Por ANÍBAL ROMERO
- ¿Un Quijote políticamente correcto?
“… dejad de andar vagando por el mundo…dando que reír a cuantos os conocen y no conocen…”
Cervantes (1).
El día 24 de marzo de 2021, Doña Leonor, princesa de Asturias y heredera al trono de España, llevó a cabo su primer acto público en solitario. La princesa visitó la sede principal del Instituto Cervantes en Madrid, en compañía de la vicepresidenta primera del gobierno español, del director del Instituto y otras personalidades. La prensa reseñó de esta forma lo entonces ocurrido:
“Varias decenas de personas se han congregado en el exterior de la sede bajo el lema ‘El futuro es Leonor’ para dar ánimos a la princesa. ¡Viva el rey y viva la princesa!, han coreado las personas convocadas por la asociación Concordia Real Española. Una vez dentro, la heredera al trono, de 15 años, y las autoridades se han dirigido hacia la Caja de las Letras, el lugar más simbólico del edificio, donde se guardan los legados de los premios Cervantes y de otras figuras de la cultura en español. Leonor de Borbón ha guardado para la historia en uno de los cajetines, el número 2021, el ejemplar de la Constitución que leyó el 31 de octubre de 2018, en sus primeras palabras en público, también en la sede del Cervantes. A continuación, ha colocado en su interior el ejemplar del Quijote con el que participó, junto a la infanta Sofía, en la lectura de la obra de Miguel de Cervantes el pasado 23 de abril (2020), a través de un video grabado en el Palacio de la Zarzuela debido a la pandemia.”
El evento fue un ritual cívico, en el sentido más estricto y positivo del término; es decir, un acto que propendió a dramatizar los mitos y símbolos del poder, a marcar transiciones en la jerarquía política, a difundir y fortalecer en lo posible las convicciones de la gente en la legitimidad tradicional y de ese modo organizar las identidades colectivas. (2)
Ahora bien, ¿qué significó más en particular este ritual cívico? Varios aspectos deben señalarse: en primer término, la intervención de la joven princesa, que luego de haber leído en otros momentos textos extraídos de la vigente constitución democrática y del Quijote, procuró en esta ocasión consolidar aún más los lazos entre dos realidades políticas, la monarquía y el actual sistema de gobierno, vinculándolos con una obra literaria que se ha convertido en legado esencial de la cultura y proyección de España, hacia sí misma y hacia el resto del mundo. Todo ello parece obvio y también válido, en cuanto se trató de robustecer, en el plano de los símbolos, instituciones y conquistas políticas y artísticas que son apreciadas por amplios sectores de la sociedad española.
En segundo lugar, cabe destacar que los ejemplares de la Constitución y del Quijote en esa oportunidad utilizados fueron depositados por la princesa en una especie de bóveda en la que se preservan otros documentos de la herencia cultural de España. Ello de por sí pone de manifiesto una intención simbólica, y podemos preguntarnos: ¿se pretende conceder un carácter casi que sagrado a estos símbolos? Dice Roger Caillois que “lo sagrado representa ante todo una energía peligrosa” (3), pero en este caso, dicho peligro no pareciera en verdad provenir de los textos que se intenta resguardar, sino más bien de fuerzas externas que de alguna manera les amenazan, requiriendo por tanto su cuidadosa conservación en el plano espiritual o, en otras palabras, en el plano de las creencias. La Caja de las Letras y sus casilleros son en esta instancia símbolos de vigilancia y protección.
En tercer lugar, es comprensible que muchos aspiren defender, en los tiempos que corren, la Constitución española, su realidad y simbolismo, como pilares de una ruta democrática que comienza a ser desafiada desde diversos flancos, por sectores que quieren romper los pactos políticos que dieron origen al texto vigente, eliminarlos o cambiarlos mediante radicales alteraciones de elevado riesgo.
¿Qué simboliza el Quijote, el libro y su personaje medular, en el ámbito descrito? ¿Qué le amenaza? ¿O acaso se trata de otro gesto que, aún sin deliberado propósito, sacraliza un texto ya muy reverenciado, hasta el punto quizás de disuadir en alguna medida críticas que nadan contra la corriente de los tiempos?
