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Por NELSON RIVERA

—Vivimos bajo la sensación generalizada de que Venezuela está al borde de un cambio inminente. Quisiera preguntarle por lo deseable: ¿nuestro país necesita reconstruirse o requiere de cambios muy profundos, estructurales?

—Las dificultades de Venezuela son muy profundas y anteceden la aguda crisis que atravesamos en la actualidad. El crecimiento económico y el desarrollo social impulsado por la democracia a partir de 1958 se detuvo al cabo de dos décadas, a las que siguieron dos de decaimiento y después otras dos de desmantelamiento de instituciones y restricción de libertades, hasta el desplome total de la producción y las condiciones de vida en Venezuela. Si antes éramos dependientes del petróleo, ahora lo somos aún más; si antes nuestras instituciones eran precarias, ahora ya ni siquiera tienen vigencia; y si antes la corrupción era un problema, ahora se ha convertido en la razón de ser de la gestión pública. De manera que lo que corresponde hacer es erigir una sociedad basada en la libertad y el respeto a la ley como valores fundamentales, sostenidos por ciudadanos con capacidades para producir y valerse por sí mismos. El Estado venezolano, hoy hipertrofiado y omnipresente, debe concentrar su función en administrar justicia y velar por la seguridad de los ciudadanos, en vez de procurar proveerles todos los bienes y servicios para aumentar su dependencia y adueñarse del producto de su esfuerzo. La sociedad venezolana, por su parte, necesita potenciar sus habilidades y competencias para generar bienestar aumentando la productividad. Este es el sentido del cambio requerido: de la extracción de petróleo y minerales como únicas fuentes de riqueza a la conformación de una sociedad de ciudadanos libres, capaces de dirigir sus destrezas y conocimientos a la producción de los bienes y servicios que necesitamos para satisfacer nuestras propias necesidades y generar valor.

—A lo largo de estos 20 años, en distintas oportunidades, los sectores democráticos han mostrado dificultades para acordar políticas unitarias frente a la dictadura. ¿Qué explica esta tendencia al desacuerdo? ¿Son negativos estos desacuerdos? ¿Hay en nuestras prácticas políticas una tendencia a la confrontación, aun cuando existan objetivos en común?

—Los sectores democráticos cubren un amplio espectro político con visiones estratégicas divergentes, por lo que es natural que existan desacuerdos acerca de qué debemos hacer para superar la dictadura. Si de “sectores democráticos” se trata, entonces el punto de encuentro es que la conducción del país debe dirimirse mediante elecciones, pero como no es posible realizar elecciones libres, justas y transparentes sin los pesos y contrapesos que solo pueden ser ejercidos mediante la separación de los poderes y el imperio de la ley, la restitución de la democracia con alternabilidad se convierte en la condición necesaria para establecer el régimen de libertades. La causa de nuestras dificultades no son los desacuerdos, sino la ausencia de mecanismos para resolverlos. El mal no está en prácticas políticas con tendencia hacia a la confrontación sino en la falta de mecanismos democráticos para resolver nuestros dilemas.

—En medios de comunicación y redes sociales viene produciéndose un fenómeno: persistentes manifestaciones de nostalgia hacia el país previo a 1999. ¿Es posible que el deseo de cambio oculte, en alguna medida, un deseo de volver atrás? ¿Es retrógrado el deseo de volver atrás?

—La nostalgia es hacia un país con instituciones, que funcione, con la expectativa que los hijos vivan mejor que sus padres en vez de irse a otro lugar para valerse por sí mismos y procurar sustento. Ese no es un deseo retrógrado; es el reconocimiento explícito que la realidad actual venezolana construida a partir de 1999 no es capaz de satisfacer las aspiraciones de su población; es la manifestación palmaria de la urgente necesidad de cambio.

—¿Qué reivindicaría del período 1958-1998? ¿Es factible recuperar algunas prácticas de esas cuatro décadas?

—Entre las características resaltantes del período 1958-1998 estuvo la alternabilidad del Ejecutivo, cumplida en nueve oportunidades, período tras período, y respetada inexorablemente incluso en medio de severas crisis políticas que llevaron hasta la destitución de un presidente. La instauración de la reelección presidencial rompió con el ejercicio democrático. La descentralización, la separación de poderes y el Estado de derecho, aunque siempre imperfectos y perfectibles, también formaron parte del imaginario del cual Venezuela se apartó definitivamente con la promesa de una refundación, a todas luces fallida. La necesidad del respeto absoluto a los cánones de la democracia y la de la construcción de instituciones por encima de la voluntad o las aspiraciones transitorias de las personas, debieran ser por lo tanto las grandes lecciones aprendidas tras 40 años de democracia y 20 de revolución.

—¿Hay factores o energías en la cultura política venezolana que nos permitan ser optimistas ante la necesidad de cambio? ¿O es razonable la sospecha de que el deseo de un poder clientelar y distribuidor de subsidios sigue siendo un paradigma de una parte importante de la sociedad?

