El territorio nacional amanece nuevamente en alerta. La economía se estanca y la vida se dificulta mucho más. Un ambiente de hostilidad envuelve la sociedad. Las clases dominantes prefieren negar el estancamiento. De lo contrario, admitirían su fracaso. El contrato social queda irreparablemente dañado. A cada ciudadano común le toca un pedazo cada vez más pequeño de galleta. Comienza la guerra de todos contra todos. La zozobra ya forma parte del ADN venezolano.
Para rematar, las inundaciones hacen estragos en varios estados. La naturaleza es impredecible, pero aún más lo son los directores de la orquesta tiránica. Su venganza personal no tiene límites. Las colas aumentan y esta vez no es por comida sino a las afueras de las entidades bancarias y de las estaciones de servicio. La tiranía sigue con su plan sea como sea.
La historia está llena de tiranías que pretendieron envolverse en ropajes democráticos, tiranías en la concentración personal u oligárquica del poder del pueblo. La historia enseña que todo aquel que concentra el poder tenderá a convertirse en déspota valiéndose de corrupción, nepotismo, promoción de intereses de grupo, generación de fraccionalismos, captura de las rentas del Estado, invención de amenazas externas e internas, monopolio del poder coercitivo del Estado para eliminar la crítica, el amedrentamiento y la coerción.
Aunque en la retórica se repite un sinfín de veces que lo que estamos padeciendo es una tiranía o dictadura, pareciera que solo es una palabra cliché, ya que los métodos de lucha y contraataque rayan en la ingenuidad y franqueza. Ellos no están jugando carrito y muchos creen que esto es un juego.
Lo que sucede actualmente en Venezuela es indescriptible en todos sus aspectos. No es una tiranía normal ni mucho menos una dictadura conocida. Son bandas gansteriles armadas, organizadas y sanguinarias que irán contra todo aquel sin ningún tipo de remordimiento ni contemplación. Estos personajes han redefinido el concepto de dictadura en todas sus facetas. Llevaron la maldad a otro nivel. Aplastan a como dé lugar a cualquiera que les haga frente seriamente y envían el mensaje tal cual lo hacía Pablo Escobar, a quien en la era más oscura del país neogranadino no le importaba a quién mandaba a matar. El mensaje era cruelmente claro: cualquiera podía ser el próximo.
Ahora, los métodos que tanto necesitamos hay que buscarlos cuanto antes en los libros que han sido utilizados por muchos a lo largo de la historia. Centrar y canalizar nuestras energías en internalizar que ya no son simples adversarios sino enemigos acérrimos y poderosos. Buscar la fuerza necesaria, así como lo hicieron esos combatientes de la independencia que encontraron un santuario de donde tomar su fortaleza, así como las multitudes que luchan hoy por la justicia y la igualdad, buscan un refugio similar.
Desde ese espacio seguro, podemos mantenernos firmes contra las fuerzas del miedo y la reacción y, centímetro a centímetro, tomar de nuevo la tierra en nuestras manos: valientes en la convicción de que ningún obstáculo es demasiado grande, ningún enemigo es demasiado poderoso, ninguna cordillera de desolación y muerte es insuperable.
Cada uno de nosotros ocupa un espacio de calma en medio de la turbulencia, cada uno de nosotros tiene algo que contribuir, nuestras propias murallas que cruzar si hemos de prevalecer. Las gloriosas notas de nuestro Himno Nacional son más que frases vibrantes e inmortales. Debemos afinar nuestra vista y si se tiene la valentía, los recursos y la imaginación suficiente, nada en este milagroso mundo es imposible. Por eso grito con ahínco: ¡muera la opresión!
@JorgeFSambrano
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