La novela de Cervantes es una obra fundamental de la literatura española y universal, un libro que con razón suscita el orgullo y el apego de todo un pueblo desde que apareció por primera vez, a comienzos del siglo XVII. No obstante, me pregunto: ¿qué visión del Quijote, qué perspectiva sobre la obra, qué interpretación predominante, cuál explicación del libro forma parte preeminente del contexto ideológico-cultural de la España de hoy? Dicho de otra forma: así como en la España actual se dirime una pugna política en el terreno constitucional, ¿existe por contraste un consenso acerca de la naturaleza del Quijote su mensaje y simbolismo, o están la obra y sus paradigmáticos personajes igualmente sujetos a un debate que exige esclarecimiento y acerca del cual merece la pena tomar posición?
Podemos razonablemente asumir, desde la perspectiva de la Casa Real y sus asesores, que el acto protagonizado por la princesa de Asturias, para volver sobre ello, buscaba unir y no dividir, y para ello se requiere un Quijote más bien neutral, un Quijote domesticado y desprovisto de aristas polémicas, un Quijote que, como veremos, se inserta en una corriente dominante, asumida por la mayoría implícita o explícitamente, que entiende al personaje como “una especie de santo” (4), un loco quizá no del todo loco que lucha por reparar un mundo pernicioso, pero se encuentra constantemente frustrado por la maldad y mezquindad que le circundan. Dicha corriente condensa la idea de que la famosa novela de Cervantes despliega contenidos “serios”, pero que en la misma sobresalen el ángulo cómico y la veta humorística (5).
En lo que sigue argumentaré que esa perspectiva sobre la obra es defectuosa e insuficiente, y debe ser corregida y ampliada en algunos aspectos, pues elude la dimensión trágica del libro, haciéndole vulnerable a los esfuerzos que aspiran a convertir al Quijote en representante de la actual corrección política y el progresismo. Este libreto ideológico, en el plano que ahora comentamos, intenta que la literatura del pasado cuestione lo ahora existente, renegando con respecto a ese pasado lo que no se ajuste a los esquemas y objetivos del nuevo clima intelectual. En el molde de esta línea exegética, el Quijote es troquelado como testigo del “cierre del horizonte vital de España”, de una España sumida en “la inercia, la melancolía y la decadencia” (6), una España frente a la que el Hidalgo encarna “una crítica a los ideales imperiales españoles, particularmente a la cultura caballeresca y utópica importada por la corte de Carlos V” (7).
La incorporación del Quijote como otra pieza, colocada sobre el tablero de las luchas históricas de los españoles, tiene larga data. Durante el siglo XIX, según lo documenta Javier Salazar Rincón, algunos intérpretes procuraron mostrar a Cervantes como un revolucionario librepensador, y su famosa novela como un manifiesto contra la monarquía, la nobleza y el clero, llegándose a sostener que el Quijote encierra mensajes cabalísticos. En tiempos más recientes no han faltado quienes pretenden demostrar la presunta “catalanidad” de Cervantes y su libro, “apoyándose en conjeturas infundadas y datos inexistentes” (8), y podemos otra vez constatar esfuerzos de apropiación ideológico-política de la obra. Se busca, como he venido esbozando, ajustar el Quijote a los marcos de las influyentes tendencias ideológicas progresistas de nuestros días, sumando la obra de Cervantes a los fines de disminuir y deslegitimar el rango épico y complejidad moral de cruciales períodos y hazañas del pasado de España, de modo primordial de la historia imperial y de la conquista y colonización de América.
En síntesis, el Quijote ha entrado de nuevo a formar parte de una discusión de carácter histórico, político e ideológico, en planos que desbordan lo literario y se insertan en la sustancia vital de un pueblo, de su visión del pasado, la caracterización de su presente y la dirección hacia la que debería orientarse su porvenir. La versión progresista del Quijote se estructura alrededor de la exaltación de la obra como una “obra de humor” (9), minimizando u ocultando el sentido trágico que en paralelo a la vena cómica circula de manera crucial en la novela. La más detallada definición de lo que acá entiendo por sentido trágico será abordada en las secciones 2 y 3 del ensayo; no obstante, adelanto al respecto estas esclarecedoras frases de Octavio Paz, en su brillante artículo sobre Hernán Cortés: “La esencia de la tragedia consiste en presentar oposiciones que son irreductibles, salvo por la aniquilación de uno de los términos” (10).
Las oposiciones que comentaré en este ensayo son, en el caso del Quijote, las que se desarrollan entre la realidad y sus ilusiones, tópico que dilucidaré en la segunda sección del ensayo. En cuanto a la empresa imperial española, enfocaré la oposición que ha existido y existe entre el peso ineluctable del curso histórico, de un lado, y del otro las necesarias preguntas de índole ética acerca del contradictorio y paradójico devenir de los aconteceres humanos. La epopeya histórica de España, la épica inmensa de la conquista y colonización americanas, sigue siendo objeto de intensa polémica y no pocas deformaciones, producto de una visión utópica y simplista de la historia, y de las desfiguraciones del combate ideológico. Este problema, y su enlazamiento con el papel del Quijote, serán objeto de una más extensa consideración en la tercera sección.
