¿Un sálvese el que pueda? En parte y no en desbandada, pero sí con la certeza de que una de las cosas más sensatas que se pueden y se deben hacer en este instante, ante la revelación del alcance de una descomposición que es la principal causa del afianzamiento del criminal régimen chavista, es salvar a la mayor cantidad de niños y jóvenes con la esperanza, quizá vana, de que constituyan sus valores ciudadanos y democráticos la claridad en el, tal vez, muy lejano día después del aprovechamiento de la primera oportunidad real —construida con auténtica probidad— de hincarle los dientes con la mayor de las inteligentes iras a este tinglado de opresión y solapadas complicidades para despedazarlo y reducirlo al recuerdo de lo que jamás se debe volver a permitir.
De la escoria, aunque áurea, no se obtiene oro, por lo que el dejar esas vidas a merced de las manipulaciones de la miserable ralea que por migajas y desde los pedestales de una supuesta superioridad moral, intelectual y ciudadana han tergiversado, confundido, desviado caminos, puesto asechanzas y violado en las sombras derechos fundamentales que sin el menor pudor dicen defender, contribuyendo con ello al fortalecimiento de los sociópatas violadores de derechos humanos que usurpan y abusan de nuestro poder, únicamente aseguraría la liquidación de lo que aún sobrevive de la Venezuela decente por la que hemos luchado y resistido. Hagan, por tanto, lo posible y lo imposible para alejar a sus hijos de aquella guerra de pandillas que cada dos por tres se transmuta en contubernio con el objeto de salvaguardar una común fuente de privilegios, esto es, la de los tirios, los troyanos y los muchos cómplices de los unos y de los otros que pululan camuflados en las distintas esferas de la nación; todos imbricados en el andamiaje de imposturas, engañosas reputaciones y nocivas influencias que se yergue sobre los millones de cadáveres que, a su vez, perfilan los aspectos más hórridos del rostro de una inconmensurable tragedia, superada solo por el rédito que de ella obtiene semejante mafia de mafias.
Si sus hijos, verbigracia, son los angustiados pacientes del J. M. de los Ríos, no sigan perdiendo un precioso tiempo en infructuosos llamados a inexistentes conciencias y busquen en lugar de ello el modo de llevarlos a algún país libre y con la capacidad de brindarles la oportuna atención que requieren. Bien podrían iniciar una campaña para la recaudación de los miles de dólares, si no millones, que en conjunto necesitarán todos ustedes en tan difícil pero necesaria empresa, y cuando lo hagan y comiencen a oír las indignadas voces de las legiones de apóstoles de la «buena vibra» —muchos establecidos en una miríada de lugares allende las fronteras de Venezuela—, recuerden que los hijos de estos y de aquellos infames jugadores del «¿quién obtiene más?» que, por desgracia, se encontraron o se encuentran en similar trance, pudieron recibir o reciben todavía sus tratamientos en excelentes hospitales de ese mundo —y qué bueno que ha sido así—.
Si, por el contrario, deciden creer en el «¡aguanten que todo se resolverá pronto!» de los secuestradores de la nación, de sus «adversarios» y de sus respectivos aparatos de propaganda, y en tomar exhortaciones como la que aquí hago por maquinaciones de supuestos enemigos de Venezuela señalados en el summum del cinismo por los verdaderos destructores del país, también lamentaré en su momento la pérdida de quienes, al no poder decidir sobre sus propias vidas, se convirtieron en víctimas de una fe ciega en el variopinto elenco de la mayor farsa de nuestra historia, pues es tal lo que ha tenido lugar en el dédalo de apariencias que para la marcha en círculos de los venezolanos ha construido una caterva de sinvergüenzas de la que la nomenklatura chavista es uno de sus muchos grupos; el peor y sin duda el más letal, pero uno de muchos y el genitor de todos ellos. Y lo lamentaré como el que el triste final de sus hijos sea fuente de galardones en vez de ser su saludable vida el motivo de una mayor felicidad.
No pocos decidieron abrazar una vida delictiva, convertirse en criminales «buenos» para «combatir» a los malos, y ahora la nación toda pagará el precio de la demora en la organización de una fuerza emancipadora en verdad ética y, por consiguiente, realmente capaz de ponerle punto final a los días de la opresión, ya que nada beneficioso haría por todos la probidad de permitir la conversión de sus entrañas en receptáculo de manos de titiriteros, a cuál más inescrupuloso. Y si estos ruines impostores creyeron por un segundo que esa probidad puede ser presionada con su propia humanidad imperfecta, jamás oculta bajo el velo de mentiras con el que ellos sí hacen pasar inmundicia y criminalidad por virtud, es porque su ensoberbecimiento tiempo ha que les arrebató la capacidad de ver el abismo del que ahora solo los separa medio paso de su torpe deambular.
Claro que, dado semejante estado de cosas, cabe preguntarse si en esta sociedad se seguirá esperando el obsequio de más «líderes», para continuar padeciendo los efectos de la mencionada guerra de acuerdos de pandillas en la que cada uno de aquellos falsos salvadores encontrará la posición más favorable para su individual medra, o se avanzará junto con los propios, sin intermediarios y ayudando en primer lugar a que el liderazgo surja y se fortalezca con un masivo y resuelto apoyo; justo lo que nunca ha hecho la ciudadanía venezolana en su historia republicana, a saber, ayudar a los que sí pueden ayudarla en vez de simplemente esperar por una suerte de «mesías» salido de las manos de influyentes paladines de una ética que ellos mismos no comprenden. Un «prodigio» del sentido común absolutamente ajeno a nuestra historia, lo cual, quizá, explica por qué Diógenes Escalante «no tuvo» camisa que ponerse, Arturo Úslar Pietri vio su solio de admiración transformado en una, aunque de fuerza, y Renny Ottolina…
Si de los hechos y dichos de lo vil, junto con el prejuicio, el insulto y la vacuidad, se compone el tejido de la cotidianidad de los más, pero de esta no forman parte las figuras probas y sus ideas, porque de tal realidad han quedado excluidas por la desconfianza o por la mera ausencia de alguna insignia «validadora» —de esas que, por ejemplo, les sobran a los opresores de la nación y a las otras especies depredadoras—, ¿de cuál honesto y efectivo liderazgo pretende entonces beneficiarse usted, apreciado lector? Tendrá esta sociedad sus mejores líderes cuando ella misma los ayude a ayudarla, y hago votos para que aquellos venezolanos, en apariencia honestos —y no tengo razones para dudarlo—, que ya empezaron a ser manipulados y obnubilados por los reflectores de la infamia, actúen con la coherencia que dicen entender para salir de su cerco y ser parte de ese necesario liderazgo, por el bien del país. Un bien para el que, sí, será menester la obtención de la única venganza que vale la pena: la justicia.
De esta misma sociedad dependerá saciar su hambre de ella, y para hacerlo deberá primero ser libre, pero comoquiera que no dejan de surgir óbices a la libertad de la nación y aún una sustantiva mayoría no ha aprendido a contribuir a la organización de la auténtica lucha emancipadora que todos debemos protagonizar fuera de la ciénaga de la politiquería y de los engaños, ayudemos por lo pronto a salvar a los hijos de Venezuela, incluso si ello significa que muchos construirán en otras tierras un hogar que ya no abandonarán.
Preferible es el que «dejen» de ser venezolanos a que quede un vacío en el mundo en lugar de sus vidas.
@MiguelCardozoM
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