“The king can do no wrong” De los tiempos de la monarquía absoluta
“No se gobierna inocentemente” Saint Just
La primera debilidad y, por cierto, de la que derivarán otras, del denominado diálogo y negociación que se cumple en México, consiste en la carencia de respeto del oficialismo hacia la oposición representada por dirigentes que Maduro trató con evidente displicencia al presentarlos, quizá, con la excepción de Gerardo Blyde.
Si esto fuera poco, el psiquiatra que luce más bien paciente, Jorge Rodríguez, interrumpió hace días para informar que el señor Alex Saab se incorporaría al diálogo y negociación de México, a manera de representante del régimen y miembro de la comisión de asuntos sociales. ¿Provocación? Maniobra y desprecio parecería destilar el alambique de los usurpadores.
La segunda falencia que confieso me decepciona es no haber incluido el referéndum revocatorio en la lista de asuntos a considerar que, sin embargo, imagino admitirá en el curso del intercambio, algún cambio o enriquecimiento. Me niego a creer que ese ejercicio pretendidamente dialógico sea, como aducen analistas locales, monológico y de mera adhesión.
El asunto es el siguiente y es menester dejarlo claro: el país está en el estado que 22 años de desgobierno lo ha dejado; postrado, arruinado, expuesto, cataléptico y vulnerable y sin admitir, generar, asegurar, ningún verdadero control del poder en el plano electoral y si acaso, desvirtuando, con la asistencia de los otros poderes desfalcados y desnaturalizados, todos los demás por cierto, las consultas electorales y las elecciones que se hicieron; acabando por conculcar la soberanía del pueblo y luego los chavomaduristas cedieron frívolos y cual felones la soberanía del país a los aliados de ocasión tal mamelucos.
Los errores se pagan y no era veraz aquello de que el pueblo siempre tiene la razón. Por el contrario, el cuerpo político se equivoca y el yerro no por culposo y no doloso si así lo fuera, deja de ser lo que es. Quienes además, en su cálculo, fraguaron la antipolítica y trajeron a los demonios del resentimiento, amorales y sinvergüenzas, no pueden ser obviados cuando la historia haga su investigación y emita su fallo.
Empero lo anotado será después, así que por lo pronto hemos de advertir que el presente luce tan pernicioso como el pasado y amenaza con inficionar deletéreamente el porvenir, que lo habrá como un hecho temporal pero que puede ser tan patético como es el ahora.
Analicémoslo por favor y verán, apreciados lectores, que es la realidad que se extiende y no lo que podría y debería ser. ¡Si Maduro sigue, Venezuela se muere!
Comienzo por evocar y categóricamente, una de las más importantes máximas de la experiencia y de la teoría política; el poder que no se controla se hace abusivo y demoníaco. Montesquieu lo plasmó en su obra más conocida, estudiada y metabolizada por el pensamiento occidental, Del espíritu de las leyes, publicada en 1749 y desde ese momento constitutiva de una fundación sobre la que se soporta, en buena medida, la ingeniería de la libertad y la constitucionalidad.
La separación de los órganos del poder, para que no se ejerzan sus funciones por los mismos actores a los fines de evitar la corrupción y para que cada órgano, en la procura de una actuación conjunta sin embargo, cuidara de los excesos y desviaciones que pudiera exhibirse de su desempeño. Rezó, el barón de la brede: “Para que no pueda abusar el poder, dispongamos las cosas para que el poder detenga al poder”.
De allí nació la teoría que la doctrina ha venido limpiando de interpretaciones no cónsonas con su propósito. El ethos de la susodicha fue controlar el poder, su ejercicio, su expresión.
Aunque no ha sido fácil y pasaron décadas antes de que se lograra una exégesis acorde con la hermenéutica de la mejor tradición constitucionalista francesa; pareciera que los trabajos de Raimond Carré de Malberg y Charles Eisenmann, positivista y kelseniano este último y parámetro doctrinario por decenios del siglo XX y, más recientemente, entre muchos que podrían citarse, Georges Burdeau y Michel Troper continúan la polémica sobre aspectos que cuestionan su eficacia pero no su referencia obligada.
Sin embargo, es menester anotar que se han producido giros muy importantes como los que ha supuesto la corriente del neoconstitucionalismo que privilegia la elucidación judicial y la preeminencia de los mentados principios constitucionales, el preámbulo, las declaraciones de derechos, a manera de fuentes de impretermitible valoración, lo que afecta en su dinámica el parámetro de la separación de los poderes y su ascendiente vigilante, entre los poderes públicos, a favor de la garantización de los derechos humanos y de aquellos que acreditados obran en la estructuración del instituto de la ciudadanía.
En Venezuela, el sostenido proceso de desconstitucionalización y adulteración de la institucionalidad gestionado por la clase gobernante desde 1999, con la cómplice ingenuidad de quienes le permitieron en el Congreso de la República con la instalación aquel 23 de enero y, en la CSJ, con aquella decisión que abrió la cerradura a la caja que protegía la integralidad de la Constitución de la República de Venezuela, desconocer las fundaciones político jurídicas y entre maniobras, subrogarse a placer la institucionalidad. Se ha cumplido, a mi juicio, en fases consecutivas, teniendo siempre como objetivo, enervar de manera sistemática, el control, fiscalización y vigilancia del poder formal por el otro poder formal, el Legislativo, de forma que el Ejecutivo desarrollara su personalidad autoritaria, conforme a su plan ceressoliano de construir una alianza con los militares y a nombre del poder popular que se adjudicó el difunto, aplicando lo que Guillermo O’Donnell denominó la «democracia delegativa».