—Hay varios factores que nos permiten ser optimistas acerca de la posibilidad real de que ocurran a corto plazo cambios profundos en la sociedad venezolana. En primer lugar, el convencimiento, por parte de una gran mayoría de que el autoritarismo, la violencia, la arbitrariedad, la corrupción y el clientelismo no pueden seguir siendo los rasgos distintivos de la conducción del país; que el poder, necesario para el ejercicio de la política, es una amenaza para la condición humana cuando libre de contrapesos se ejerce en forma absoluta para imponer intereses personales o sectarios. En segundo lugar, está el surgimiento de una nueva generación que tras capacitarse en universidades venezolanas y del exterior, ha venido logrando incorporar experiencias y permear en el ambiente político venezolano, modernizando ideas e introduciendo nuevas formas de promover cambios. Por el otro lado está la dura realidad: la necesidad es la madre de la invención y la profundidad de la crisis que atravesamos nos obliga a todos a abrazar los cambios. El Estado ha perdido la capacidad financiera y productiva para proveer los bienes y servicios que se requieren para el sostén de la población, por lo que la inversión y el levantamiento del sector privado es inevitable. De manera que las condiciones están dadas para un cambio de paradigma importante de la relación entre el Estado y los ciudadanos.

¿Fuerzas como la polarización, el revanchismo, la dificultad para escuchar opiniones distintas y la fragilidad de los liderazgos deben preocuparnos? ¿Pueden ser factores que afecten la perspectiva de cambio?

—La democracia no es simplemente el gobierno de la mayoría, necesita conciliar la libertad de las personas con su igualdad ante la ley; y si no incluye el respeto a los derechos humanos se convierte en tiranía de la mayoría con opresión para las minorías y los individuos. El reto que tenemos por delante es la construcción de una sociedad incluyente que promueva la convivencia de personas con convicciones, posiciones, orientaciones, preferencias y puntos de vista distintos. La diversidad genera tensiones, pero por el otro lado la conciliación de las diferencias y el reconocimiento mutuo fortalece la trama social e impulsa el progreso. Para restablecer las instituciones venezolanas deberemos convocar la voluntad y las capacidades de todos y jamás podrá rendir frutos ese esfuerzo si prevalece la revancha o por el otro lado la impunidad. Para lograr la paz y reconciliar el país es necesario que los responsables de delitos cometidos rindan cuenta de ellos, enfrenten la justicia y afronten las consecuencias de sus actos. Solo así podremos dejar atrás este período funesto de nuestra historia y concentrarnos en la ardua tarea que tenemos por delante.

—Se dice que el desafío que enfrentará Venezuela tras el cambio de régimen es inédito. ¿Comparte usted esa afirmación? ¿Venezuela debe enfrentarse a lo inédito?

—El cambio de régimen en Venezuela nos enfrenta a un enorme desafío que tiene rasgos inéditos porque la crisis económica la desató un grupo que, tomando para sí las mayores reservas petroleras del mundo y amparándose en el ejercicio ilícito del poder, logró interrumpir el proceso de modernización emprendido en el siglo XX. Es inédito porque todavía no sabemos cómo vamos a desmontar este enclave minero, petrolero y de narcotráfico, con inmenso poder económico y respaldado por economías y mafias no occidentales. ¿Qué país de América Latina ha sido tomado por estos poderes? Pero por el otro lado, en otro sentido, nuestro desafío no es inédito. La historia de la humanidad está repleta de ejemplos de países y grupos humanos que han logrado recuperarse de inmensas tragedias. Los alemanes reconstruyeron un país devastado por el totalitarismo y la guerra en un período relativamente breve de tiempo, logrando incluso reunificar una nación que permaneció dividida por casi medio siglo. Los judíos lograron restablecer la existencia del Estado de Israel tras casi dos mil años de dispersión. Cada caso tiene sus peculiaridades y cada uno de los países que logró resurgir tuvo que reinventarse para enfrentar su nueva realidad. Nosotros no seremos la excepción; descifraremos las causas que originaron nuestro prolongado declive hasta sumirnos en el colapso al que nos ha llevado la cleptocracia. El fin de la tiranía convertirá la profunda crisis que estamos viviendo, con su carga de muerte, padecimiento, desolación y el desplazamiento forzado de más del 15% de nuestra población, en una nueva oportunidad. Y abrigo la esperanza de que esta vez nuestro modelo económico no busque impulso en la búsqueda de El Dorado, la extracción de coltán o la producción de petróleo crudo, sino en el desarrollo de nuestra materia gris. Los recursos minerales son limitados y su explotación degrada el ambiente, mientras que la imaginación, la creatividad y la innovación no conocen límites y son vía segura para el desarrollo sostenible en la era de la información y el conocimiento que vive hoy la humanidad. El desafío inédito al que nos enfrentamos es el de fundamentar nuestro desarrollo económico, social y humano en el emprendimiento y la innovación, construyendo las capacidades requeridas para ello. Las escuelas, las universidades y la empresa privada serán los pivotes centrales para el logro de esa transición y estarán dispuestas a enfrentar el reto.

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