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Ese hombre sí camina – Parte IX

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Enero de 1976

«Olavarría abordó su carro protocolar y se enrumbó hacía el Country Club, su lugar de residencia. Mientras el automóvil se comía literalmente la Autopista del Este, los pensamientos del coronel se remontaban a Palo Alto, California; donde estaba en ese momento su esposa Lucía, visitando a uno de sus hijos que cursaba estudios de ingeniería fuera del país. Estaba de acuerdo con el general Alfonzo en lo relacionado con la calidad y la excelencia de los profesionales militares que egresaran de la Academia Militar. El instituto se preocupaba por identificar al número uno de cada promoción y todo lo que orbitaba en torno a ese. El resto de los integrantes de una promoción que no calzaban los puntos para graduarse como alférez mayor, alférez auxiliar y dentro de los primeros diez del orden de mérito se diluían entre la generalización y la rutina profesional. Solo un accidente institucional o un evento azarosamente circunstancial, permitía que alguno del montón promocional se colara y ocupara los primeros puestos. Luego estaba el caso de que la Academia Militar no hacía seguimiento y valoración al egresado. El instituto los graduaba y se desprendía de toda responsabilidad del egresado. Una visión de un compañero de promoción del general Alfonzo, el teniente en situación de retiro Manuel Raúl Oviedo Rojas le vino a la mente y lo asaltó fugazmente. Este le había comentado la posibilidad de escribir una crónica sobre el Libertador Simón Bolívar, en una suerte de aparición en la Escuela Militar de Venezuela, específicamente en el Gran Hall y frente a las placas de todas las promociones egresadas del Alma Mater, en un turno de servicio, mandando oído y despertando a todos los cadetes y oficiales de planta, ordenando formación contando diez, en el patio de ejercicios. La arenga de este Simón Bolívar original, moreno, de pelo ensortijado, bembón y de rasgos aindiados, con poncho, alpargatas y sombrero de paja, tan distinto al original que conocíamos desde nuestras escuelas para la historia de Venezuela, era para recriminar su peregrinar kármico en todos los pasillos de los cuarteles y fuertes militares desde el 17 de diciembre de 1830, porque hasta el momento, ninguno de los integrantes del Ejército venezolano, forjador de libertades, había empuñado la espada de la libertad para que cesaran los partidos y se consolidara la unión. En el sueño de Manuel Raúl, El Libertador le había pegado un plantón durante toda la noche a todos los alféreces mayores de las promociones egresadas del Alma Mater y les había ordenado a que tomaran las riendas del país y metieran presos a todos los políticos y militares traidores a la causa de la libertad y de Venezuela. Un eufórico Manuel Raúl, lo había atajado antes de encaminarse hacia la oficina del general Alfonzo para empaparlo de su visión astral y transmutada. No consideró conveniente hacerle ningún comentario al general. Manuel Raúl era un historiador y cronista militar convencido de que Bolívar reencarnaría en cualquier momento, en alguno de los cadetes de la Escuela Militar y permitiría que Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el Libertador, bajara tranquilo al sepulcro. Mañana llamaría a otro gran amigo, historiador, bolivariano, subalterno y coronel; el bueno de Jacinto Pérez Arcay para hacerle el comentario y conversar sobre la posibilidad de conseguirle a Manuel Raúl la publicación de su visión. Quería titularlo como La gorra tuerta. ¡Las vainas que se le ocurren a Manuel Raúl!»

