Con sus herramientas de trabajo frente a él, y un cuadro que invita a indagar más en sus formas geométricas y colores detrás, Leonardo Moleiro se sienta en su estudio en Pasadena, California, donde vive desde 2018. Mientras habla, el artista plástico venezolano de 49 años de edad toma los pinceles limpios y los pasa sobre la mesa de madera como si estuviese pintando algo. De vez en cuando Frida, su perra, choca contra la mesa y produce una especie de terremoto; otras veces ladra y Moleiro intenta calmarla: «Shhh, Frida, estoy en una entrevista».
Luego de un 2020 convulso, en el que todos sus planes se paralizaron por la pandemia, es ahora cuando retoma proyectos. Y no solo eso, hay nuevos llamados. El 21 de junio la ciudad de Sacramento le informó al artista caraqueño que había sido seleccionado, entre 150 propuestas e invitaciones, para participar en el Community Murals, un proyecto de arte al aire libre que busca embellecer la ciudad a través del arte. A Moleiro le fue asignada una cancha de baloncesto como lienzo, y comenzará a pintar en septiembre cuando llegue el otoño y bajen las altas temperaturas.
https://twitter.com/leonardomoleiro/status/1407007901353340937?s=20
«Cuando las ciudades te invitan a participar quiere decir que algo estás haciendo bien. Trabajar con ciudades en este país es súperimportante porque estamos hablando de interactuar con la comunidad, te acercas a las personas, al sitio. Y ni hablar del presupuesto público, manejan unas cifras interesantes. Además, la obra está expuesta permanentemente y se puede convertir en una referencia importante. Estoy muy contento», dice Moleiro.
El caraqueño pinta desde niño, es una pasión que lo ha acompañado en todas las etapas de su vida. De hecho, su propuesta, el cubismo gráfico, nació de la unión entre el arte y su trabajo en el mundo de la publicidad y el diseño. Con un estilo particular, marcado por la influencia de las mujeres de su vida y por entidades de otros mundos, Moleiro presenta piezas abstractas que se centran en el color y las formas geométricas. Desde 1993, su obra ha sido expuesta en galerías y salones de Venezuela, China, México, Brasil, Estados Unidos, España y Panamá. Además, participó en la Bienal de Venecia en 2017.
La aproximación con el arte al aire libre no es nueva. Desde 2016 ha sido convocado para realizar murales de gran formato en ciudades como Austin, Texas; Pittsburg, Pennsylvania; Miami, Florida; Pasadena, Los Ángeles y Santa Clarita, California; y en otros países como México, Brasil y China. Dos de sus trabajos en el Wynwood Art District de Miami en 2016 recibieron primer y segundo lugar por el jurado; su obra en China también le hizo merecedor del premio ese mismo año; y en 2020 fue reconocido en Los Ángeles.
El proyecto que Sacramento le encargó a Moleiro requiere de una conexión especial con la ciudad, pues la comunidad, en su mayoría adolescentes interesados en el arte, lo ayudará a realizar el mural. Con eso en mente los 10 artistas seleccionados irán a eventos públicos para conocer mejor la ciudad. En junio, sin embargo, fue su primer acercamiento: «Me fui manejando, vivo a 5 horas. Me fui tranquilo, como un paseo. Me reuní con ellos, conocí a muchas personas, artistas locales y encargados del proyecto. Hice un tour por Sacramento. La gente es genial, los artistas me trataron muy bien. Fue muy emocionante», resalta.
Aunque no tiene todavía un boceto claro para la cancha, Moleiro busca que las personas vivan el arte «tal cual está allí». Para él no existen fórmulas exactas en cuanto a la ejecución, sino que el resultado final se da gracias a la vibra del artista y el momento. De hecho, en su proceso pictórico a veces hace estudios de color, pero en realidad deja que las formas y colores se vayan plasmando con libertad en el lienzo.
«El color comunica movilidad, alegría, diversión. Y si a eso le mezclas las formas del color en este cubismo gráfico, haces que se transmita esa sensación vibrante dentro de la obra. Ahorita hay muchos artistas que usan el color, pero yo tengo una aproximación geométrica con él, de unos estudios que son únicos y que me han producido reconocimiento», añade el publicista, quien puntualiza que la única condición que le impusieron en los Community Murals es que no incluya temas políticos, raciales o religiosos.
Entre los artistas seleccionados, Moleiro es el único latinoamericano. Sin embargo, sentencia que él no cree en esos títulos: «Yo soy un ser humano que habita el planeta Tierra. O sea, esas cosas nacionalistas o regionalistas no me interesan. Yo soy un artista que pinta y trato de hacer mi obra lo mejor posible, dar lo mejor de mí, crecer como persona; también, nutrirme de los demás, del conocimiento y pintar, pintar y pintar. Sé que para algunos es noticia, pero para mí es lo mismo».
