La reducción impuesta desde el poder criminal tiene diversas aristas dignas de analizar con algún preciso detenimiento. Pendulan las múltiples opciones combinadas de lo físico a lo personal. De lo consciente a lo imperceptible siquiera. Nos reducen el mundo que nos circunda, pero también el imaginario. Nos imponen límites perturbadores, hasta generar daños psicológicos, morales, económicos. La idea de este proyecto, o una de las principales, es la de convertirnos en ínfimos, hacernos padecer un enanismo en todos los sentidos. Deambulan en la búsqueda permanente de los efectos contrarios al de la Gran Venezuela.
Ocurre con la moneda, evidentemente. Baja su valor y la autoestima de quien la posee y más de quienes no. Nos confinan a la prisión de los lugares de habitación o a más verdaderas prisiones con gendarmes. Finalmente, va siendo lo mismo. El efecto buscado es el de ahogar y atormentar. Torturarnos. Nos limitan el habla, las relaciones y la movilidad. Esto incluye las comunicaciones, menos mal que contamos, no todos, con computadores o teléfonos inteligentes. Concluyen sus liberadores efectos al coartarnos la electricidad o cualquier otro mecanismo para la circulación de la información. La cuerda se cierra sobre cuellos no precisamente de botellas. ¿Libertad de expresión?
Ya cercas ni rejas separan del hampa. Sin contar la valía vital, más devaluada que el billete de 50.000. Nos arrinconan sin permiso alguno. Eso incluye la propiedad y la privacidad. La bota militar ya no llega a bastar. La pisada lo incluye todo para reducir hasta llevarnos a la desaparición. ¿Comer? Mal, poquito. ¿Divertirse? Con algún juego de mesa o disfrutando vídeos, alguna caricia furtiva, tal vez. ¿El mundo? Para no volver. Nos escatiman hasta a los avecindados dentro de nuestras fronteras. ¿6 millones de evadidos? ¿Algún sueño de grandeza? Que va. Sueño de paralítico que aspira a dar un paso, enclenque.
¿Los límites del territorio? Empequeñecidos. ¿Por eso acabaron con la historia y la geografía nacional? El Esequibo se aleja, como si se hubiese desprendido del mapa. Apure, Táchira, los Andes, zonas de distantes pobladores cada vez más ajenos, penetrados por la guerrilla dominadora. ¿Bolívar? Enorme desterritorialización. Lo mismo Amazonas. O las islas. Las playas de Los Roques, trozos que ya no nos pertenecen ni en los sueños de las fotos. Las «zonas económicas especiales» se llevarán lo mejor. Ya hay severas denuncias acerca de Canaima y su destrucción, su reducción. ¿Venezuela? Acaso la casa de cada quien y un espacio público que nos robaron o que nos obstruye hasta los desplazamientos.
El pensamiento conculcado, expropiado, como un edificio cualquiera. ¿Soñar? ¿Para qué? ¿Expandir ideas? ¿Pensar? Prohibido. Desbaratado el lenguaje, la universidad, el liceo, la escuela, en función de sostener el socialismo como idea central que esculca en ti y por ti elabora las ideas y te planifica, para usarte.
De nada sirve así esta desaparición forzada. El individuo debe imponer su instinto de supervivencia física, mental y territorial. El achicarnos tiene un límite. La desaparición o la salvación del ser y lo que lo rodea. La diatriba está planteada y se amplía. Nos quieren desaparecer como individuos, como país. De allí que: o nos vuelven polvo cósmico producido por el poder o polvo cósmico volvemos ese poder desbaratador. La pelea es peleando. Hasta ahora no han podido afianzar definitivamente su proyecto inestable. Por algo será.
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