Apóyanos

Armando Rojas Guardia: «Sí, en determinados momentos, he perdido la fe»

Poeta, ensayista y docente, Armando Rojas Guardia (Caracas, 1949) participó en el Festival de Poesía de Génova, Italia, que se realizó el pasado mes de junio. Entre la múltiple reflexión que ofrece la entrevista que sigue, destaca la cuestión candente de la institucionalización de la violencia en Venezuela

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Su mirada de asombro y gratitud es la misma desde hace más de cuarenta años, cuando mostró a los lectores su primer libro Del mismo amor ardiendo, en el año 1979. Un asombro y una gratitud que se acercan a la bondad de estar en paz consigo mismo y de sentirse amado y aceptado por su trabajo literario, que paradójicamente en esta sociedad actual y global no corresponde a los cánones estandarizados de la fama y la fortuna.

Armando Rojas Guardia es un monje de la palabra: un extraño monje contempóraneo de este principio de siglo brutal y caótico, que alza su bandera poética para decirle al mundo lo que piensa y siente, lo que ve y lo que lo atormenta. Rojas Guardia es un ser humano sensible, un hombre con la valentía existencial de confesar que ama a otro hombre en un país que arrastra prejuicios venidos de siglos anteriores, pero por encima de todo es un hombre que utiliza la palabra como expresión vital, por estar y existir en este mundo.

Como lo expresó en su diario, publicado en Prodavinci, la página web venezolana: “He procurado, en una larga batalla que ocupa buena parte del trayecto de mi vida, asumir la desnuda, la cortante verdad de la historia y del mundo. He tratado de domesticar, hasta donde me ha sido posible, mis ganas inconfesadas de huir de ella, de arropar la carne escueta de las exigencias históricas con una costra multicolor que las vuelva menos apremiantes. He querido ser lúcido, analítico, incluso en su momento, que por supuesto ya quedó atrás, materialista (en el mejor sentido, el marxista, de esta palabra). Me he sometido por prolongadas temporadas a una ascética cruel: nada de sueños enajenantes, cero fantasía caprichosa, penitencia realista contra el vicio de la imaginación absolutizada”.

Armando Rojas Guardia es un ser extraño, en este mundo interconectado y efervescente, que mira con dulzura a su alrededor y goza con infantil placer el delicioso instante de comerse una cereza, como solo los niños disfruan las golosinas. “Me puedo comer un kilo de una sola vez”, dice con felicidad absoluta, sentado en un café de la Piazza Matteotti, al frente del Palazzo Ducale, en Génova.

Hace calor, el sudor empapa su camisa arrugada, las colillas de cigarrillos atiborran el cenicero que Rojas Guardia no deja de llenar con cigarrillos a medio fumar a la espera de la primera pregunta.

―¿Podría hablar sobre la violencia que ha marcado el inicio de este nuevo siglo de manera tan brutal?

“La violencia ocupa el centro del panorama nacional e internacional a comienzos del siglo 21. Tengo un gran amigo, que fue alumno mío, perteneció a mi taller de poesía, ahora está en Nueva York haciendo su doctorado. Es un poeta muy reconocido en el ámbito hispanoamericano, se llama Adalber Salas Hernández, quien acaba de publicar en Pretextos un poemario que se llama La ciencia de las despedidas. Me llamó la atención que el tema básico de ese poemario es la violencia, la violencia física, la violencia psíquica y la violencia moral. Toca también, indirectamente, el problema de la inmigración, de los migrantes, porque los migrantes son el receptáculo por excelencia de esta violencia que campea a todo lo largo y ancho de la situación mundial”.

―¿Cómo catalogaría el problema de la violencia en Venezuela?

“En Venezuela tenemos una violencia institucionalizada. La violencia que se traduce en el derramamiento de sangre psíquica e incluso física de muchísima gente. Ese panorama violento nos horroriza y nos conmueve de una manera permanente”.

―¿Cómo le afecta personalmente?

“En tanto ser humano yo la padezco y en tanto poeta creo que también la sufro a pesar de que no la he abordado como tema en mi poesía, pero la sensibilidad, que es la que me lleva a escribir, padece esa violencia indiscriminada.

En Venezuela el gobierno chavista nos ha conducido a una calle ciega. El gobierno chavista ha provocado un verdadero fracaso civilizatorio. Fracaso civilizatorio porque ha significado una regresión histórica de grandes proporciones, en algunos aspectos nos ha regresado al siglo XIX. Basta ver enfermedades que ya se habían desterrado de Venezuela. Han resurgido epidemias de tifus, de sarampión, de paludismo, que eran enfermedades que ya habían sido vencidas y que ahora regresan masivamente. Nos ha regresado al militarisamo y al caudillismo, también al estatismo que caracterizó a sociedades gobernadas por regímenes ya periclitados.

