Noventa minutos tomó la conversación telefónica entre Joe Biden y Xi Jinping en la que ambos intentaron limar las asperezas que no han parado de acentuarse en los últimos meses entre los dos países lideres del planeta. No lo lograron… lo que no quiere decir que no hayan avanzado en el propósito de restarle decibeles a la trifulca que persiste en las relaciones entre Estados Unidos y China. La iniciativa de la llamada que se registró hace pocos días fue del presidente norteamericano, lo que no resta relevancia a la disposición de su contraparte a exponer sus ideas y a examinar sus estrategias “vis à vis” del otro.
Para nosotros, ordinarios mortales, no es de esta forma como se consiguen sanar mutuas desavenencias. Si la distancia se está tornando insalvable entre dos contendores, lo que tendría sentido es abordar los temas de manera frontal para encontrar soluciones apropiadas. Sin embargo, las vías de la política y los instrumentos de la diplomacia son otros.
No puede hablarse de fracaso cuando los dos jefes de Estado hicieron un gesto de buena voluntad en lugar de haberse mantenido de espaldas el uno frente al otro. Y además, es un buen avance que ambos se encontraran en la disposición de abordar esos tópicos en los que sus intereses convergen, a la vez que aquellos en los que sus perspectivas y valores se encuentran en las antípodas. Los esfuerzos por llegar a puntos de coincidencia entre ambos gobiernos, lo que se ha estado intentando desde febrero en repetidas reuniones, ha sido totalmente infructuoso y ello, de manera inequívoca, ubica en otra instancia la posibilidad de revertir el deterioro.
En los últimos meses, la hostil y encarnizada competencia entre ambos países por la primacía planetaria ha estado transitando una fina línea que roza constantemente un conflicto que es inconveniente para ambos lados de la ecuación. Los únicos llamados a detener ese camino son los dos líderes de cada una de las grandes potencias.
Sin duda que los dos personajes mantienen una buena capacidad de entendimiento entre ellos y esto data desde su primer encuentro, hace una década, cuando ambos se desempeñaban como vicepresidentes de sus respectivos países. De aquellos días data su capacidad de ser cándidos y sinceros con su contraparte. Así lo están viendo los analistas de los hechos internacionales.
En esa hora y media de intercambio se trillaron todos los sustantivos y espinosos temas de desencuentro en el área de la paz, la estabilidad, la prosperidad, las zancadillas comerciales, la política de sanciones americanas, las trampas tecnológicas y la ciberseguridad, los derechos humanos, la crisis de los uigures, la ayuda a Afganistán, el avasallamiento de Taiwán, entre otros.
Se trataron todos ellos con honestidad y sin ánimo aleccionador de ningún lado, pero tampoco con intención de condescendencia. Era preciso conseguir un lugar común de coincidencias por lo que pusieron el mayor volumen a los temas ambientales, la prevención sanitaria, el crecimiento económico global y el imperativo de evitar una crisis nuclear. Por encima de todo estuvo presente el empeño de no pasar a mayores en todo aquello en lo que los objetivos de cada lado son contrapuestos o simplemente divergentes.
Estemos claros, nada de lo anterior apunta en el futuro a que las relaciones entre ambos países se encaminen por mejores derroteros. La conversación telefónica en la cumbre no fue una demostración de hipócrita armonía. No hubo grandes avances pero tampoco dardos ni púas que ahonden las diferencias.
En el mundo de las frágiles relaciones internacionales ello cuenta por mucho…
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