Moleiro opina que los murales van de la mano con la libertad de expresión. Dice que se trata de un proceso donde, con el tiempo, las personas y los artistas han perdido el miedo de salir a la calle y hablar sobre temas que les importa. Por otra parte, celebra que las ciudades busquen embellecer sus espacios con arte urbano. Esto no solo significa que la comunidad abraza este tipo de iniciativas, sino que, además, permite a nuevos artistas darse a conocer en la esfera pública.
Ver esta publicación en Instagram
Desde la aparición de las redes sociales, el arte y su experiencia se han unido al mundo digital para su consumo y distribución. Por ejemplo, es usual ver largas colas de gente esperando su turno para tomarse una fotografía con una obra al aire libre. Rápidamente, esas imágenes llegan a miles de usuarios a través de publicaciones (viralización) y así publicitan la pieza. Sin embargo, este tema, confiesa Moleiro, no fue fácil de entender. «No puedo negar lo que ahorita está en tendencia. 80% de la obra que vendo es a través de redes sociales: clientes, curadores, coleccionistas. Y casi que 100% de las galerías que me contactan para exponer mi trabajo lo hacen a través de redes. No puedo huirle a eso», destaca.
Pero más allá de si su obra se vuelve viral o no, lo más importante para Moleiro es la experiencia sensorial. «Lo que más me gratifica de mi obra es que siempre que la gente la ve en vivo dice que es más bonita que en la foto. Eso es lo que más me emociona de mi trabajo. Es cuando la gente me pregunta si puede tocar la pieza porque cree que es impresa. Me gratifica que la gente crea que mi técnica es tan depurada que puede parecer una impresión. Y que dicen ‘wow, se ve mejor que en la foto’. Eso me pasa siempre y me encanta», señala.
Con respecto a su propuesta de cubismo gráfico, lo más atractivo para el artista es la descomposición de formas figurativas a través de las figuras geométricas y su escondite en la obra. «Crear mundos detrás de ellas, pero manteniendo lo figurativo como los ojos o la cara que se van mezclando y crean figuras raras. Puedes pasar horas viéndola y vas descubriendo cosas», dice Moleiro, quien explica que al inicio de su carrera llamaba hadas a las representaciones en sus cuadros. Ellas representaban a las figuras femeninas de su vida (madre, abuela, tías, primas y su esposa) desde sus luchas, aciertos, desaciertos y amor.
Sin embargo, gracias al contacto con personas del ámbito artístico y «por otras cosas que no tienen explicación» hoy tiene una definición que le resulta más atinada. «Descubrí que pinto seres de otro planeta. Me quedé con eso porque en unos estudios que hicimos aquí con personas que se encargan de ese tipo de cosas, vi por qué algunas figuras llegaban sin ninguna explicación a mi mente y se plasmaban en el lienzo. Era como una especie de mensaje que estaba recibiendo de esas constelaciones, mundos. Llegamos a la conclusión de que mis hadas no son hadas, sino son seres de otros planetas. Esa es la historia reciente y me encanta, es un proceso mío que explicaron muy bien», comenta Moleiro.
Leonardo Moleiro comenzó a pintar desde que era niño. Siempre ha sentido un impulso indetenible para expresarse a través del color y las formas. Recuerda con claridad su primer encuentro con el arte: cierto día, su primo (10 años mayor que él) pintaba un cuadro sobre un caballete. Tenía toda la indumentaria, el óleo, pinceles y un estuche de madera. Aquella imagen lo marcó para siempre, fue allí cuando vio cómo era, cómo trabajaba un pintor. Más tarde, él repetía esta misma escena en casa de su abuela.
«Mi abuela se quejaba porque yo llenaba todo de pintura y tenía la ropa manchada. Más tarde, con la alcaldía de Chacao, gané mi primer premio de pintura, que me entregó la alcaldesa Irene Sáez, y tuve mi primera exhibición en los espacios del Banco Consolidado (hoy Torre B.O.D). Después, fui al programa Arte y Espectáculos en Radio Caracas Televisión, conducido por Rita Núñez, y mi abuela vio la entrevista. Ahí pasé del artista con los cachivaches tirados en el patio a ver mi obra en la casa. Ella mandó a mi abuelo a guindar todos los cuadros que tenía. Todo eso sigue allí y yo soy incapaz de moverlo», comenta Moleiro.
