Eso de la llegada de las revoluciones en Venezuela, levantando la bandera del libertador Simón Bolívar, como un emblema y una consigna para respaldar el ejercicio de gobierno de un régimen no es nada nuevo. Hay algunos antecedentes históricos, políticos y militares que hacen antesala a la vinculación de la actual revolución bolivariana con algunas etapas recientes. El culto a Bolívar como mampara para llegar al poder y ejercerlo en nombre de su legado no es reciente.
La llegada de los andinos al poder en 1899, en lo que se conoció con la invasión de los 60 abrió el espacio político y militar para lo que se conoció como la Revolución Libertadora. El triunfo de los hacendados tachirenses comandados por los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, levantando la bandera de la Revolución Liberal Restauradora, estuvo precedido del duro enfrentamiento entre liberales y conservadores, azules y amarillos, por el poder, y allí estuvo siempre la influencia del general Antonio Guzmán Blanco hasta su muerte en París el 28 de julio de 1899. Con la desaparición del autócrata civilizador se creía cerrado ese capítulo en la historia. No fue así, ni lo ha sido a la fecha.
El emblema más importante de la Revolución Libertadora lo fue el banquero, político, inversionista, empresario, diplomático y militar venezolano, el general Manuel Antonio Matos, quien ejerció una gran influencia política y económica en el país, durante el guzmancismo. El general Matos tuvo un gran ascendiente y potestad en las áreas bancarias y empresariales. Sus diversas inversiones le dieron atribuciones privadas y públicas sobre empresas extranjeras y transnacionales que operaban en Venezuela. Ese ejercicio desempeñado en la banca y con autoridad en el gobierno durante los finales del siglo XIX le proporcionó al general Manuel Antonio Matos una de las mayores fortunas en la historia de Venezuela. La llegada del general Cipriano Castro al poder en 1899 le interrumpió al general Matos su trayectoria de caudillo económico que corría paralela a la del caudillismo político y militar del general Antonio Guzmán Blanco.
Debido a este enfrentamiento con Castro, el general Matos fue arrestado y posterior a su liberación organizó un movimiento político y militar para enfrentarse a la Revolución Liberal Restauradora, en lo que se conoció como la Revolución Libertadora. Esta, registrada como la segunda guerra civil más larga de la historia venezolana y tan sangrienta como las anteriores disponía de más recursos, un gran contingente de soldados movilizados a nivel nacional, y con el respaldo de multinacionales extranjeras y los más encumbrados círculos militares, financieros, políticos, económicos, y sociales del país. Todo eso lo había tejido finamente el general Matos durante su largo ejercicio político a finales del siglo XIX.
La Revolución Libertadora se planificó y se dirigió inicialmente desde Trinidad. El apoyo de importantes banqueros caraqueños como los Matos, los Boulton y los Velutini, más la Compañía del Cable Francés y el Ferrocarril Alemán, la New York & Bermúdez Company, la Orinoco Steamship Company y otros capitales que se afiliaron para apoyar la causa que iba a derrocar al general Castro, hicieron una importante plataforma logística para apuntalar al ejército rebelde que desembarcò en enero de 1902 en Coro desde Port of Spain en el buque comprado por Matos en Londres como Ban Right y rebautizado como Libertador. Desde allí la guerra se extendió a todo el país y lo sacudió durante casi dos años. La Revolución Libertadora contra la Revolución Liberal Restauradora bañó en sangre al país. Una de las batallas más importantes lo representó la que se libró en La Victoria, estado Aragua, entre el 12 de octubre y el 2 de noviembre de 1902. En ese paréntesis cruento de 21 días los 9.500 soldados del gobierno del general Castro intentaban detener a los 14.000 revolucionarios comandados por los generales Matos y Luciano Mendoza. 2.000 cadáveres se quedaron en el campo de batalla al final de la victoria de las fuerzas oficiales. La Revolución Libertadora terminó de sellar su desaparición política y militar en los dos días que durò la batalla de Ciudad Bolívar después del 19 de julio de 1903 con el triunfo de las fuerzas del régimen de Cipriano Castro, comandadas por el vicepresidente de la república, el general Juan Vicente Gómez. Fue el fin del caudillismo y el entierro de las posibilidades de resucitar el guzmancismo en Venezuela.
La reciente desaparición física del general en jefe Jacinto Pérez Arcay, mentor histórico del teniente coronel Hugo Chávez Frías, se lleva a la tumba mucha de la información que vincula la Revolución Libertadora del general Manuel Antonio Matos con la revolución bolivariana del comandante Hugo Chávez. Especialmente la tejida en la conspiración más importante y compleja del siglo XX que llevó al golpe de Estado del 4F, al triunfo electoral del 6 de diciembre de 1998 y a los 23 años de revolución bolivariana. Ese intrincado y enmarañado complejo de relaciones familiares, de ilustres apellidos proyectados desde la época de la independencia, de familias de abolengo político, de la intelectualidad y de las finanzas, unidos en torno a la idea bolivariana de la independencia; cerrado parcialmente con la victoria del general Gómez en 1903 en Ciudad Bolívar, en la última de las guerras civiles, se mantuvo allí en el culto que le hizo durante 27 años el régimen de la restauración, seguido de los generales López Contreras y Medina Angarita, y luego con el general Marcos Pérez Jiménez. Siempre, con el ejercito montando la guardia con el fusil presentado en armas.
Como decíamos, el general Pérez Arcay se llevó a la tumba mucha de esa información. Pero aún queda ambulante bastante de esa historia que ayunta en la Revolución Libertadora del general Manuel Antonio Matos con la bolivariana del comandante Hugo Chávez Frías, al menos en su planificación y en su llegada al poder y especialmente en la conjunción de las élites familiares, políticas, académicas, intelectuales, financieras, militares, sociales y económicas para llegar al poder. Algo así como una coalición de las figuras más notables e inteligentes del país para provocar una revolución.
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