Hace algunos días Fernando Savater escribía un artículo en El País en el que hablaba de la vergüenza que le producía el que algunos de sus inefables paisanos elogiaran al régimen político venezolano. Sin embargo, lo más destacable del escrito era el miedo a estos apologistas y entusiastas que expresaba casi al final. Y no le faltaba razón.
La sociedad española hace tiempo que se viene posicionando en polos radicalmente opuestos ante cualquier tema que se aborde en los espacios públicos, sea el gobierno del señor Maduro, las expresiones homófonas de una ministra o la participación de un artista en uno de esos reality show que tanto gustan en la madre patria.
A grandes rasgos podríamos decir que por un lado está la acera de los conservadores, católicos, defensores de la prohibición del aborto, la monarquía y la integridad de España; y, en la otra, los socialistas, independentistas, republicanos y ateos. Dicho de otra forma, lo que allí se llama las derechas y las izquierdas, términos todavía más globalizadores, si se puede. Si alguien participa de alguno de estos atributos –no importa que no sea de todos ̶ , él mismo se alineará inmediatamente en uno u otro bando y defenderá lo que los medios de ese lado sostengan en sus portadas y editoriales, con unos argumentos que se trasmitirán rápidamente a sus simpatizantes a través de las redes sociales. Así, mientras unos critican los desmanes del gobierno venezolano y se conduelen por los más de 3 millones de personas que han tenido que huir a través de las fronteras venezolanas, otros tratan de justificar todo ello no solo porque hayan recibido dinero de Venezuela, sino porque sí, por oponerse únicamente a su adversario político.
La Guerra Civil se acabó hace mucho tiempo, pero nadie en su sano juicio negará que siguen subsistiendo las dos Españas de la que nos hablaba Antonio Machado. Dos países que no se pueden ver y que parecen estar esperando cualquier motivo para tirarse los trastos a la cabeza. Esto hace que lo que está sucediendo en España actualmente sea más peligroso incluso que lo que sucedió en Venezuela. Después de tantos años de democracia y transición pacífica todavía existe una España revanchista acechando para tomar el poder y poner en la palestra antiguos problemas, no importa si sus líderes son políticamente incorrectos, hacen uso de los bienes públicos o copian sus tesis doctorales; todo vale con tal de no darle la razón al otro.
La transición ha quedado así como un espejismo que unos recuerdan gratamente y otros califican de estafa. Para estos últimos no hay olvido ni perdón. Por eso cuando un venezolano llega a España quejándose de la situación que se vive en su país, esta sociedad crispada y maniqueísta lo ubica rápidamente en el bando simpatizante de la monarquía. Solo queda esperar que a todos los que así hacen no se les termine helando el corazón, como también pronosticaba el poeta sevillano.
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