El naufragio sobrevino de las inferencias que postularon un ejercicio de gobierno, desordenado, profundamente venal y concupiscente que, desde el comienzo, con la fulana Asamblea Nacional Constituyente y el plan Bolívar 2000, el fondo único social y prescindiendo del régimen presupuestario, birlando también la soberanía nacional, al ultimar el único reducto de contrapeso, tan legítimo y electo como él mismo, pero que en condiciones normales habría atajado y morigerado bastante el afán del caudillo y su montonera, su lumpanato; me referí antes y repito que entregar para su asesinato la legislatura electa en diciembre de 1998 fue una estolidez mayúscula.
Todo fue hecho con dolosa intención por quienes no eran ni demócratas ni republicanos, y por cándidos asustadísimos, con compulsiones miméticas, aullando los unos como lobos de una revolución que escondía su resentimiento e inmoral condición. Los otros, titulares de los poderes constituidos, asentaron las bases sobre la que se fundó el ascenso de la mediocridad y la enajenación de la patria. El chavismo clamó revolución donde solo hubo siempre prevaricación.
Ahora bien, es sano concluir a guisa de moraleja algunos corolarios de irrefragable prestación. El poder sin balanza será, más tarde o más temprano, inficionado del virus del abuso corrupto que está como una tara en su ontología.
Paralelamente, el órgano al que toca detener ese poder avieso si no fuere por la acción de otro de los poderes es el soberano que lo hizo su representante. No obstante, la elección como sabemos, leyendo a Schumpeter, debería ser el movimiento por el que los ciudadanos ponen fin a un poder salvaje si y, lo ratifico de nuevo, otro de los órganos del poder público no lo ha hecho y en ese caso, el cuerpo político debe asumir al costo que sea su rol soberano. En pocas palabras, no es la magistratura el soberano, es el pueblo el titular del poder que así se titula.
Por eso, el chavismo madurismo jamás rindió cuentas y ello explica el obsceno cuadro de nuestras finanzas públicas plagadas de opacidades, incongruencias, desvíos, malversación y hay que admitirlo corrupción, desde las más altas esferas del régimen que nos asfixia y sojuzga haciéndolo, con la otrora fuerza armada nacional a su servicio. Nuestro retroceso acelerado que parece la caída por un barranco lo iniciaron los que no cuidaron el orden constitucional. Ya decía Francisco de Goya: “El sueño de la razón engendra monstruos.”
En el aula de clases contamos 17 reformas creo recordar a la Ley Orgánica de Administración Financiera del sector público y a sus reglamentos para no acatarla y peor aún, lo que han hecho con la Ley del BCV y cual coautor necesario, colaborar para ultrajar la Constitución en su Título VI Del Sistema socioeconómico, Capítulo II, Del Régimen fiscal y monetario, secciones tercera y cuarta. Sin insistir mucho en el crimen contra Pdvsa, nuestra empresa orgullo nacional, el Fondo para el desarrollo endógeno y puedo enumerar otras muchas pruebas del latrocinio en curso.
El resultado está a la vista. El país que mostraba en 1999 las mejores condiciones macroeconómicas para dar un salto adelante con esos precios del petróleo, es hoy en día, junto a Haití, de los más pobres y vulnerables del continente y en algunos renglones compite por lo malo que no lo bueno en el mundo.
La revolución de todos los fracasos, la ignorancia intrépida y el cinismo sobretodo, no asume su responsabilidad y más grave aún, el cuerpo político no se la reclama.
La responsabilidad es la carencia más gravosa de las muchas que sufre el país. No se evalúa la gestión del que está a cargo, por las razones expuestas que vuelvo a mencionar. El funcionario o el gerente público no está compelido a mostrar y a cotejar su trabajo y él no se interesa mucho y, de parte de los destinatarios del poder, no hay conciencia ni cultura que lo exija. Tenemos entonces un poder, que no es también un servicio, sin evaluación; vale decir y ha sido el caso venezolano, un poder irresponsable y una apatía, desinterés, anomia ciudadana que lo facilita.
Lo que pasará en México no será trascendente sin que se convoque al pueblo a expresar su parecer y sentimiento, de manera seria, limpia, transparente, en una consulta que se le haga con respecto a si desea mantener o cambiar al gobierno. Todo lo demás es accesorio que seguiría la suerte de lo principal,
Hace unos días, allá mismo en México, la legislatura aprobó una ley que permite la revocatoria del mandato y se articuló el dispositivo en torno a una situación que leyéndola, me llamó a pensarlo. “La perdida de la confianza” es una buena razón para que el mandante, el pueblo, revoque el mandato ora dado al mandatario. Eso se llama democracia y soberanía.
Ojalá podamos tener esa oportunidad y los negociadores se percaten a tiempo de este monumento de verdad. Si de mí dependiera; ese solo elemento estaría en la mesa como el único planteamiento. La problemática nacional requiere con urgencia consultar al ciudadano y soberano y a éste, corresponde demandarlo, llevarlo a cabo y sostener su derivación.
Loewenstein en sus inmarcesibles aportes al estudio de la constitucionalidad se detiene y allí se aparta de la corriente norteamericana, que atiende a la comparación de los sistemas partiendo de la descripción de las instituciones para puntear más hacia cómo es ejercido el poder político y hace un hallazgo capital y central en su obra.
El germano americano desarrolla la sistematización del control del poder para educarlo y contenerlo. En su glosa advierte que el órgano soberano y electoral esta llamado en la eventualidad a controlar al detentador del poder directamente. Sesuda enseñanza del maestro.
@nchittylaroche
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