Se trata de un poemario, mejor dicho de una plaquette de unas poco menos de 40 páginas lanzada al mercado editorial Colección Vitrales de Alejandría en su Serie de Poesía del Grupo Editorial Eclepsidra, a comienzos del año 1999. La Mudanza la conforman unos 24 textos poéticos de regular extensión que le otorgan a esta singular voz de la poesía venezolana una extraña y singular tersura sintáctica y versacional capaz de despertar gran interés en el lector que se acerca a sus hondos misterios verbales.
Los ejes temáticos de la propuesta poética de Rosas en este libro rielan en torno a los recuerdos y la memoria, una sutil y discreta anamnesis que recupera la palabra mediante trozos insoslayables de una vida (real o imaginaria; eso en realidad poco importa) digna de ser elevada al estatuto de literariedad. La memoria doliente y celebratoria de los muertos queridos, el llanto silente y contenido, el desgarramiento que deja en el espíritu un tiempo ido que no volverá, la tristeza lacerante y la duda lancinante que atraviesa y lastima el ser sensible del creador que pronuncia su voz dicente en estos profundos textos de Rosas.
En La Mudanza se advierte un inocultable desasosiego interior del sujeto lírico que sufre, de uno u otro modo, el rigor del padecimiento ontológico del tiempo que no da tregua a la terca e inquietante vida que tampoco cesa de hacerse y deshacerse en su infinita e implacable evanescencia del ser en sus insospechadas facetas ónticas. El trazo metafórico del río se patentiza en la figura milenaria y mitológica del búho jugando en la tela nocturna del mundo. Los tiempos verbales se fragilizan en la confección del poema otorgando al ánimo del lector una extraña sensación de ajenidad muy parecida a una gozosa distancia haciendo brotar a la superficie visual de la lectura hechizos de imágenes súbitas de estremecedoras resonancias poéticas. Una aparente rotura de las formas expresivas se adueña del ánimo del verso sutil y aparentemente “inconexo”, no obstante existir subyaciendo en el fondo una vigorosa estructura verbal autónoma e independiente de la facticidad objetual que informa el tinglado empírico y subjetivo del mundo de lo real. El tejido verbal expresivo en La Mudanza está bruñidamente ceñido a una morfosintaxis de estricto rigor perlocucionario, un agradable dominio de la lengua materna que le
sirve de soporte material al actante lírico que fabla en estos conmovedores textos.
“Las palabras sobreviven
Con la misma voz que me enseñó a decir cielo
A pesar del frío en mis huesos
Una larga distancia se nos avecina
Temo a lo que traes en las manos
El polvo que intentas dejarme”. (pág. 15)
Leyendo con inocultable regocijo estético este discreto libro que contiene tanto en tan pocas páginas percibo que la palabra se enseñorea de cada elemento fundante la expresión lírica sin incurrir en fatuos expresivismos prescindibles. Ello, por supuesto, es algo digno de celebrar con jubiloso entusiasmo. De igual modo, en este intenso y vibrátil libro se deja colar un erotismo delicado y apenas perceptible dicho con envidiable maestría enunciativa. En el poema titulado: “La misa”, dice la escritora:
“Ya nunca seré bruja
Ni jugarás al mago debajo de mi falda”. (pág.16)
Mediante un hermoso lenguaje elíptico y sinusoidal pero nunca elusivo la escritora metamorfosea y resingulariza el orden del mundo susceptible de ser nombrado, creando e innovando situaciones y contextos lingüísticos inéditos a partir de lo dado constituido o existente.
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