Por MACKY ARENAS
El padre José del Rey Fajardo forma parte de un cuadro referencial en la Compañía de Jesús, donde figuran los jesuitas históricos. Pertenece a esas generaciones que se formaron “a sangre y fuego”. Y no sólo por la férrea disciplina propia de la formación religiosa, sino por la exigencia académica de tiempos donde en las aulas jesuíticas primaba la rigurosidad impuesta por eruditos y auténticos sabios.
Nació en Zaragoza, España, el 18 de abril de 1934. Es, como él mismo lo declara, un “hijo de la guerra”, porque ni siquiera tenía uso de razón cuando comenzó el conflicto civil que dividió a España en dos bandos que aún no se reconcilian. Pasó hambre y sólo pudo conocer a su padre cuando los enfrentamientos terminaron. Un sacerdote que vivió el tránsito del pre al post concilio desde una formación recia que le permite una apreciación panorámica de la comunidad a la que se debe, de su pasado, su presente y también de su futuro, al cual prefiere no asomarse.
Sobre todas estas cuestiones reflexiona, con ocasión de la celebración los 500 años de la conversión de Ignacio de Loyola, que tiene alborotados a los jesuitas del mundo entero. Hurgamos en su amplio bagaje como historiador y académico para emprender un viaje hacia los nacientes de ese río grande y caudaloso que es hoy la presencia jesuita en nuestro país. Su línea de investigación se focaliza en los orígenes surcando, cómoda y profunda, las nada tranquilas aguas del siglo XIX. Como buen historiador, maneja las fechas de memoria y las suelta con precisión quirúrgica. La conversación fluyó holgada, como esa ropa oversize que hoy está de moda.
Hombres del Renacimiento
Comenzó por el principio. “Cuando nos enviaron a Venezuela, fueron muy claros: olvídense de España para siempre. Su destino es y será Venezuela”. Se adentra en la Venezuela profunda, de la que conoce todo, hasta las lenguas indígenas, lo que le ha valido un sillón en la Academia Venezolana de la Lengua. Ocupa otro en la Academia de Historia. Ha sido director del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB y rector de la Universidad Católica del Táchira. Fundó las revistas Montalbán y Paramillo, y tiene 90 libros publicados.
Y aquí está, a sus 88 años de edad, siguiendo un trayecto que comenzó en 1953 cuando pisó por primera vez tierra venezolana. Pero los jesuitas fueron siempre incómodos, por lo que, en épocas pasadas, no andaban mucho tiempo sobre un mismo terreno. Era frecuente sufrir expulsiones y Venezuela no fue la excepción. Y se va a la raíz: “Mira, la Compañía de Jesús nace en el Renacimiento; en otras palabras, son mentes nuevas que dejan atrás la Edad Media y dan un paso hacia adelante. En el Renacimiento surgen las naciones, los idiomas locales se imponen, la ciencia avanza considerablemente y llegan los grandes descubrimientos”. La resistencia a los cambios es una constante, a pesar de los cambios. El Renacimiento fue rupturista. Eso era incómodo. Y los jesuitas también.
Grandes misioneros
Venezuela —según explica— fue uno de los países a los que llegó tarde el influjo jesuítico. Podemos decir que en 1621 se abre el colegio San José de Mérida, el cual tuvo un gran significado. Pero fundamentalmente la acción jesuítica estuvo en el Orinoco, en las misiones de la Orinoquia. Los jesuitas fueron grandes misioneros, cosa que hoy muchos no conocen. “Ante todo, ellos trabajaban en la educación, tenían escuelas para formar ciudadanos. El solo hecho de que una persona pudiera hablar y escribir bien el castellano implicaba poder defenderse y era un importante agregado a sus habilidades”.
De hecho, cuando uno piensa en un jesuita lo piensa educador, no evoca a un misionero. Pero primero que nada fueron eso, misioneros. “Si te cuento —prosigue— que la historia del Orinoco la escriben los jesuitas, es una verdad como un templo. Llegan por primera vez en 1621 y de forma estable en 1631, diez años después. Fue muy duro, los Caribes no les dejaban entrar. Y los mataron. Hay que esperar hasta 1730 cuando realmente los jesuitas deciden volver. Sigue siendo difícil, son perseguidos, deben formar sus tribus militares y se defienden. Hasta que, en 1740, el padre Manuel Román —quien luego sería rector de la Javeriana— descubre el Brazo Casiquiare y se queda seis meses con los jesuitas brasileños. Allí hace amistad con una tribu muy dura, los Guaipunabis, los cuales generan lealtad hacia él. Así que vienen hacia Venezuela y matan a muchos Caribes, los cuales ceden y se van”.
