“Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Evelyn Beatrice Hall, biografía de Voltaire (The friends of Voltaire, London 1906)
¿Qué hay de común entre el político y el comerciante y si lo hubiere, en qué consiste? En estos tiempos de sospecha universal y de juicios prontos y severos como los que advertimos se cumplen a diario y por ráfagas en las redes sociales, es menester alguna reflexión sobre temáticas que destacan y además, imponen un sesgo pernicioso al hacerlo.
Comencemos advirtiendo que la actividad política, tan bien presentada por Aristóteles y la procura del bien como su esencia misma, no son vistas como lo que postulaban los griegos y el estagirita a la cabeza sino todo lo contrario.
La desconfianza hacia los políticos y en general hacia los servidores públicos es cuasi absoluta, lo cual se comprende si tomamos en cuenta la cotidianidad de la denuncia por corrupción o el desprestigio de la cosa pública y su gestión que deja que desear.
Paralelamente, se da por cierto que los políticos devienen, más tarde o más temprano, comerciantes del poder, capaces de atender sus intereses o recibir bienes diversos, a cambio de torcer la decisión pendiente para favorecer intereses de los particulares.
El comercio, por cierto, es el más pragmático e impersonal de los oficios económicos, por así llamar a aquellos que se dedican a la búsqueda no solo de la mera satisfacción de las necesidades sino generando beneficios y acumulándolos. Nace históricamente con el trueque y se ha convertido en fuente de las grandes fortunas. Amazon, una de las primeras empresas del mundo, es simplemente comercio de bienes y servicios.
Si usted asume que su negocio consiste en comprar, a lo más barato que encuentre o logre que le vendan al mejor importe que usted pueda procurarse inexorable y venda luego, al precio que desborde largamente su costo y más y que los otros deben pagarle, usted puede ser un exitoso comerciante.
Hay un relato que se oye de los que dan consejos a los demás y atribuido a un árabe o a un judío que reproduzco para agregar otro rasgo propio del comerciante hábil y precavido: “No sembrarás ni cosecharás, no criarás ni reproducirás animales, no fabricarás ni ensamblarás tampoco; solo comprarás y venderás”. La moraleja es múltiple pero acota que el comercio es por vocación “seguro” y reduce al mínimo los riesgos.
Durante la Revolución francesa se quiso republicanizar el comercio para hacerlo más humano y más social, reconocerle una impronta ética no solo hacia la contraparte sino ante la sociedad misma, pero no se avanzó mucho.
Después de que se despejaron las ecuaciones de Imperium y Dominium y el liberalismo dio paso, trajo y generó sus contrastes, se ha visto a ratos y en algunas latitudes el choque entre la potencia pública y el comercio que se muestra especulativo, codicioso y usurero. Este escenario es frecuente y especialmente en los países de mediano e inferior desarrollo económico relativo.
Los controles de precios son habituales en estos mercados inmaduros, falentes de la necesaria competencia que los haría eficientes, funcionan entonces inestables y no resuelven el asunto que hace que los montos y su comercialización desafíen las reglas básicas de la oferta y demanda, pero a veces también son una reacción, ante actuaciones del sector comerciante que se aprecien como excesivas o irregulares.
Pero, volviendo a lo que nos propusimos, expresaremos que la política también es otra función social, económica, institucional, orgánica y funcionalmente vital para el abordaje de los conflictos de intereses y en suma, una tarea que persigue la convivencia, el progreso y la paz, pero requiere para hacerse como tal de representantes y entorno apropiado.
En efecto, el político debe ser idóneo y digno de su tarea. Se moverá entre la ética por convicción y la ética por responsabilidad, como enseña Weber. Se asumirá como un servidor y no como el que se sirve de los demás. Su faena, si es llevada como es de suyo natural y precisan los griegos, apuntará al bien y si se comporta de otra manera asumirá su responsabilidad.
Se invita en clase a los muchachos y, entre otras bibliografías, a leer y deliberar sobre dos textos que recogen conferencias del genial alemán economista, sociólogo y filósofo Max Weber y que versan sobre la política y la ciencia como vocación. Los editores suelen recogerlas y editarlas como un solo instrumento al que nos referiremos levemente.
Weber deja entender que el político es un actor del poder que se desarrolla en la entidad pública que dispone de una violencia legítima para asegurar sus fines que propenden al bienestar social. Apunta a un predominio del liderazgo articulado a una baza tradicional, al soporte legal o al carisma que adorna su personalidad y le ofrece la empatía necesaria para convertirse en su conductor.
Empero, el autor de ese clásico, Economía y sociedad, aporta una suerte tipológica clave para entender la naturaleza del político o de quién se nos muestra como uno de ellos. Lo parafraseo respetuosamente así; Hay políticos profesionales y entre los susodichos distingamos a dos, “el que vive para la política” y se sumerge en ella completamente sin demandar nada a cambio y aquel que “vive de la política”, sacándole provecho personal a su participación e incidencia. (Weber Max, El político y el científico, Editorial Colofon, sexta impresión, 2016)
Siempre hubo y habrá tentaciones para el que deambula, en las coordenadas de algún poder sobre los demás. Me refiero en términos sencillos, a los que de su deseo y voluntad pende una llavecilla para abrir alguna puerta que necesitemos penetrar o recibir desde ella alguna prestación.
Imaginemos si ese factor decide o niega a su arbitrio un asunto que nos interesa o de lo que necesitamos urgentemente. La corrupción puede operar allí y como vemos, tiene dos agentes para hacerse posible, el que acepta o demanda y aquel otro que propone o conviene pero eso solo acontece con el que vive de la política. Como dijimos antes, se comercia con el poder eventualmente.
El político genuino no acepta sobornos y ni siquiera piensa que el bien que realiza origina un deber de agradecimiento. Como decían ya varios de los pontífices, la política es caridad. Un político auténtico no entresacará de su quehacer ninguna ventaja o beneficio.
Hay otras maneras de extraviar, confundir o malear al político que no se presta para negociar su condición, como la vanidad o la soberbia, los vicios y son varios, por evocar algunos, pero la ética de la que hemos hablado suele darle consistencia al político honrado.
Venezuela tiene tiempo en manos de los que viven de la política y ese es un lastre que nos hunde a cada momento. Es entonces necesario cambiar de hombres de la política y de ciudadanos que no lo son, ora porque no saben ni quieren serlo, o porque sienten que no les conviene.
@nchittylaroche
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