Para nadie es un secreto que Venezuela y el régimen que apoya a Maduro ocupa un lugar en la agenda de los países democráticos tal y como se demostró en la reunión de la ONU, pero tampoco es un secreto que también lo ocupa en la de la confrontación dos imperios que se disputan la supremacía terráquea: uno, el imperio que tiene su asiento entre Washington y Wall Street, un imperio que conocemos bien, que a pesar de tener un largo historial de abusos y haberse equivocado, sistemáticamente, en su trato y relación con sus vecinos más cercanos, y que aun estando muy lejos de ser el “cazador primitivo de la América ingenua” que un día fue, algunos de sus líderes conservan en su espíritu esas viejas tentaciones. El otro, el llamado gigante chino, con una historia de siglos que la descubre como la nación imperial que siempre ha sido, hoy, gobernado por una estructura comunista que aplica, sin ningún pudor ideológico, un capitalismo salvaje, con todo y sus terribles consecuencias.
Dos gigantes insaciables enfrascados en una disputa que, de no detenerse por la vía de acuerdos sustentables que generen un clima de tranquilidad, podría producir un verdadero caos, tanto de la paz, como de todas las economías del mundo. Y es, en esta perspectiva, que tendremos que evaluar la presencia de Venezuela en las respectivas agendas de dos imperios pragmáticos, que solo toman decisiones después de evaluar la realidad pura y desnuda de cada situación, de cada territorio y de cada nación. Y la realidad nuestra es sencillamente trágica, así el régimen se empeñe en negar lo que los venezolanos y la comunidad internacional vemos sin necesidad de inventos ni camuflajes.
Allí están, entre otros, la diáspora que humanamente nos desangra, la hiperinflación que masacra los ya paupérrimos ingresos de los venezolanos, la escasez extrema de alimentos y medicinas, el chantaje del carnet de la patria y las bolsas CLAP, el colapso de los servicios públicos, de los hospitales, ambulatorios y una lista interminable de comportamientos antidemocráticos que catalogan al régimen como una dictadura, con lo cual ha entrado en el ojo del huracán.
En ese estado de debilidad, como gobierno y como nación, quebrada su economía, asfixiado su aparato productivo, imposibilitado de aumentar su producción petrolera, único rubro que le genera ingresos a su economía, y puesto su fracaso en evidencia con una diáspora que compromete el futuro de la nación, el régimen, una vez fracasados sus intentos por establecer una comunicación con Trump y el Departamento de Estado, que solo le pedían liberar a todos los presos políticos, volver al cauce democrático y convocar a unas elecciones verdaderamente libres, las cuales fueron consideradas por el régimen como injerencistas, Maduro decidió tocar de nuevo las puertas del imperio chino, un imperio tan voraz como el capitalismo salvaje que ejerce a diario dentro y fuera de sus espacios, implacable en la ejecución de una política expansionista como la diseñada por Xi Jinping, atenta, agresiva, a la caza de cuanta presa mueva su celaje pidiendo ayuda, un imperio con los recursos necesarios para llegar donde quiera, extendiendo cheques con la “mano amiga” que su estrategia de penetración y expansión ha diseñado como política de Estado en estos tiempos tan confusos.
No hay país en América, África, Euroasia que no conozca de sus acercamientos y sus métodos de persuasión. Un imperio que ha sabido venderse como un gigante que todo lo puede, que se ha colocado en las vitrinas del mundo como un salvador y que, al estilo amenazante y visceral propio de los liderazgos mediáticos, efectistas, sancionadores y exhibicionistas como el de Trump, tan parecido al de Chávez en su cotidiana relación con sus vecinos más débiles, Xi Jinping opone uno más efectivo y penetrante con el que ha ido logrando todo lo que un verdadero imperio aspira y que no es otro que el de ampliar los territorios de su influencia, sin que ello tenga una apariencia distinta a la de simples actos de negociaciones bilaterales. Atrás quedó sepultada en el cementerio de los grandes fracasos, la violencia política radical de Mao, de Ho Chi Min, de Stalin y de todo el aparato comunista tradicional.
El de hoy se asemeja más al de una estructura capitalista que prefiere en primera instancia la seducción y la propaganda engañosa a la imposición por la vía de la barbarie y la ley del más fuerte, pero que en ningún caso ha renunciado a las prerrogativas de las antiguas potencias coloniales y que, como todas ellas, a la hora de la verdad, recurre a los métodos más brutales del prestamista para conseguir el pago de sus deudas. Los expedientes son muchos y están a la vista. Solo para nombrar algunos, Sri Lanka se vio obligada a entregar su puerto más moderno a empresas controladas por el imperio chino; en Zambia el gobierno está siendo obligado a entregar su radio nacional, su compañía nacional de electricidad y su aeropuerto internacional a los acreedores chinos. Como todo imperio, ese nuevo y viejo imperio chino se ha especializado en negociar con la ventaja que le da conocer hasta el último detalle los puntos débiles de cada región para imponer sus condiciones a la hora de negociar, y, querido lector, usted puede estar seguro de que en el caso nuestro los chinos los conocen todos y de ello saben sacar los mejores dividendos.
Algunos analistas han dicho que el imperio chino no le prestaría más dinero a Venezuela hasta cobrar la deuda derivada de aquellos préstamos que nutrieron el famoso fondo chino del que tanto se sirvió Hugo Chávez, pero es bueno recordar que los intereses de China en Venezuela, producto de convenios bilaterales, en la mayoría de los casos absolutamente ilegales, son suficiente razón para evitar que el régimen se derrumbe y el poder caiga en manos de grupos políticos dispuestos a desconocer las obligaciones contraídas mediante acuerdos que no fueron aprobados por una legítima Asamblea Nacional. A eso habría que añadir que, siendo China un país comunista, de manera natural y sin mayores esfuerzos, estará siempre dispuesta a apoyar a un régimen que se exhibe como tal.
Por los momentos, estamos obligados a entender que la inclusión de Venezuela en la agenda del imperio chino obedece entre otras cosas a su política expansionista como parte de una política de Estado orquestada por Xi Jinping para ampliar sus bases de influencia en el mundo; a una necesidad de respuesta a las sanciones y aranceles que Trump le está imponiendo a la economía china con graves consecuencias, y a una manera de decirle al mundo que el imperio chino existe y tiene fuerzas. De allí la importancia mediática que Xi Jinping le dio a su pasado encuentro con Maduro, desde el momento mismo de aceptarlo, haberle dado al encuentro categoría de visita de Estado y con ello una alta exposición mediática, todo reforzado con la llegada del barco chino anclado en el puerto de La Guaira, con lo que, sin llamarlo con ese nombre, le aporta soluciones a la crisis humanitaria que deliberadamente provocó el régimen con sus políticas. Todo un cuerpo de mensajes con un solo destinatario: Trump.
Así las cosas, todo pareciera indicar que Maduro gozará de un nuevo, enésimo respiro, aunque los venezolanos ignoremos su verdadero inimaginable precio, dado que, hasta ahora, al imperio Chino, este régimen le había dado, mucho más que casi todo.
En esta nueva relación no hay ni altruismo, ni romanticismo revolucionario, ni acercamientos solidarios y desinteresados, solo pragmatismo y una carta geopolítica muy agresiva que, de no ser bien manejada en futuros intentos de negociación, podría, eventualmente, encender las luces de una alarma que solo suena cuando se aproximan vientos de guerra. Esta historia continuará.
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