Así, en 1750, se limpió la maldad que había caído sobre el Orinoco. Los Caribes, cada año, sacaban a la venta unos veinte mil jóvenes indígenas como esclavos. “Es por ello —anota— que llama la atención el hecho de que los habitantes de Guayana nunca pasaron del millón. Los Caribes los llevaban a las islas y allá los vendían”. Acabaron con ese tráfico de esclavos y es otra historia que valdría la pena contar.
Dos grandes hombres
“El gran legado de los jesuitas es la Orinoquia, sin la menor duda. Baste recordar al padre José Gumilla, quien escribió en 1741 El Orinoco Ilustrado. La segunda edición sale en 1745. Luego hubo varias ediciones en Francia. Venezuela, en aquel entonces, era chiquita, llegaba hasta el Orinoco; y Gumilla concibe a Venezuela como la tenemos hoy. Su lucha fue hermosa y sostenida, pero sólo en 1777 se lograría ese ideal. El padre Felipe Salvador Gilly, italiano, escribe el Ensayo de Historia Americana, fue quizá el talento mayor que tuvieron los jesuitas. Sus cuatro tomos, escritos entre 1780 y 1784, impactaron en Europa. Fue un gran conocedor de las lenguas y fue quien clasificó las lenguas del Orinoco. Es el que deja la puerta abierta a nuevas investigaciones pues ya había fijado la metodología. Esos son los dos grandes hombres que han pasado a la historia de Venezuela”.
La acción de los jesuitas en el Orinoco es, por decir lo menos, increíble. “La gente —subraya— no cae en cuenta de lo que significa pasar de indígena a súbdito español, que domina el castellano y disfruta de los mismos derechos. Esa condición comienza a multiplicarse, ya que los jesuitas abren colegios totalmente gratuitos. Para ello comenzaron a hacerse de grandes haciendas, propiedades donde desarrollaban sus proyectos educativos. Los jesuitas se distinguieron por tener extensas propiedades y esa era la razón. Por ejemplo, curiosamente la hacienda Caribabare, que actualmente se encuentra en los llanos colombianos, constaba de un millón de kilómetros cuadrados”.
Allí aprendieron los indígenas a montar a caballo, a cultivar la tierra y a desarrollar toda clase de destrezas. Era una especie de educación para la libertad y la dignidad. “Tan es así que los jesuitas abarcaron con sus misiones el corazón de América, lo que les ocasionó grandes problemas con la corona española porque los brasileros fueron penetrando, poco a poco, hasta que los jesuitas se armaron. El resultado fue que en 1750 el rey de España retira a los misioneros jesuitas del sur del Orinoco. Los portugueses exigieron sacarlos de allí. Por ello en 1767 aquello quedó abierto y, a grandes trazos, 150 mil kilómetros se llevaron los colombianos y 350 mil se llevaron los brasileños. Es triste pero ahí quedaron esas grandes obras, El Orinoco Ilustrado y el Ensayo de Historia Americana”.
“No querían jesuitas”
Allí trabajaron mucho los jesuitas. Esa provincia abarcaba Panamá, Colombia, Venezuela y República Dominicana. En 1696 se divide y quedan Bogotá, Tunja, Pamplona, es decir, la mitad de Colombia, Venezuela y República Dominicana. “Venezuela siempre fue un punto atractivo para los jesuitas, pero el tema de los Caribes y las situaciones que se presentaron en el Orinoco impidieron hacer más.
Mérida fue el punto de entrada en Occidente. Luego se desplazan hacia Maracaibo debido a que, para ir a República Dominicana, los vientos alisios y contralisios hacían muy difícil la navegación. Es por ello que los jesuitas buscaron la ruta Pamplona, Maracaibo y, de allí, por mar, a Dominicana”.
La educación comienza en 1628 en Mérida. “En Maracaibo hubo muchas dificultades, muchas”. ¿Cuáles? —preguntamos—. No querían jesuitas, responde riendo. Así de simple. Y volvemos al inicio, a la raíz: “Los jesuitas cultivaron las ciencias. Yo publicaré en el próximo número de la revista Montalbán el aporte científico de los jesuitas y se podrá apreciar lo que hicieron 400 de ellos que trabajaron en la ciencia”.
Pero en el siglo XVIII, hacia 1720, se instalaron en Maracaibo y en Caracas, aunque seguían trabajando en las grandes haciendas del Orinoco y poblados que quedaron y que habían fundado en la zona colombiana. Fue poco lo que pudieron hacer. “Pero, fíjate, a pesar de todo, de Mérida van a estudiar a la universidad Javeriana y de Caracas iban a la universidad jesuítica de República Dominicana. En 1725 se funda la Universidad de Caracas, pero civil. Los jesuitas estuvieron a punto de abrir, pero no se pudo. Querían dedicarse a la ciencia, a la investigación desde el ámbito universitario, pero el Estado español prefirió que fuera de esa manera”. Ellos vieron que su misión era secundaria en ese sentido, aunque dejaron su huella, pues fueron muchos los hombres ilustres que egresaron del colegio jesuita.
