Por Janina Pérez Arias
En varios puntos de la ciudad de San Sebastián se ven varias vallas con la silueta de un artista que ha acompañado a su público a lo largo de 60 años. Raphaelismo se lee inmenso y esa figura inconfundible es la de Raphael anunciando una serie documental que tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Raphael aparece en el encuentro con la prensa y en el ambiente se palpa una mezcla de admiración, alegría y respeto. Chaqueta de cuero y pantalones negros, suéter rojo, melenita de cabello oscuro, sonrisa permanente, el intérprete demuestra su chispa, dominio absoluto del escenario en cualquier situación.
Encanta como sólo él lo sabe hacer y eso que aquella tarde en San Sebastián no dejó salir nada del vozarrón que le ha llevado a la cúspide de la fama con las canciones de Manuel Alejando.
Bendecida por esta mismísima leyenda de la canción, Raphaelismo (creada y dirigida por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega) explora rincones de su vida personal y artística en cuatro episodios.
Raphaelismo navega de forma paralela en las aguas profundas del gran artista y de Rafael Martos, el niño que nació en la pobreza y que muy temprano supo que montarse en un escenario era lo suyo y nada más.
Pero ¿es que aún queda algo por descubrir de este artista que ha estado siempre en la mira de atención, bajo los focos, casi al desnudo?
«Conocerlo todo, todo, no lo conozco ni yo», Raphael se muestra socarrón frente a los periodistas. «Considero que el público me conoce, me quiere, me acepta, me llena los teatros, compra mis discos… Indudablemente cada vez me conoceréis más», hace que suene a promesa.
Esa promesa se cumple, o al menos eso es lo que se puede constata
r en el capítulo dos, el único que se mostró en el festival, y que cuenta en particular un momento muy duro. Su motivación para tal revelación dice que no tiene nada que ver con derribar tabúes, a pesar de que también haya algo de eso.
Sucedió en Las Vegas, y al contrario de lo que reza el viejo y abusado dicho ‘lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas’, el intérprete explica por qué decidió hablar de aquella crisis que casi puso fin a la carrera que empezaba a despuntar.
«Nunca hablé del asunto, dejé correr la versión de que estaba agotado, y es verdad estaba agotado, pero eso era lo de menos. Cometí un grave error», hace la introducción. «Queriendo ser complaciente con mi madre, me la llevé a Las Vegas a finales de los 60, y creyendo que eso iba a ser maravilloso, se convirtió en un infierno. Mi madre no tiene culpa de nada, la culpa es mía de querer llevar a la normalidad algo que no lo es», explica y describe que durante unos dos meses hizo cuatro shows diariamente.
Con 21 años dice que lo que quería era fiesta, darlo todo «y mi madre recriminándome a cada momento», pone en contexto. Raphael se resquebrajó, casi perdió su voz. «Muchas veces pensé contarlo pero nunca había tenido una oportunidad tan buena como esta (la de la serie) para hacerlo. Sé que mi madre, esté donde esté, entenderá muchas cosas, me perdonará y me querrá más todavía por haberlo dicho. Y yo, eso sí, ya estoy liberado».
En ese instante se mezclan Martos y la estrella de la PH. Muestran vulnerabilidad, pero ni este ni aquel tienen miedo de tanta desnudez de alma.
«Yo con eso no pierdo nada, yo gano», enfatiza, «por lo menos gano ante mí, mi valentía, mi forma de ver la vida y mi trabajo, como he hecho toda mi vida desde que tenía 4 años cuando empecé a cantar».
Ante nada, auténtico
Con 78 años de edad y casi todo hecho, Raphael parece debatirse entre la paciencia y las prisas por regresar a los grandes escenarios. Recuerda que el inicio de la pandemia le pilló en Latinoamérica. «Por lo que les debo una gira entera», admite la deuda, «cuando ya se permita todo, estaré prácticamente un año por allá. Volveré a estar en ese continente que tanto quiero y que cómo se ha portado conmigo siempre».
Raphael es un torrente pero no sabe de dónde le viene su pasión y energía. «Yo soy así, punto pelota, no hay más», y además se autodenomina como una persona feliz porque «trabajo en aquello que me gusta, me rodeo de la gente que me gusta, hablo de lo que me gusta. Ese es el único y gran secreto y la pasión que le pongo a las cosas es auténtica».
De autenticidad va todo esto. La del artista que se corrobora con ese -ismo que lleva colgado el título de la serie. Raphael se ríe.
«Si de algo puedo presumir es que no me parezco a nadie, para mí ese es el -ismo», afirma sin que se le desdibuje la sonrisa. «Todo lo que hago es a mi manera desde le principio de la historia. Yo no imito a nadie».
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