Ese fracaso civilizatorio es pura violencia institucionalizada que padecemos todos los venezolanos, y en tanto poeta yo padezco esa violencia, y procuro éticamente, como intelectual –porque el poeta es también un ciudadano y cumple una función social como intelectual–, en tanto ciudadano e intelectual, procuro elaborar una respuesta teórica y también estética ante esa violencia”.

―¿Qué busca fundamentalmente cuando se sienta a escribir?

“La poesía es pensamiento analógico y simbólico estructurado musicalmente, esa es la poesía. Analógico porque el vehículo privilegiado de la poesía es la metáfora y la metáfora es la relación analógica entre dos o más objetos distintos; y simbólico porque el símbolo es un objeto que representa a otro u otros objetos. La poesía es eso, es pensamiento, la poesía no es mero sentimiento, no es mero impulso irracional. La poesía es también una manera de pensar la realidad pero que, a diferencia del pensamiento científico o racional, opta por la analogía y el símbolo como vehículos de expresión.

A la hora de escribir en mí priva una manera, otra, de pensar la realidad, no es el mero sentimiento, el mero impulso de la sensibilidad sino una manera otra de captar lo real y dar cuenta de esa captación”.

Ya lo escribió en su diario: “Vivir poéticamente es vivir desde la atención: constituirse en un sólido bloque sensorial, psíquico y espiritual de atención ante toda la dinámica existencial de la propia vida, ante la expresividad del mundo, ante la sinfonía de detalles cotidianos en los que esa expresividad se concreta (ello implica un refinamiento orquestal de la vida de nuestros sentidos y un esfuerzo consciente por aquilatar nuestra percepción de los objetos que pueblan nuestro entorno)”.

―¿Cuál poema o libro lo define?

“Uno que se titula ‘Intentaba mi oración’, del libro Hacia la noche viva. Ese es un poema que da cuenta de una experiencia personal, de plegaria, que intento convertir en una imagen simbólica. Creo que esa imagen simbólica en el texto está bien lograda de una manera estéticamente válida.

El segundo poema que mencionaría es ‘Patria’, un poema que escribí hace unos seis o siete años en pleno auge del chavismo, y que es un poema donde metaforizo la situación colectiva e histórica del país, de una manera creo que artísticamente válida.

Y el tercer poema que mencionaría es el poema ‘25’, de Poemas de Quebrada de la Virgen, allí elaboro una meditación lírica acerca de cinco personajes de la historia espiritual de occidente: Marx, Rimbaud, Hegel, Heidelberg y Willian Blake y esa meditación lírica está bien realizada.

A partir de esos cinco personajes diagnostico la situación espiritual de mi época, que me parece que está bien hecha. En la primera estrofa digo, qué hubiera pasado si Marx se hubiera encontrado con Rimbaud en algun café de Londres. Marx que proponía la transformación de las estructuras sociales y económicas de la sociedad y Rimbaud que proponía transformar la vida, cambiar la vida, ¿qué hubiera pasado si se hubieran encontrado? Y hubiera habido una confluencia de esas dos propuestas. Esa es la primera estrofa”.

―¿Cómo fue su experiencia en el Grupo Tráfico?

“Insurgimos en Tráfico a comienzos de los ochenta reivindicando una poesía urbana que lograra hacer tema principal de la propuesta lírica lo cotidiano y lo histórico. Tratamos de remitirnos a la influencia de la poesía norteamericana porque el grueso de los poetas venezolanos, en ese momento, acusaban la influencia de la poesía francesa, alemana e italiana. A nosotros nos parecía que en el orbe poético norteamericano se desarrollaba como tema básico la cotidianidad y la historia. Apoyándonos en esa vertiente de la poesía norteamericana, insurgimos reivindicando una poesía urbana de lo histórico y de lo cotidiano. Esa fue básicamente la propuesta de Tráfico.

Pero luego, cada uno de nosotros desarrollamos nuestra propia línea de trabajo y nos separamos de aquella propuesta inicial sin abandonarla sino transformándola, desarrollándola de otra manera.

La poesía de Yolanda Pantin, la poesía de Igor Barreto, la poesía de Rafael Castillo Zapata, la poesía de Rafael Arráiz Lucca, la poesía de Luis Enrique Pérez Oramas, la poesía de Leonardo Padrón, son propuestas poéticas que ya tienen un espacio ganado en la historia de la poesía nacional”.

