En 1992, el estratega de la campaña electoral de Clinton, James Carville, señaló que este debía enfocarse sobre cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas y puso un cartel en su oficina con la frase “es la economía, estúpido” para sintetizar este mensaje.
En las próximas elecciones colombianas, muy seguramente los candidatos seguirán esta estrategia, enfocándose en la grave crisis económica colombiana, agravada por la pandemia. Pero me atrevo a señalar que, no obstante, la importancia de la materia económica, esta no es la principal problemática colombiana.
Considero que el problema fundamental de nuestro tiempo, y no solamente en Colombia por supuesto es cultural. Entiendo cultura en el sentido general dado por la Academia de la Lengua en su diccionario. «Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc”.
Gramsci criticó a Marx señalando que no era la infraestructura (base material, económica) la que definía al sistema político, sino la superestructura (la ideología) la que lo hacía, y que por lo tanto para derrotar al sistema liberal, se debía hacer la revolución, no atacando el sustrato económico de la sociedad, sino el ideológico.
Para atacar la ideología de la sociedad occidental, para Gramsci, era menester pues, socavar la cultura de este sistema y para hacer eso, era definitivo el destruir las instituciones culturales, esto es en resumen el fundamento del marxismo cultural.
El comunismo contemporáneo no hace la revolución poniendo al proletariado en contra del dueño del capital, sino minando la cultura de la sociedad, la cual es la base de la ideología del sistema.
¿Cuál es la base de la sociedad? La familia. Por lo tanto, el marxismo cultural ha tenido como primer elemento de ataque destruirla y ello lo ha hecho, destruyendo la cultura familiar de la sociedad. Con el relativismo cultural, base de esta ideología neomarxista, se inculca desde niño, que no es la familia tradicional, de padres e hijos, la base de la sociedad, sino a que cualquier juntamiento de personas, independientes de su sexo y sin ningún patrón de conducta normativo se le puede llamar familia. No teniendo pues la sociedad su base, pues lógicamente se desmorona.
El otro pilar de la sociedad es la Iglesia. A ella se le ha minado también desde el marxismo cultural, con la teología de la liberación. Al introducir el marxismo, como el nuevo evangelio de la iglesia, sustituyendo al Jesús-Dios, por el Jesús- revolucionario, al relativizar el contenido de la Palabra, jerarquizando el contenido material sobre el divino. Al priorizar la labor revolucionaria del cura o pastor, sobre la catequística, la iglesia pierde su rol de fundamento de la sociedad y por lo tanto su ascendencia sobre los individuos.
Y así sucesivamente el marxismo cultural ha dislocado la sociedad occidental haciéndola susceptible de la ofensiva del comunismo, hoy eufemísticamente llamado socialismo del siglo XXI. Es por esto que el liderazgo democrático en nuestros países ha sido tan débil, por no decir indolente, en enfrentar al socialismo del siglo XXI.
Es esta la causa de que el liderazgo colombiano considere normal que se firme un acuerdo de entrega del país al narcoterrorismo comunista desconociendo la voluntad popular expresada sin ambages en un plebiscito, lo que constituye la instauración de una dictadura y ni siquiera haya expresiones de iracundia por esto. Es esta la causa de que en Venezuela el liderazgo democrático haya durado dos décadas en percatarse, o al menos decirlo, que el régimen no solamente era una dictadura, sino un régimen comunista que estableció un narcoestado, y aún así siga legitimándolo participando en elecciones sin que estas sean democráticas, en condiciones de tortura y asesinato de opositores, etcétera, ahora traspasando incluso esa abyecta condición y proclamando sin vergüenza que hay que convivir con el usurpador. Es esta la causa de que los pocos líderes que son conscientes de esta situación y luchan por ella, se les tilda de fascistas y se les intenta destruir desde esas bases culturales (iglesia, sistema educativo, medios, academia) para impedir que haya una lucha democrática contra el socialismo del siglo XXi, en la cual este perdería de calle la guerra.
Por eso señalo que el abanderado de la causa democrática colombiana debe estar claro en que, por encima de la coyuntura, la de 2022 será una elección en la que se decidirá trascendentalmente el destino de la democracia colombiana, pues en ella se decidirá si sucumbimos ante el marxismo cultural del socialismo del siglo XXI o defendemos el sentimiento mayoritario de la población que defiende la familia, la vida, la libertad y el orden, la propiedad privada, la sociedad libre y democrática. Las actitudes políticas del colombiano están claramente definidas desde esa perspectiva, como lo demuestran todas las encuestas y “focus groups” realizados al respecto; ha sido el liderazgo el que no ha sido valiente en defenderlas del socialismo del siglo XXI. Luego de una década perdida es hora de que un líder valiente hable sin miedo y llame a la derrota del socialismo del siglo XXI, es ahora o nunca.
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