La ventaja comparativa de saber latín
Recalca: “Fundamental fue lo que hicieron en la Orinoquia. Gracias a ellos se pudo saber la riqueza y diversidad que encerraba ese territorio. La presencia científica es crucial. Escribí un libro hace poco con un gran médico colombiano que se titula La medicina en el Nuevo Reino de Granada y en las Misiones del Orinoco. Es impresionante el capítulo del Orinoco. La medicina influyó mucho y cuenta el Padre Gilly que los indígenas estaban más inclinados a preguntar al misionero que tenía su botica antes que ir con los propios médicos” (risas).
El Colegio de Mérida fue la primera institución educativa fundada en Venezuela. “Allí la visión de los jesuitas fue acertada. Mérida tenía 300 habitantes. Al colegio iban 20 alumnos y así en la mayoría de las ciudades. El latín era como el inglés hoy y lo enseñaban a la perfección, de manera que de los colegios jesuitas podían irse a Europa o donde quisieran a estudiar porque tenían la preparación necesaria para ingresar en cualquier universidad. Esa visión no la tuvieron las otras órdenes religiosas. Era muy duro enseñar latín. Imagina lo que significaba un sabio metido en Pamplona, con 300 o 400 habitantes enseñando latín. Eso era duro, tanto, que al profesor de Gramática le daban un día libre a la semana para que tomara un descanso”.
Hacia 1600 se abre la Universidad Javeriana de Bogotá. A partir de ese año, 28 universidades jesuíticas comienzan labores en México, Guatemala, Panamá, Colombia; y luego en el Sur, sobre todo en Chile y Argentina. En Venezuela querían también pero no fue posible pues se adelantó el Estado y fundó. Lo importante es lo que se hizo por la ciencia, a pesar de todo.
Un decreto fatal
En 1767, un decreto del 31 de julio firmado por el rey Carlos III expulsa a la Compañía de Jesús de todos sus territorios. “La razón era que toda la educación superior estaba en menos de los jesuitas y eso no les gustaba. Pensaron que eso era un poder y que había que acabar con él. Y lo acabaron. Cerraron universidades y colegios. Todo. Esa fase entre 1767 y 1810, tiempo en que está suprimida la Compañía de Jesús, sufre la producción científica. Carlos III no veía con buenos ojos a los jesuitas. Eso fue fatal para América Latina porque, de pronto, en 1767, se quedan las universidades sin el sólido apoyo científico-académico de los jesuitas”.
Es interesante mencionar que los jesuitas ubicaban sus misiones en las fronteras para ser un escudo de defensa contra los brasileros y, aún hoy, se mantienen en pie las bellas iglesias que construyeron y la gente va allí a rezar igual que lo hacían durante las misiones. “Tú ves lo que eran antes y lo que hay ahora y todo está intacto. Existen tal cual y la gente va lo mismo. Es una gran satisfacción que ello sea así. Te diré algo: si los jesuitas hubieran seguido allí, habríamos heredado países muy cultos. Pero el señor Carlos III resolvió otra cosa”.
En 1815 el papa Pío VII restauró la orden el 7 de agosto. En 1915 regresaron los jesuitas a Venezuela. “Se instalan en Caracas y fundan el Seminario. Es la gran estructura-Iglesia que se ve a la derecha, al tomar la Cota Mil desde la Avenida Baralt. Trajeron grandes personalidades a enseñar allí, de tal manera que el Seminario fue una gran fuerza, pero también un problema para el Estado. Allí se fundó la Revista SIC. Hasta 1953 los jesuitas gestionaron el seminario. El obispo no nos quería, así que lo dejamos y fundamos la Universidad Católica Andrés Bello. Fue una salida honrosa, después de todo”.
Un dato curioso es que uno de los primeros provinciales que hubo en España era de Puerto Cabello, se fue a estudiar a España y llegó a esa posición.
En 1962, con el Concilio Vaticano II, se produce un «quiebre jesuítico» en Venezuela, considera Del Rey. “Dejaron de venir jesuitas, la formación de los locales no es la misma, los profesores tampoco y las vocaciones mermaron. Se cierran Mérida y Barquisimeto. En estos momentos, en los colegios hay solo un jesuita. En las universidades la investigación no tiene el mismo rigor académico”.
La Revista SIC ya tiene 80 años. “En su primera etapa esa publicación fue firme, muy definida combatiendo el comunismo, con plumas de gran calidad, gente muy formada. Eran momentos difíciles en aquella etapa entre 1930 y 1950 que fue muy problemática. Y todo aquello se vivió intensamente en el Seminario, que era un fortín intelectual, moral y religioso para Venezuela. Después del Vaticano II mucha gente perdió el rumbo”.
Y termina: “Mejor no me sigas buscando la lengua. Del siglo XX no hablaré porque tendría que exorcizar a unos cuántos diositos”.
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