En 1991, estudió en la Escuela de Arte Cristóbal Rojas. Allí fue alumno de Víctor Hugo Irrazabal y Jorge Pizzani. Luego, estudió Diseño Gráfico, pero no terminó la carrera, pues ya en los últimos años sentía que no estaba aprendiendo lo suficiente. Recuerda Moleiro que se sentía aburrido, pues él investigaba y estudiaba por su cuenta. Además, se sabe hiperactivo e hiperquinético, por lo que le costaba quedarse en un solo lugar.
Su inquietud académica lo llevó más tarde a la Universidad Central de Venezuela, específicamente a la escuela de Sociología. Sin embargo, para este momento ya Moleiro estaba envuelto en su arte y en el mundo de la publicidad. Además, rechazaba firmemente los enfoques de izquierda que tenían los profesores. «Era detestable. Yo, incluso, odiaba a Chávez desde el día uno. Odié todo lo que esa gente hablaba. Y no entendía eso como tampoco algunos compañeros de clase. Fue un paso bonito, me gusta pensar en la Sociología, pero sentía que no estaba en el lugar correcto», sostiene Moleiro.
Años más tarde, la crisis política, económica y social generó en el artista una desconexión importante con Venezuela. Se encerraba en su casa, vendió sus pertenencias y solo pintaba. «No podía entender cómo estaban acabando con el país y cómo todo el mundo estaba colaborando con eso: la oposición, los medios. Tuve la oportunidad, como publicista, de reunirme con personas importantes de ambos bandos y entendí que eso no iba para ningún lado. Lo me hizo entender que no podía estar más allí. Mi obra se estaba quedando pequeña, no tuve oportunidades por ningún lado; estaba siendo más reconocido afuera. Tuve dos intentos de secuestro y decidí irme».
Y no se arrepiente de haberse emigrado en 2007 a Florida, en Estados Unidos. No extraña nada de su país, salvo unas pocas y muy contadas excepciones. Además, rechaza el anhelo superficial que algunos profesan:»¿De qué sirve tener playas hermosas si no las cuidas, si están destruidas, si cuando vas dejas basura? Prefiero una playa menos bonita, pero que esté cuidadita y donde sé que no me voy a cortar el pie». Sin embargo, entre sus deseos está volver en algún momento a Puerto La Cruz, donde vivió gran parte de su infancia. Se siente muy identificado con ese lugar, con el mar y la pesca.
En 2018, Moleiro y su esposa se mudaron a la Costa Oeste. «California me ha enseñado, en tan solo tres años, más que los nueve años que viví en Miami. Los Ángeles no es una ciudad para cobardes. Si tienes dudas o miedo, no lo hagas. Es grande, ruda, gigantesca y 99.9 % de las personas que están allí vienen a hacer lo mismo que tú: cumplir su sueño, trabajar duro y pasarle por encima a quien sea, en el mejor sentido de la palabra, haciéndolo bien. Eso te hace que estés todo el tiempo investigando. El californiano es muy hippie, muy amigable, pero exigente en el resultado final. Estos tipos son unos duros y las vainas las tienes que hacer bien», dice.
Durante 2020, California fue uno de los estados más afectados por covid-19. El número de casos era uno de los más altos del país y, por ello, entraron en cuarentena durante meses. Recuerda Moleiro que aquella metrópolis vacía era deprimente. Y como consecuencia de la pandemia, debió trabajar en el taller de su casa. Su estudio en Chinatown, ubicado en un edificio Los Ángeles, fue cerrado. Así, muchas obras se encuentran lejos de su dueño. Sin embargo, una vez que Estados Unidos comenzó a volver a la normalidad, el artista plástico ha retomado aquellos proyectos aplazados y espera conseguir un nuevo estudio.
Además de su amor por la pintura y el tenis, los animales ocupan un lugar especial. Desde lejos, sostiene Frida Foundation, una agrupación de ayuda para perros en Venezuela. Los rescata, alimenta, da refugio y en algunos casos salva de maltrato. «Yo estoy pegado, en ese sentido, con poder ayudar allá. Y eso me ata al país. Cuando digo que no extraño el país no lo hago de forma peyorativa, pienso que hay que seguir adelante. Y estoy consciente de que tengo que ayudar y poder soñar un país donde podamos exportar arte, cultura, ciencia, y no una ubicación geográfica, una playa, un salto de agua», explica.
Mientras comienza el proyecto de los Community Murals en Sacramento, Leonardo Moleiro atiende los compromisos que quedaron pendientes de 2020. Además, trabaja con su esposa en un par de proyectos audiovisuales, que incluye un documental del estado de Illinois. También, juega con su perra y, por supuesto, trabaja en aquello que lo entusiasma todos los días: la pintura.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional