«¡Qué lindo! Está bailando en los árboles. ¡Es libre!», celebra Haydee Rodríguez quien, junto con su esposo Juan Carlos, viene de liberar una pereza en una zona boscosa cerca de Caracas, una de las muchas perezas que han salvado.
«Maruja 58» es la pereza número 58 rescatada por esta pareja apasionada por la especie, que creó la Fundación Chuwie, Centro de Rescate y Rehabilitación de Perezas, que busca rescatar, cuidar y liberar a estos animales nativos de las selvas de Centroamérica y Suramérica.
Chuwie, la primera pereza rescatada, es la imagen de la fundación, ubicada en San Antonio de los Altos, una ciudad dormitorio a las afueras de la capital venezolana. Desde entonces han rescatado a 59. «Queremos también ayudar en la investigación. Saber cuántos perezosos hay, por ejemplo, cómo viven», indica Juan Carlos Rodríguez.
No existen cifras del número de perezas en Venezuela. Con la deforestación en Latinoamérica, el hábitat de este animal se ha reducido, alerta World Wildlife Fund (WWF). Y según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), el perezoso enano está en «peligro de extinción» y el perezoso Bradypus torquatus es «vulnerable».
Cerca de Caracas, tres peligros acechan a las perezas: los perros que los atacan, los accidentes de tránsito y, principalmente, el cableado eléctrico que atraviesa zonas boscosas, donde las perezas intentan aferrarse y acaban electrocutados.
Así ocurrió con Chuwie. «Salimos a hacer unas compras. Había gente con él. Parecía muerto. Se movió justo cuando nos íbamos», recuerda Juan Carlos, un diseñador gráfico de 46 años de edad. «Lo agarramos, se lo entregamos al veterinario».
Pero Chuwie perdió la falange de su brazo izquierdo, y por tanto sus garras, y fue gravemente quemado en sus dos patas. La familia entonces lo adoptó.
Para dar a conocer la historia, Haydee, que trabaja en medios de comunicación, y Juan Carlos crearon una cuenta en redes sociales: @Chuwieelgalan, que ahora tiene casi 10.000 seguidores en Instagram.
Y para los cuidados, la pareja viene aprendiendo con especialistas medioambientales en Costa Rica. En varios meses, se convirtieron ellos mismos en especialistas y salen a recuperar a estos animales heridos. «Nos convertimos en rescatadores de perezas sin querer», exclama Haydee, usando el nombre con el que se conoce la especie en Venezuela.
Juan Carlos y Haydee continúan en sus respectivos empleos, pero las perezas ocupan la mayoría de su tiempo. Tienen ahora seis en casa, recuperando fuerzas para ser liberadas: uno fue mordido gravemente por perros, otro, bebé, fue hallado sin su madre, otro fue electrocutado… Su objetivo es construir un centro mayor para acoger a animales heridos.
La maldición de la sonrisa
Juan Carlos sale cada día a buscar hojas frescas de árboles particulares, como Majua, Yagrumo o de caucho. Necesitan 1,6 kg de hojas diarias para alimentar a las seis perezas que cuidan de momento, suspira.
Para financiar la actividad, Haydee desarrolló productos derivados con la imagen de Chuwie que van desde sombreros y tazas hasta camisetas y pendientes. «La gente se siente movida por Chuwie. Es un sobreviviente», señala Juan Carlos, «pero desafortunadamente no podremos liberarlo jamás» pues está muy discapacitado.
En el sitio web, la pareja evita cuidadosamente publicar fotos de Chuwie en sus brazos.
«No son animales de compañía, mascotas o peluches», insiste Juan Carlos. «Las perezas tienen la maldición de la sonrisa eterna. Agonizando parecen que están sonriendo», añade, destacando que las personas que buscan domesticar a los perezosos son unos de los peligros que amenazan a la especie.
Suena de repente el teléfono, un perezoso está en problemas. Juan Carlos y Haydee suben al auto y rápido se trasladan a un barrio cercano.
Un perezoso está suspendido a lo alto de una palmera. «Mi perrito le brincó encima. Le agarró la pierna. Alejé a mi perro, cerré la puerta por los otros perros y lo dejé subir. Subió, subió, y está ahí desde ayer. Llamé para (que) lo rescaten», recuenta María Antonia Mugica, de 63 años de edad.
Juan Carlos la recupera. La pereza está en perfecto estado de salud, pero deben reubicarlo lejos de las casas.
Algunos kilómetros más lejos, la pareja repara en un rincón sin cableado eléctrico y con los árboles preciados por las perezas: Maruja 58 es libre.
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