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Entrevista con Eloy

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Debo constar de entrada que este texto no pretende fusilar, en modo alguno, algún capítulo del excelente libro del Dr. Ramon J. Velásquez titulado Confidencias imaginarias de Juan Vicente Gómez (Ediciones Centauro – 1981). Dicho esto, como prevención, justifico el texto ahora. Se trata de un ejercicio imaginativo alterando tiempo, personajes y cargos contra la contemporaneidad vivida en los últimos 35 años en Venezuela. El tiempo justo de incubación, ruptura de la cáscara del 4F y la permanencia de la revolución bolivariana. Todo eso es el equivalente a la llegada de los andinos al poder encabezados por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en la Venezuela de 1899, hasta la muerte del benemérito en 1935.

Han ocurrido tantas cosas insólitas en este último lapso de tres décadas y media de historia venezolana, que aún está cubierta la verdad histórica con un grueso manto de complicidades y cobardías, de medias verdades y mentiras por la gran mayoría de los actores vivos escudados en la indefensión y ausencia de respuesta de los protagonistas muertos. Cuando la autenticidad de la información se va diluyendo con el tiempo, con el riesgo de encuevarse tendenciosamente a favor de los culpables y responsables de la gran tragedia que vive nuestro país, hay que apelar a los recursos de la ilusión y la inventiva, para desentrañar en una respuesta lo que todo el mundo atesora en la opinión pública como la verdad. La de Fuenteovejuna. El que mató al comendador. Sí señor.

Las intrigas de la corte, esas de talante rasputinesco, ubicadas generalmente en el lado ciego del mandatario, siempre están en el acceso y a disposición del hombre de confianza. En el caso del general Gómez, con el coronel Eloy Tarazona, el indio. La malicia y la socarronería hecha lealtad y habilidades para cubrir con seguridad al jefe. Durmiendo en el piso frente a la recámara presidencial y probándole antes la comida, y poniéndolo al día de todo lo que circulaba en los pasillos del Palacio Presidencial de Miraflores y la casa de Maracay, y también de las haciendas de El Trompillo y Güigüe. Y en general, en toda Venezuela. Si alguien pudiera encarnarse con exactitud en un jefe de la Casa Militar presidencial cubriendo todos los espacios para la protección del general; es en ese campesino de origen colombiano, analfabeto, ascendido a coronel a la vera de la guerrilla civil que enterró definitivamente en Ciudad Bolívar el hombre a quien servía. Ese era Tarazona. Eloy, como le decía el general en la intimidad de ordenanza y el servicio personal.

Coronel Tarazona, sobre los eventos políticos y militares desarrollados a partir de 1985 en Venezuela que han desembocado en 22 años de revolución, hasta la actualidad, ¿qué piensa usted que hubiera hecho el general Gómez en el poder para evitar esta tragedia?