Si bien la dimensión trágica de la novela de Cervantes, que convive —lo enfatizo— con su comicidad, y llega a veces fundirse con ella, ha sido apuntada por otros autores (11), pienso que se requiere una profundización conceptual de su significado, tarea que confío adelantar posteriormente.
La comicidad del libro de Cervantes, que es un elemento clave que necesita ser adecuadamente analizado y ubicado para captar su sentido trágico, es transformado en la interpretación políticamente correcta en factor de neutralización y domesticación de la novela y su principal personaje. Este último llega entonces a ser visto por algunos intérpretes como una especie de predecesor de Charles Chaplin (12), un creador también notable en otro ámbito, el del cine, un creador cuya comicidad sentimental, en sí misma genial, no debe sin embargo y a mi modo de ver equipararse al humor quijotesco. Para solo dar un ejemplo de lo que pretendo sostener, en el capítulo 59 de la segunda parte de la obra, Cervantes pone en labios del Quijote estas palabras: “Come, Sancho… sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerza de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo…” (13). El pasaje tiene un toque en apariencia ligero, pero a la vez forma parte de una obra que, llegado a esta sección de la misma, ha dejado en el lector atento la inequívoca impresión de que Don Quijote sufre, que experimenta constantemente el dolor físico y mental, y que la traza humorística del libro se halla unida de forma indisoluble a una densidad existencial compleja.
La comicidad de Chaplin, de otro lado, que en numerosas ocasiones procura reflejar un mensaje profundo y un sufrimiento genuino, se mueve básicamente en el terreno de la manipulación de las emociones, de un recurrente sentimentalismo y la reiterada caída en la prédica moralista. Este terreno es diferente al de la evolución vital quijotesca, pues el genio cómico de Cervantes incorpora lo trágico, haciéndose patente en el Quijote más allá de cualquier manipulación sentimental.
La visión políticamente correcta del Quijote, además de minimizar las zonas oscuras de la obra y de su principal protagonista, restando relevancia a la crueldad que se muestra de manera insistente en el libro un aspecto con razón señalado por Salvador de Madariaga y Vladimir Nabokov, dos de los más lúcidos comentaristas de la novela, pretende en todo lo posible presentar al personaje central como “un héroe errante de un mundo escindido y roto, sin soberano estatal ni Iglesia universal, el mundo español” (14), desgarrando así al Hidalgo de su complejo marco histórico, haciéndole parte de la lectura decadentista de la historia de España en general y del período clave de los siglos XVI y XVII en particular.
No contentos con eludir o atenuar el carácter trágico de la obra, de pasar con liviandad sobre sus importantes zonas oscuras, de hacer del Ingenioso Hidalgo un crítico del orden establecido, y de posicionarle como otro decadentista, la interpretación políticamente correcta llega a su punto culminante clasificando a Don Quijote como “un hombre de izquierdas” (15)
Acerca de lo señalado argumentaré que, con respecto a la apreciación de la obra en su conjunto, así como al análisis del período histórico mencionado, es decir, la etapa imperial española, la visión progresista del Quijote y la lectura de la obra en clave decadentista requieren ser cuestionadas, ya que no responden a un juicio histórico-literario válido ni a un criterio de equilibrio ético. Cuando hablo de una lectura en clave decadentista, me refiero al esfuerzo dirigido a atribuir a Cervantes y su Quijote una postura apegada a una ya larga tradición historiográfica, integrada por buen número de comentaristas españoles y de otras latitudes, que no han querido ver en la historia de España desde finales del siglo XVI y hasta nuestros días más que un perenne, presuntamente merecido, e indetenible declive en casi todos los planos y órdenes de la vida nacional. Frente a estas opiniones procuraré articular otra perspectiva, que confío dé mejor cuenta de la naturaleza y significado del Quijote y de la historia que le acompaña.