―¿Es difícil ser poeta en Venezuela?

“La palabra poeta en Venezuela ha sido una palabra muy devaluada, socialmente devaluada porque se le endilga la palabra poeta a mucha gente que no la merece. Sin embargo, yo creo que Venezuela es un país paradójico. Por una parte, no propicia estados profundos de conciencia donde pueda ocurrir la experiencia poética como paisaje existencial y cotidiano; sin embargo, y esa es la paradoja, Venezuela cuenta con una de las tradiciones poéticas más importantes de la lengua española. Al venezolano se le da con extraña facilidad la poesía. Lo constato todos los días en mis talleres. Conozco lo que hacen los jóvenes en Colombia, en Perú y en Nicaragua y en esos países no se da la facilidad para la poesía que se da en Venezuela”.

―¿Cómo percibe a las nuevas generaciones de poetas?

“Respeto inmensamente y admiro la poesía de las últimas generaciones de poetas. Por mi actividad docente, como coordinador de taller, estoy muy familiarizado con lo que escriben los más jóvenes y me impresiona y me impacta mucho la calidad de lo que hacen. La poesía de Adalber Salas, la poesía de Francisco Catalano, la poesía de José Delpino, son varios los poetas que a mí me impactan y me parece que la lírica venezolana está en buenas manos”.

―Con la llegada de internet se ha incrementado el número de escritores y poetas. ¿Le parece válida esa vía de autopublicar en un blog o en páginas de la web?

“Internet ha jugado un papel importante porque ha colectivizado, ha masificado, el alcance de la poesía. Eso de que mucha gente quiere ser poeta y no lo logra a mí me parece indicativo de una situación particular histórica y es que solo el tiempo irá decantando al verdadero poeta. No se trata de escribir poesía, se trata de vivir poéticamente y solo un verdadero vivir poéticamente conduce a elaborar una gran poesía y no todo el mundo lo logra por más que exista la facilidad de internet y la facilidad de las redes. No todo el mundo logra escribir una poesía válida, y el tiempo irá decantando quién lo logró y quién no”.

―¿En algún momento ha perdido la fe?

“Sí, en determinados momentos de mi vida he puesto entre paréntesis la fe religiosa. Ha habido reacomodo de cíclicos espirituales, existenciales, con respecto a la fe y, por ejemplo, hace unos seis o siete años me di cuenta de que la práctica de la fe cristiana estaba muy contaminada todavía por la culpa, por la experiencia de la culpa. Entonces decidí poner entre paréntesis esa práctica religiosa hasta no haber superado esa vinculación con la culpa. Dejé de asistir a la eucaristía, dejé de confesarme, dejé de hacer oración, pero al poco tiempo me ganó la nostalgia de la práctica religiosa. No me sentía bien. Regresé a la práctica pero creo haber superado ya ese momento de reacomodo. Me di cuenta de que tenía que superar la sombra de la culpa y lo logré, creo. En este momento de mi vida creo que disfruto la vida, la realidad del mundo de una manera mucho más plena, desculpabilizada, y creo que a estas alturas de mi vida tengo una confianza radical”.

*

25

Así como a veces desearíamos

que Karl Marx y Arthur Rimbaud

se hubiesen conocido en una mesa

de algún Café de Londres,

mientras en el agua sorda del Támesis

–ahíta de grumos aceitosos

que flotan entre botellas y colillas

y ropa gris de gente ahogada–

espera el Barco Ebrio, ya sin anclas,

a que el fantasma que recorra Europa

suba también, para zarpar

(Karl, vestido con blue jeans marineros

se despide de Engels en el muelle

y Tahúr hace lo propio con Verlaine

–los sueños insolentes hasta ahora enfundados

en la gorra que usó él mismo en la Comuna);

así como, a estas alturas, quisiéramos

que Hegel, apeado del estrado de su cátedra,

hubiese visitado a Hölderlin un día

en su manicomio oculto de la torre

para escuchar cómo el demente

–sin reconocerlo tal vez en su delirio–

le habla de un viejo amigo de Tubinga

con quien, en mitad de una fiesta adolescente,

bailó una mañana, junto a un árbol

por ellos mismos levantado

(“Libertad”, lo llamarían)

tan fieros y felices como niños orinándose,

con el impudor de los puerros, frente al rey

(en la siesta monocorde del verano,

recordando novias suavísimas de Heidelberg,

los dos compañeros se confiesan:

la razón deben pedirle a la locura

su danza irreductible, la inocencia

con que el loco Hiperión, desde su torre,

enseña al profesor de la luz blanca,

la rosa de los vientos del Espíritu,

no termina en el Estado de los Césares,

se burla de las Prusias de los Káiseres);

así querría yo hoy que a William Blake

lo hubiesen dejado predicar un solo día

sobre el púlpito labrado de una iglesia

–la catedral de Westminster, por ejemplo–

en presencia de arzobispos y presbíteros

y de una multitud de feligreses

harta, como todas, de sermones.