R.- Mire, voy a continuar dándole contexto para la respuesta de la pregunta anterior. Es cierto que en muchas ocasiones fui notificado informalmente de la existencia de una conspiración procedente del Ejército. El tema es que en ningún momento esas informaciones pasaban del nivel de teniente coronel. Las que remitían a generales, a almirantes y altos cargos militares eran difusas y sumamente dispersas y allí empecé a sospechar. En algún momento tuve la necesidad de servirme de otros organismos que me proporcionaran información más precisa sobre esas informaciones y eso no se quedaba solamente en los oficiales superiores. Había mucha vinculación con nombres específicos de generales y almirantes activos y retirados, que tenían conocimiento de lo que se estaba desarrollando y que mantenían enlaces estrechos con sectores políticos, económicos, de medios de comunicación, de la cultura y de grupos económicos. A pesar de reconocerme como terco en mis posiciones y en algunas ocasiones como soberbio, nada de eso privó para no tomar unas medidas, que al final no impidieron para nada que el golpe se materializara. El gobierno había entrado en una grave crisis de gobernabilidad y estabilidad, casi desde el mismo mes de su inicio. Los eventos del 27 de febrero de 1989 aumentaron más los ruidos internos dentro de las fuerzas armadas nacionales, intensificados por las peleas de los generales y almirantes con motivo de los ascensos y las designaciones de cargos del mes de julio. Y las medidas económicas anunciadas en ese momento, ya habían provocado una grave alteración social. Pudiéramos decir que el país había entrado en una grave crisis política que el gobierno estaba obligado a enfrentar, empezando por la institución que estaba obligada a cumplir con sus deberes constitucionales y a darle respaldo al gobierno legítimo y no lo hizo por la pugnacidad en la cúpula de la jerarquía. Eso hizo mucho daño a la fortaleza del gobierno. Y fue un flanco abierto para sus enemigos. Y fue un pésimo referente en términos de la disciplina y la obediencia en los mandos subalternos. Eran bochornosas y vergonzosas las actitudes y las conductas profesionales a nivel de algunos de los integrantes de la alta jerarquía militar para descalificarse y anularse internamente, y descartar sus promociones hacia los altos cargos. Esa información circulaba abiertamente en los cuarteles y llegaba al despacho presidencial a través de otros canales. Entre esa conspiración para inhabilitarse internamente, los generales y almirantes, y la otra para llegar al poder político no había posibilidad humana de separar lo que era verdad confirmada y lo que se deslizaba como patrañas. Mire, yo recibía en mi oficina fotografías que aludían a algunos de esos generales y almirantes, que se trasladaban en sus vehículos oficiales para depositar en los buzones de las residencias personales de algunos editores, sobres de manila con informaciones relacionadas con licitaciones vigentes, de las famosas compras militares, solo con el objeto de provocar un escándalo mediático para favorecer las ofertas que convinieran, para descalificar un compañero del Alto Mando Militar, que al día siguiente iba a aparecer a grandes columnas en la prensa nacional. Eso ocurría. Y ocurría también, para incorporarse a la imagen que quería venderse del gobierno para asociarlo con la corrupción y debilitarlo. Pero, eso ocurría como consecuencia de la grave crisis dentro de las fuerzas armadas nacionales en ese momento.  Por eso, ya he asumido como un error en el tiempo el no haber ratificado al general Alliegro y al general Troconis en sus cargos. Teniendo al enemigo adentro del mismo gabinete, haciendo espacio, ganando tiempo y puliendo coordinaciones para esperar el momento oportuno, el golpe era solo cuestión de oportunidad. Hay una respuesta a la que apelan los protagonistas de ese momento, que maneja la opinión pública, cuando estos son forzados a una respuesta sobre el 4F. Eso era una conspiración a cielo abierto. Las condiciones estaban dadas. Y sobre los notables del área militar, en particular, en casi todas las informaciones que yo recibía de la inteligencia paralela, siempre aparecían los mismos nombres y apellidos con insistencia y con detalles precisos de reuniones. Santeliz y Albornoz. Debo señalarle que en ese grupo había algunos profesionales militares, demócratas y muy respetables, que el tiempo se ha encargado de ratificar en mi apreciación personal y como comandante en jefe. El primero de estos generales mencionados, formaba parte de un gabinete de sombra del ministro de la Defensa junto con los generales Olavarría y Muller, quienes hacían reuniones semanales en la residencia ministerial. Y por último está el cerco de poder atribuido a mi compañera sentimental, la señora Matos, y a su influencia en las decisiones militares, pero ese es un tema…

— El tema de la señora Matos y el de las decisiones militares forma parte de la agenda de la entrevista, más adelante. Usted ya sabe que después de este desarrollo anterior la pregunta inevitable es, con tanta información a la mano contra estos generales y almirantes, ¿qué fue para usted notificación informal? ¿Por qué no los destituyò? ¿por qué usted no ordenó detenerlos y abrir una corte marcial contra ellos? ¿El ministro de la Defensa formaba parte de ese grupo de notables militares?

Continuará…

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