Aclaro que asumo ante el Quijote, sin duda una obra de extraordinaria envergadura y valía, una actitud que se separa de la reverencia, evita la sacralización y se ubica en un genuino y mesurado respeto. Lo expongo así pues me parecen preocupantes afirmaciones tales como, por ejemplo, que el Quijote “es posiblemente la máxima expresión cultural humana” (16). Obsérvese que estas frases no se limitan a la literatura, sino que abarcan la cultura en general, lo cual lleva a interrogarse: ¿dónde quedan, para solo citar estos ejemplos, la Capilla Sixtina, el Partenón, la Ilíada, la Odisea, la Divina Comedia, las Tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, los Diálogos platónicos, la Suma Teológica de Tomás de Aquino, los dramas de Shakespeare, el Fausto de Goethe, la Pasión según San Mateo de Bach, las Sinfonías de Beethoven, las óperas del Anillo del Nibelungo de Wagner, las esculturas de Fidias y Miguel Ángel y las pinturas de Velázquez, Goya y el Greco? Nótese que he hecho referencia exclusivamente a obras pertenecientes al espacio cultural de Occidente, dejando de lado otra parte de la más valiosa herencia de la humanidad. A pesar de ello, y ateniéndonos tan solo al ámbito literario, es aconsejable guardar un balance y apreciar que, si bien el Quijote se encuentra en una cúspide como logro cultural, no existe allí como un solitario ermitaño. Es justo admirar al Quijote, mas tal admiración no debe distorsionar nuestra estimación de la obra, ni empujarnos a asumir la actitud de algunos comentaristas, que se rehúsan a admitir críticas o buscan minimizar señalamientos dignos de nuestra atención (17).
En la siguiente sección desarrollaré la naturaleza trágica del Quijote y su significado, discutiendo de manera más detallada temas solamente esbozados hasta ahora. Por otra parte, en la sección tercera abordaré los vínculos del Quijote, su tiempo histórico, y algunas de las dificultades, deslices y yerros de la lectura decadentista de la obra, un libro lleno de proezas literarias y ambigüedades psicológicas, que está profundamente inmerso en la historia de España.
NOTAS.
1. Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Barcelona: Círculo de lectores, 1969, p. 622
2. A. López Lara, Los rituales y la construcción simbólica de la política, Sociológica, Vol. 20 # 57, 2005, pp. 61-92
3. Roger Caillois, El hombre y lo sagrado, México: FCE, 1996, p. 15
4. Susan Staves, Don Quijote in Eighteenth-Century England, Comparative Literature, Vol. 24 # 3, 1972, p. 193
5. J.A.G Ardila, Las interpretaciones del Quijote y las intenciones de Cervantes, Miríada Hispánica, 4, abril 2012, pp. 20-21
6. Véase, J.L. Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico, Madrid: Editorial Lengua de Trapo, 2019, p. 249
7. Véase, M. Herranz Martín, El sentido ejemplar del Quijote, Madrid, noviembre de 2015 (documento original en Word, consultado en internet), p. 49
8. J. Salazar Rincón, Lecturas del Quijote, del siglo XVII a nuestros días. (Conferencia pronunciada en el Centro Cultural de La Llacuna, Andorra la Vella, el 20 de octubre de 2016, dentro del XXXII Ciclo de Conferencias organizado por la Societat Andorrana de Ciències).
9. J. L. Villacañas, Freud lee el Quijote, Madrid: Editorial La Huerta Grande, 2017, p. 99
10. Octavio Paz, Hernán Cortés: ¿Exorcismo o liberación?, diario ABC, Madrid, 28 de diciembre de 1985 (sección “La Tercera”).
11. Por ejemplo, A, Cascardi, Comitragedia in Cervantes. DonQuixote and the Genealogy of the Funny Book, CIEFL Bulletin, 15-16, 2005-2006, p. 34-37
12. Véase, Maria Suz Ruiz, La cordura y la locura en Don Quijote, en, J. L. Hernández y M. A. Varela (compiladores): Huellas del Quijote, Madrid: Instituto de Humanidades Ángel Ayala, CEU, 2005, p. 122.
13. Miguel de Cervantes, Don Quijote, p. 779
14. Villacañas, Freud lee el Quijote, p. 32
15. Jacques De Bruyne, Introducción a la lectura del mejor libro de todos los tiempos, en, Lieve Behiels (compilador), Tras las huellas de Don Quijote, Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia de España, 2005, p. 17
16. M. Herranz Martín, El sentido ejemplar del Quijote, p. 10
17. Un ejemplo de esta tendencia se encuentra en el estudio de J. M. Martín Carrillo, La crítica de Nabokov al Quijote: Crueldad y Mistificación, Instituto Cervantes, Centro Visual Cervantes, Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, 1995 (pdf, consultado en internet).
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