Pocas veces como ahora el rumbo de nuestro continente había sido más incierto, tal como se pudo apreciar en la reciente reunión en México, de ese elefante blanco que se llama Celac.
Ni López Obrador parece saber adónde va, salvo a darle la vuelta a las cosas para continuar en el Palacio Nacional. Su gran país es un mar de confusión e incertidumbre.
En muchos sentidos, Bolsonaro se asemeja. En Brasil la amenaza de un retorno de Lula ya es ominosa.
Como lo es el gobierno del peruano Castillo, de vinculaciones impresentables y contradicciones notorias. Perú está en un profundo problema.
El futuro de Chile también es peligroso, por el dominio cultural de la izquierda radical. ¿Qué puede pasar? Nadie sabe. Veremos cómo será la nueva Constitución.
Lacalle en Uruguay, Abdo en Paraguay y Lasso en Ecuador, lucen más centrados en una agenda democrática y seria. Y el boliviano Arce no es un showman como Evo. En Argentina vuelve a brillar una luz de esperanza como otras veces.
Duque está muy debilitado en la convulsa Colombia, y en las periferias resalta el salvadoreño Bukele. Un populista indescifrable. Y ni hablar del tiranuelo Ortega.
Poco alentador este panorama, con sus referidas excepciones. Y en cuanto a Venezuela, la deriva es ya hundimiento nacional, aunque la hegemonía despótica y depredadora controle el poder. En Cuba la dictadura tiene un rechazo masivo, pero la expresión del mismo no es fácil por la implacable represión.
Estos no son comentarios pesimistas sino realistas.
Los cambios positivos se construyen con los pies sobre la tierra.
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