aseveraciones basadas en la realidad histórica esta obra de Oropeza en un compendio de sabiduría política, teórica y práctica, que bien vale aplicar, sobre todo cuando concluye que: “Países sin instituciones vigorosas, sin poderes y aptitudes adiestradas para enfrentar concertaciones criminales tan agresivas y poderosas como aquellas concebidas por el Foro de Sao Paulo, han quedado inermes, impotentes y a la deriva. Esa entente de 1990 no es nada distinto a una versión actualizada del antiguo Comintern, consiste en un pacto del radicalismo internacional para eliminar los poderes de las fuerzas armadas de los países que no compartan su ideología. En esa nueva internacional no se magnifica ya un riesgo meramente latente, comportan el alevoso desafío a un duelo inminente y poderoso que sólo podemos enfrentar juntos, aliados y dotados de la capacidad bélica de reaccionar” (p 158).
Valga esta reflexión final de Oropeza como premonición para lo que se está viviendo actualmente en Colombia, es exactamente la aplicación de la misma estrategia, con la lamentable misma actitud del liderazgo democrático de ligereza e improvisación, en no actuar concertadamente para frenar la expansión del SSXXI en este país. Nos queda apenas algunos meses para que Colombia se sacuda del farcsantismo y se reoriente en el camino de la rectificación democrática, todavía estamos en la posibilidad de salvarnos, solo falta una voluntad política férrea para hacerlo.
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