Agolpados en torno a una mesa, un petit comité de observadores del comportamiento humano oímos, en distintos tiempos, los discursos de Schemel y Rodríguez, dos profesionales paridos por nuestras universidades. La idea era ahondar, entender cómo dos seres humanos intentan voltear una realidad que nos está golpeando día a día, minuto a minuto, sabiendo, y esto es lo más grave, el impacto que pueden provocar en las mentes y en el equilibrio de las personas.
El centro de sus discursos es sembrar en sus oyentes una versión distinta a la realidad que estamos padeciendo. “Es una verdadera operación de guerra mediática, de guerra psicológica, casi de linchamiento en contra del gobierno”, afirma Rodríguez, sin perder su sonrisa, indiferente ante las imágenes de miles de personas desesperadas arrastrando maletas durante caminatas interminables, huyendo de la miseria total, del hambre, con la esperanza de poder ayudar a sus familias. Imperturbable, continúa: “Estamos atendiendo directamente al pueblo bolivariano y a la gente, 16 millones de personas cuentan con un carnet de la patria, con un código QR, con el cual los beneficios sociales de la revolución bolivariana les llegan directamente sin intermediarios, sin gestores, sin que se desvíen esos mecanismos de ayuda. Los CLAP también, 6 millones de familias reciben cada mes 18 productos de la cesta básica, el sistema de bonos llega directamente a la población”.
En otro momento afirma: “Hay un torcimiento tal de la verdad que hace pensar que en Venezuela ocurren situaciones que en modo alguno ocurren”. Asombro total, nos preguntamos, ¿entonces la hiperinflación es un invento, un torcimiento de la realidad? La sonrisa de Rodríguez sigue allí, no pestañea. Atónito, un amigo psiquiatra, espantado, exclama: “¡Está negando su formación como psiquiatra, nos traiciona!”. No puede ignorar que los suicidios han aumentado, la gente oye este discurso, sale a la calle y ve lo contrario: su salario licuado, solo polvo; los estantes de los mercados vacíos; sabe que los hijos de la vecina han emigrado en total desespero. Rodríguez falsea la realidad sin pensar en el efecto que esa mentira continuada causa en la mente de una persona que siente que ha perdido el rumbo, que la realidad lo aplasta, que ve todo negro, sin salidas.
Schemel, por su parte, se afinca en una versión imposible: “El chavismo se mantiene como la única fuerza social, política y simbólica, ante la cual la oposición no ha logrado convertirse en una alternativa. Sigue siendo la única fuerza”. Basta caminar por la calle de cualquier pueblo de Venezuela para comprobar lo contrario de lo que tercamente repite Schemell. Continúa: “Lo ideal sería que el liderazgo respondiera realmente a las demandas y expectativas de los venezolanos que tienen que ver con la economía y la seguridad. La gente no está buscando un culpable, la gente está buscando soluciones y respuestas, hay una crisis de liderazgo profunda en Venezuela”. Primero, reconoce que su régimen, al que defiende, no ejerce un liderazgo; tiene el poder, gobierna pero no lidera. Ante tamaña contradicción proferida con aire doctoral, enmudecemos.
Schemel sabe que la crisis la fabricó el gobierno en 20 años destruyendo empresas que producían alimentos y todo tipo de bienes, dedicando nuestros recursos a financiar su expansión ideológica, enriqueciéndose sin pudor, enviando petróleo a Cuba, encarcelando y secuestrando al verdadero liderazgo. ¿Dónde están Juan Requesens y Laurent Saleh? ¿Por qué imponen una barrera casi inexpugnable entre Leopoldo y el mundo? Oscar Schemel sabe quiénes son los responsables. ¿Cómo puede decir lo contrario sin ningún pudor, si se ufana de hacer encuestas y grupos focales? Acaso la ética profesional es un adorno, no existe. ¿Puede un médico decirle a un paciente con cáncer terminal que su mal es una simple gripe?
La conclusión inevitable es que Schemel y Rodríguez mienten, engañan, tratan de torcer la realidad y con esa actitud confunden, ocasionan crisis perturbadoras más allá de las carencias materiales. Nos asaltan las palabras del profesor jubilado que declara: “Así no vale la pena vivir”, ante lo cual presentimos lo peor. Schemell y Rodríguez son culpables, transgreden con sonrisas y prepotencia nuestra dimensión moral, la más valiosa fortaleza humana.
Lo que sí queda claro es que la historia no los absolverá.
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