Pues, mire usted, no estuviéramos en revolución. No hubiera llegado a tanto. Solo vea usted que los pollos no hubieran nacido. Se hubieran quedado los responsables contándolos antes en La Rotunda o en el castillo Libertador con grillos en las patas. Como se lo digo, así mismo. Le voy a colocar algo de historia. El 30 de junio de 1923, cuando mataron a Don Juancho, su hermano el vicepresidente, en una habitación de Miraflores. El general fue muy comedido y astuto en sus decisiones. Fueron 17 puñaladas. Hubo todo tipo de versiones sobre los móviles. Sexo, envidia, rencores y los políticos relacionados con la sucesión presidencial por la próstata de mi general. No se le aguó el guarapo al final para sacar del país a su hijo José Vicente y repudiar a la madre de este, Dionisia Bello. ¡Entregue el cargo de inspector del Ejército y de segundo vicepresidente! Asimismo, le ordenó en mi presencia a su hijo querido. ¿Se imagina usted que después de eso le hubiera ofrecido la Cancillería? No.  El general no dejaba que el corazón y la confianza le meneara las decisiones políticas. En 1928, el Ronquito, quien me tenía cierta tirria personal, también había empezado a disfrutar de la confianza militar del general. Por esos tiempos se había descubierto una conspiración entre estudiantes y militares donde estaba involucrado el hijo del general López. El jefe lo relevó a pesar de todo y lo sacó de Caracas como jefe militar en Capacho, estado Táchira. Vea usted. Bien lejos del poder, mientras tanto. Así era el general. No vaya a ser. Muchísimo antes, en 1913, su compadre de sacramento, el general Román Delgado Chalbaud, quien tomó tanta cercanía con el general que empezó a ser visto como su sucesor en algún momento, y eso le dio por ponerse en la acera de los enemigos del general. Mi general lo envió a La Rotunda por 14 años y los grillos incluidos, mire usted. A pedido de su comadre lo sacó de la cárcel y después el hombre se apareció por los lados de Cumaná, con un poco de barcos y hombres armados. Allí murió en combate. Mi general se lamentó siempre de haber oído a su comadre y de haberse ablandado en su corazón de compadre. Como lo ve, en estos ejemplos que le he puesto, al general no le temblaba el pulso para alargar la vida de su gobierno rehabilitador de paz, de unidad y de trabajo por encima de familiares, de compadres y de amistades de familia. La lealtad y la confianza hacia el general se demostraban con trabajo y apoyo al régimen que encabezaba el jefe. No con conspiraciones para relevarlo cuando muriera por la próstata o como don Juancho. Y esa fue una de las fallas del paisano de mi general. Como todo andino cerrero ha debido oír su conciencia de la montaña de Herrán, la de Bochalema, de Ragonvalia y su intuición de esos rumbos de Rubio, tan cercanos a La Mulera y no dejar que la cama se impusiera en los asuntos del gobierno y del poder. Umjú. Así como lo oye. El primer día que le anunciaron de la conspiración en 1989, ha debido relevar inmediatamente a todos los involucrados, detenerlos y someterlos a la jurisdicción de la justicia militar. Sus jefes relevados también y enviados a su casa sin cargo mientras las investigaciones determinaban sus responsabilidades. Y eso incluye al ministro, al jefe del Ejército, a su jefe de división y brigada y a los directores de inteligencia en los niveles más altos. Eso lo hubiera hecho el general sin ningún dolor, ni remordimiento. Eso hubiera evitado el 4F y todo lo que se está viviendo en Venezuela actualmente.»

En algún momento el indio se quedó pensativo en un largo paréntesis. El silencio debe haberlo transportado un siglo atrás en ese dilatado ejercicio de poder detrás del hombre fuerte de La Mulera durante los 27 años del régimen. Su jerarquía fue la cercanía al poder y su disposición a dar la vida por el general. Esa manifestación de lealtad y confianza hacia el jefe lo hacía un hombre de cuidado. Un hombre peligroso. Hasta habilidades de brujo se le atribuían. Necesario para la permanencia del general con las garantías de su seguridad. Gómez era Tarazona y este era una extensión de la autoridad de Gómez en el ejercicio de poder. Un eficiente jefe de casa militar de esos tiempos duros. Después de la muerte del general en 1935, el general López Contreras arrestó brevemente al coronel Tarazona y después este salió al exilio en Colombia.

—Coronel, ¿al paisano de Rubio le hizo falta un Tarazona desde que llega a la segunda presidencia? ¿Eso le hubiera evitado todos los dolores de cabeza que al final lo sacaron del poder?

—Le sobraron Tarazonas en los cargos, pero no en eficiencia, ni en confianza, ni en lealtades y menos en resultados. Cada uno andaba por su lado y con tareas propias. Todos se manejaban con agendas distintas a la permanencia del paisano en poder. Los había en el ministerio, en las fuerzas, en los organismos de seguridad del estado como la Disip, en la escolta civil, en la propia Casa Militar y en su propio partido. Y ninguno se manejó con lealtad hacia el jefe como lo hice yo con el general. Mire, esos dos mozos generales que pelearon por el Ministerio de la Defensa hasta el último minuto le hicieron un daño institucional a la disciplina, a la obediencia y a la subordinación del Ejército, que ya cualquier levantamiento y rebelión estaban cantados y seguros en resultados. Desgraciadamente, el paisano le hizo caso a la Dionisia Bello del momento. Hace cien años, el general los hubiera enviado a su casa sin cargo; o fuera de país para protegerlos, como a su compadre Román, como a su hijo José Vicente y como a Dionisia su mujer. Y al resto de generales y almirantes, y civiles, que los acompañaban en esa conspiración notable, los hubiera mandado a rehacer la carretera de Palenque-El Sombrero. Le hubieran salido mejor al país.

Lo dejamos hasta aquí. El indio ya se veía agotado en la expresión y listo para despedirse hacia su propio plano. Estos bretes no eran los propios del coronel Eloy Tarazona en vida. Los de él eran dormir en el suelo frente a la habitación del general y probar la comida que servían al jefe, cuidando a riesgo de su propia vida la del benemérito y del régimen que representó durante 27 años.

Continuará…

 

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