Imagino el viento sagrado resonando,

por primera vez, junto a los mármoles,

mientras los cuerpos, desnudados por fin

como a la hora del agua o del amor,

se erizan con el paso del Dios vivo

y tiemblan ante el olor de Cristo el Tigre

devorando las ingles de las almas,

ahora tan intactas, tan ebrias y tan vírgenes

como la de aquel niño canoso viendo ángeles

a la hora en que arde Venus sobre Lambeth

y hasta las prostitutas de Soho profetizan.

**

Patria

Alguna vez amamos, o dijimos amar,

la terquedad sombría de tu fuerza.

La voz del padre enronquecía

al evocar calabozos, muchedumbres,

hombres desnudos vadeando el pantano,

llanto de mujer, un hijo

y más arriba (¿dónde arriba?)

el trapo contumaz de una bandera.

Supimos, lenta y vagamente,

que lo imposible te buscaba

extraviándote los pies

–aquellos pies de Hilda obsesionaron

a mis ojos de niño: su corteza

terrosa, vegetal, desconcertada

sobre la pulitura del granito.

Tal vez una tarde, entre los campos,

la música te deletreó de pronto

al lado de algún bosque, una colina,

un lago triste que se te parece:

la misma terquedad al revelarte

ávida no precisamente de nosotros

(los efímeros, los quizá, los transeúntes)

sino de tu pátina absurda de grandeza

–esos sueños opulentos de la historia

que son más bien su horror, su pesadilla.

Ahora que te conoces vil, prostibularia,

porque tanta voluntad ecuestre

se apeó bajo el sol a regatear

y el héroe mercadeó con su bronce

y el oro solemne del sarcófago

adornó dentaduras, fijó réditos,

y no hay toga ni charretera ni sotana

que te oculten cuadrúpeda, obsequiosa

por treinta monedas ancestrales,

yo me atrevo a cubrir tu desnudez.

No es verdad que te vendiste. Tú anhelabas

dilapidarte brusca, totalmente:

un lujoso imposible.

                            Lo sabías,

siempre lo has sabido y como siempre

aras en el mar. Te concibieron

con vocación precisa de fracaso.

Cómo afirmar, pasito, que hoy te quedas

en la dificultad de sonreírte

levantando los hombros, desganado,

y diciéndote con sorna, con ternura,

mañana sí tal vez. Quizá mañana…

**

Intentaba mi oración

A Carlos Pacheco

Intentaba mi oración, sentado

en el balcón abierto a la mañana,

una oración empapada por el sueño,

subacuática a fuerza de arrastrar

desgarrados líquenes de ideas,

sensaciones sinuosas como peces,

corrientes de frases en la mente,

arborescencias últimas de imágenes

que rozan los monstruos paleolíticos:

el terror de ser, el de ser hombre, el de vivir

vertebrado sin más por la conciencia

(ella no pidió llegar al universo

íngrima brotando de lo informe

y cargada de faunas todavía).

Cerrados los ojos, intentaba

convertirme en silencio mineral

donde cupiera la mudez de los objetos,

en comunión callada con la silla,

las paredes, los estantes, esa forma

humilde que es la mesa, la extensión

granítica del piso. Se trataba

de apagar en mí toda palabra,

toda elocuencia contumaz, todo deseo

atrapado en las redes del lenguaje.

Luchaba mi oración por ser silencio

a pesar de mis abismos submarinos

bajo el discurso en vaivén, infatigable.

Batallaba la conciencia por dormirse

más allá de sí misma, despertada

sobre la arena sola de ese yermo

que redime en mudez, en horizonte

nítido y filoso los deseos.

Intentaba mi oración. Y no lograba

desbrozar esta selva que me habita

tejida con lianas de palabras.

El balcón era mi cárcel, mi derrota.

Mis nervios irritados hormigueaban

bajo el estruendo de la luz.

Me levanté de la silla.

… Me contuve,

porque un azulejo repentino,

ligero en el patio despoblado,

me miraba de lejos, frente a frente.

Ignorante de sí, me alivianaba.

Ignorante de sí, su azul juzgó

mi propio estupor agradecido.

Terminé mi oración. A Dios le gusta

traducir a veces su silencio.

Noticias Relacionadas

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional